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La parra se eleva como la solución para sombrear las calles estrechas de Jerez

La ciudad gaditana planta vides en su centro histórico y logra bajar su temperatura hasta ocho grados tras el ejemplo exitoso preservado en las bodegas durante seis décadas

Miembros de la asociación Emparrados y del estudio de arquitectura Nomad Garden
Javier Martín-Arroyo

La parra puede ser el remedio para los miles de pueblos cuyas calles estrechas son intransitables durante el sofocante verano. Ya se ha probado con éxito durante seis décadas en tres calles privadas de las bodegas González Byass en Jerez de la Frontera, pero ahora la asociación Emparrados ha cantado eureka al llevarlas al espacio público. Ya hay cuatro calles del casco histórico donde se han plantado, y con éxito. Tras medir con sensores térmicos cómo la cubierta verde de las vides aporta un frescor de hasta ocho grados menos a los peatones cuando el sol abrasa a mediodía, la ciudad gaditana (215.000 habitantes) ha aceptado exportar la idea para reverdecer su casco histórico, adaptar ciertas calles al cambio climático e impulsar su candidatura a capital europea de la cultura en 2031.

“La media de bajada de temperatura, entre las calles sombreadas y las que no, oscila entre dos grados de media y ocho grados de máxima durante el día. Además, incrementa la humedad. Es una estrategia evidente de salud pública como plan de adaptación al cambio climático porque los días de más calor, las diferencias son más acusadas”, ensalza Sergio Rodríguez, del estudio de arquitectura sevillano Nomad Garden. En el índice universal de clima térmico [UITC], a mediodía el estrés por calor pasa de “fuerte” a moderado”, según sus mediciones. La temperatura media de Jerez ha subido 0,86 grados en los últimos 50 años, según la estación meteorológica de Aemet en el aeropuerto gaditano.

Las parras, citadas para sombrear desde la antigüedad y con ejemplos exitosos actuales en Australia ante el alza de temperaturas, parten con mucha ventaja respecto a los árboles u otras enredaderas: solo necesita riego los dos primeros años; es de hoja caduca y en invierno deja pasar el sol; su raíz enfila en vertical hacia el fondo de la tierra y no se expande hacia los lados para infiltrarse en las casas; y en solo dos o tres años se encumbra como techo verde en las vías más estrechas, mientras que la mayoría de árboles necesitan décadas para que su sombra florezca y se expanda. Pero además, en Jerez las vides son parte esencial del paisaje y la primera seña de identidad de sus celebrados vinos.

Vista de las calles emparradas en las bodegas González Byass de Jerez, el pasado miércoles.

Las tres calles que ya sombrean las bodegas jerezanas son un espectáculo de belleza natural con un suelo empedrado de chinos azules y adoquines, coloreado por las motas de luz que dejan pasar las hojas, formando un mosaico. En el cruce de las calles Ciegos y Unión, el pasado miércoles paseaban trabajadores de las bodegas, algunos turistas del hotel adyacente, casi todos en silencio. El frescor era muy agradable, también más tarde cuando a las 13.00 el termómetro llegó a 31 grados.

La bodega de los reyes, con barricas firmadas por mitos como Orson Welles, Winston Churchill o Jean Cocteau, muere en un callejón con una sola parra cuyo craso tronco tiene 1,20 metros de diámetro y cuyas ramas cubren 20 metros a izquierda y derecha, y en un ancho de tres metros. Las vides han ayudado históricamente a estas bodegas, nacidas en 1870, a mantener sus temperaturas idóneas como laboratorio térmico que siempre ha lidiado con los vientos de poniente y de levante, este último menos húmedo que el primero. Las parras han sido un elemento más para testar cómo lograr la temperatura idónea para la fermentación y elaboración de los vinos, junto al albero, el riego del suelo, la altura de los edificios y la temperatura ambiente.

“Se nos ocurrió que el centro histórico podría disfrutar de esta maravilla. El conocimiento ya está asentado tras seis décadas desde que se plantaron las vides en las bodegas, aunque siempre se ha hecho en los patios de las casas y en el campo”, describe Juan Luis Vega, exdirector de márketing de González Byass, ahora jubilado y miembro de Emparrados, y que sitúa la plantación de vides en 1961. La variedad escogida para el salto al espacio público es la vid riparia, muy resistente y que no da uvas, para así evitar la suciedad y las hipotéticas quejas de los vecinos. El coste de plantación es mínimo porque los esquejes fueron regalados por el vivero y solo hubo que abrir los pequeños alcorques pegados a la pared y la red de cableado para que las vides trepen.

Emparrado en la calle Cadenas del centro histórico de Jerez, el pasado miércoles.

