20 años de congresos del PP: Del amago de Esperanza Aguirre a la defenestración de Casado
El PP afronta su cónclave nacional en un escenario mucho más favorable que en anteriores ediciones con el foco puesto en el PSOE y el ‘caso Cerdán’


El PP comienza este viernes su 21 congreso Nacional (incluyendo los de sus siglas matriz: AP). Pese a estar fuera del poder de La Moncloa, el cónclave tiene lugar en un escenario político mucho más favorable que en anteriores ediciones y que pocos en el partido se esperaban hace apenas un mes. La reunión del órgano supremo de la formación, que, según sus estatutos, sirve para “aprobar o censurar” la actuación de su ejecutiva; elegir a su presidente y órganos de dirección; revisar sus cuentas y normativa interna y debatir las ideas que configurarán su oferta electoral, coincidirá con el comité federal de un PSOE en crisis tras el encarcelamiento de su secretario de Organización hasta hace apenas tres semanas, Santos Cerdán. Por primera vez en muchos años, los populares llegan a su gran cita sin ser el foco de la polémica. Lo que sigue es un anecdotario con las claves políticas de congresos del PP en las últimas dos décadas.

Año 2022: ‘Funeral’ de Casado y proclamación de Feijóo
El anterior Congreso, en 2022, fue el del funeral político de Pablo Casado —precisamente, el primer y único y hasta la fecha líder del PP elegido en unas primarias— y el de la proclamación de su sucesor, Alberto Núñez Feijóo. Se celebró en Sevilla, en la comunidad que fue durante tres décadas bastión de los socialistas y en la que hoy gobierna con mayoría absoluta el popular Juan Manuel Moreno Bonilla. El enfrentamiento con Isabel Díaz Ayuso, por quien Casado había apostado en 2019 para sorpresa de los que luego forzaron su salida, animó a muchos a cobrarse viejas deudas, especialmente con su mano derecha, Teodoro García Egea, su secretario general. