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CAUSA CONTRA EL FISCAL GENERAL
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los chats de Juan Lobato

Tras hablar por WhatsApp con una colaboradora suya, Lobato se va al notario con las capturas. Máxima confianza. Ojalá se traslade el método a las parejas. “¿Vamos al cine hoy?”. “Perfecto”. Y aparecer en la notaría

Manuel Jabois

El 14 de marzo de 2024, a las 8.29 horas, Juan Lobato, líder del PSOE de Madrid, recibió un mensaje de WhatsApp de Pilar Sánchez Acera, alto cargo de La Moncloa, en el que adjuntaba foto del correo del abogado de Alberto González Amador pidiendo un pacto con el que confesaba delitos fiscales de su cliente. Lo hace para que enseñe la foto en el pleno de control a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. “Sacásela en la pregunta. ‘¿Quién miente, señora Ayuso? ¿Usted o su novio? Parece que usted’. La imagen de la carta es potente”, le dice Sánchez Acera. “¿Pero se ha publicado en algún sitio esta carta?”, responde Lobato. Dos minutos después, Lobato insiste: “¿La carta cómo la tenemos?”. Sánchez Acera: “Porque llega, la tienen los medios. Vamos a verlo. Para que estés más respaldado. Si es así, te lo digo”.

El caso es que Pilar Sánchez Acera tenía esa captura del correo antes que lo publicase ningún medio (lo publica El Plural, diario dirigido por la histórica socialista Angélica Rubio, a las 9.06). Sánchez Acera envía el link a Lobato a las 9.29 con la frase “ya está” y lo que debe decirle Lobato a Ayuso en el pleno. ¿Por qué lo tenía ella, y no lo había publicado ningún medio? Porque circulaba por las redacciones (la noticia ya se había publicado), vino a decir Sánchez Acera, aunque nadie había dado el paso de exhibir el documento que la sustentaba. Desconoce, dicen ella y Lobato, de dónde sale originariamente ese documento. Niegan que fuese del Gobierno ni de la Fiscalía. A Sánchez Acera le llega, dice, porque ya está circulando por las redacciones. Se lo pasó un periodista, pero no recuerda el nombre. Cómo te vas a acordar del nombre de alguien que filtra un documento que ha movilizado al Tribunal Supremo y puede hacer caer al Fiscal General del Estado. Es propio de ‘periodistas’ enviar a La Moncloa un documento que le beneficia antes de publicarlo. Sánchez Acera, por cierto, era directora del gabinete del director del gabinete del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Sin embargo, la llaman a declarar por otra cosa.

Pero volvamos a Lobato, que nadie sabe qué pinta en el juicio. Es como poner un partido amistoso entre competiciones oficiales. Nada de lo que pueda decir o hacer Lobato tendrá trascendencia judicial. Es probable hasta que él pidiese declarar para echar la mañana. Después de esa conversación suya por WhatsApp con Pilar Sánchez Acera, su antigua colaboradora, se va al notario con las capturas. La tradicional confianza que inspira el PSOE. Ojalá se traslade el método a las parejas. “¿Vamos al cine hoy?”. “Perfecto”. Y aparecer en la notaría para asegurarse. Ya avisó Miguel Ángel Rodríguez el día anterior que ser notario es un coñazo. Lobato fue a la notaría porque temía que el PSOE le estuviese tendiendo una trampa: si él exhibía un documento filtrado de forma ilegal, se iba al carallo con todo el equipo. Se fue al carallo igual: dimitió a los pocos días, precisamente por ir al notario. Al notario hay que ir lo justo, pero no aprendemos.

El abogado de Alberto González Amador, abogado de la acusación, Gabriel Ramos, está especialmente duro. Lobato entregó su móvil a la UCO y las partes tienen delante sus chats. Los que conciernen al caso, se supone, si bien es cierto que Lobato está un poco colorado. Una cosa que se hace mucho en los juicios es preguntarle a los testigos asuntos que los abogados tienen delante. Por ejemplo, tienen en su poder las copias de los chats de Lobato. Empiezan suave (“¿Es usted Juan Lobato?”, Lobato titubea) y luego van subiendo hasta llegar a nivel Dios. “¿Se escribió usted con tal persona el jueves 14 de octubre a las 17.52? ¿Con qué emoji dio por terminada la conversación? ¿El delfín, quizá?”. “Si lo está leyendo usted de mi teléfono móvil, hombre”. Más que interrogatorios, son ejercicios de memoria. En cuanto acaban, empiezan con la vista: sacan una pantalla con una a y le tapan un ojo al testigo. “¿Ve qué letra es?”. “La a”. “Fíjese bien, hombre”.

Lobato va pasando fases con facilidad, pero cuando le piden que recuerde cosas muy concretas, tira de comodín. “No lo recuerdo, pero si lo tiene usted delante, es así. Para eso les di mi teléfono”. “No me acuerdo bien, pero entregué mi teléfono móvil, así que si lo está leyendo de ahí, así será”. Y sigue. Las preguntas exigen una memoria tan puntillosa que Lobato ya ni las escucha y responde con el piloto automático “No lo puedo recordar, pero lo está leyendo de mi móvil, así que lo habré dicho”. Después de 87 preguntas de si recordaba o no recordaba cosas que el abogado leía del propio móvil de Lobato, Lobato ya está para otra cosa. “¿Celebró usted los atentados de las Torres Gemelas?”. “Vamos a ver, a mí no me suena de nada, pero si lo está leyendo en mi móvil debió de ser así, lo siento”. “¿Deseó la muerte en un horno crematorio de Greta Thunberg y de su hermanita pequeña, Beata?”. “Pues igual ese día hacía mucho frío y salí sin rebeca, la verdad es que no me acuerdo”. Pudo haber preguntado cualquier cosa el abogado Ramos, la confianza que Lobato tenía en su teléfono móvil era extrema.

Había expectación por la declaración de José Precedo, el periodista de Eldiario que firmó la exclusiva sobre la investigación del fraude fiscal de Alberto González Amador. Miguel Ángel Rodríguez le tiene ganas, así que el abogado de González Amador, Gabriel Ramos, se aplica de lo lindo. Aparece Precedo con una americana con coderas que casi pasa de testigo a investigado. El abogado Ramos pregunta y pregunta a Precedo sobre los procesos de publicación de una noticia. Quiere que se pille los dedos, pero también demuestra un interés genuino. Formar equipos de investigación, hablar con fuentes, contrastar lo que esas fuentes dicen con otras fuentes, respetar las condiciones de las fuentes, acreditar con documentos las informaciones para no pillarse los dedos. El abogado de González Amador está verdaderamente interesado en todo eso. Se rasca la cabeza, asiente en silencio. MÁR nunca le había hablado de esas cosas. MÁR le había contado que ser periodista es abrir Twitter, soltar cinco segundos un mono tití encima del teclado y luego darle a publicar. Precedo intenta ser didáctico. El abogado Ramos lo escucha con atención mientras parece pensar: “Pero este señor no es periodista, ¡este señor es notario!”.

Cuando terminan las preguntas y el presidente de la sala le invita a marcharse, Precedo pide la palabra. “¿Puedo hacer una última declaración?”. El día anterior la hizo Alberto González Amador, pero la razón es que González Amador es parte de la acusación y Precedo sólo testigo. “No, no puede si no le hacen más preguntas”, dice el presidente. No iba a superar la última declaración de González Amador (“o me voy de España o me suicido”), así que hizo bien el presidente de la sala. De hecho deberían prohibirse las últimas declaraciones para siempre. Ya no hay nada que ver ahí.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.
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