La idea del Ayuntamiento jerezano (PP) es extender las cuatro calles donde ahora hay vides plantadas hasta una veintena en 2031, para así poder unir los 14 parques o plazas verdes con las que cuenta el casco histórico. Es decir, que los peatones atraviesen a buena temperatura un laberinto de calles trazado en el casco antiguo, que ocupa unos cuatro kilómetros cuadrados. De momento, una tremenda ironía recorre la calle Algarve, a un paso del céntrico Ayuntamiento: un toldo con el dibujo de las hojas de parra, pero sin su frescor y belleza naturales.

En el Consistorio jerezano también hay responsables que dudan del proyecto, ya que las parras podrían generar quejas de los vecinos, incómodos al tener un nuevo elemento bajo sus balcones. “Hacer algo diferente es un mundo en un Ayuntamiento como este, falta visión”, censuran fuentes municipales.

Emparrados dice que el 70% de las plantas ha sobrevivido tras más de medio año. Porque no todas las calles han cuajado: en Siete Revueltas solo pervive una planta de las 14 iniciales, con un palo de fregona como guía y ubicada antes de una verja que antaño cerraba la calle y ahora está oxidada e inservible. El vandalismo o las micciones de los perros y gatos callejeros son los peligros más habituales para esta vegetación plantada el pasado invierno y que ahora no supera los dos metros de altura.

El estadounidense Austin Gardner, junto a uno de sus sensores para medir los beneficios climáticos de las parras.

Sin embargo, nada más pisar la calle Cadenas, la fresca llega a los pulmones. Miguel Revuelta, accionista de las bodegas, ha extendido parte de la parra de su casa para que cubra la estrecha vía con una red de alambres. Del otro lado del muro, Revuelta mantiene un jardín luminoso con un ciprés, un laurel de indias, un limonero, un hibisco, petunias, una yedra y varias vides con vástagos infinitos. “La parra es una planta voraz. En noviembre para de crecer, su hoja cae en enero y febrero, y termina pelada en marzo. En solo un mes se vuelve a cubrir”, detalla.

Para medir con tino la diferencia de temperatura entre las calles emparradas y las soleadas, el proyecto encargó 10 sensores térmicos a la sede jerezana de la red mundial de laboratorios experimentales Fab Labs. Colocados a diferentes alturas y ubicaciones, con sombra y al sol, y en diferentes orientaciones, la semana pasada ofrecieron sus primeros datos brutos y conclusiones, entre los que destaca ese salto de hasta ocho grados de diferencia. Pero junto a la temperatura, los sensores miden la humedad, la luz ultravioleta, el índice de calidad del aire, las partículas volátiles y los decibelios.

“Es solo una idea, muy cara y original, para medir las condiciones urbanas y en el campo. Eso sí, un millón de cosas pueden salir mal y por supuesto encontramos sorpresas inesperadas en el camino, pero se trata de crear algo grande y con impacto desde cero. Lo más positivo es la cantidad de gente innovadora implicada, porque el éxito viene de esa conexión, energía y pasión entre Milán, Copenhague y Jerez”, dice el estadounidense Austin Gardner, director del Fab Lab en la ciudad gaditana.

Orson Welles visita las bodegas González Byass con las parras recién plantadas, en 1961.

El proyecto de Jerez está incluido en otro más ambicioso nutrido con fondos europeos, Palimpsest, sobre sostenibilidad en paisajes patrimoniales de Milán, Łódź (Polonia) y la ciudad gaditana, que recibirá 300.000 euros del total de 2,5 millones. “La idea es fusionar el Palimpsest con Emparrados para integrarlos como punta de lanza en la estrategia de la ciudad para la capitalidad cultural. En Jerez aprendemos del tejido local para estudiar las prácticas históricas de las bodegas junto a la renaturalización urbana y las zambombas”, ilustra Salas Mendoza, arquitecta de Nomad Garden.

Mucho antes de las vides bodegueras de Jerez, el escritor Plinio el Viejo ya citó los beneficios de las vides para soportar el calor en el siglo I: “…que en Roma una única cepa en los pórticos de Livia diera sombra a unos paseos al aire libre mediante unas umbrías pérgolas, y además suministrara ella misma doce ánforas de mosto [314 litros]”.

Calle emparrada en la Universidad australiana de Melbourne, en una foto cedida por la institución.

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Sobre la firma

Javier Martín-Arroyo
Es redactor especializado en temas sociales (medio ambiente, educación y sanidad). Comenzó en EL PAÍS en 2006 como corresponsal en Marbella y Granada, y más tarde en Sevilla cubrió información de tribunales. Antes trabajó en Cadena Ser y en la promoción cinematográfica. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y máster de EL PAÍS.
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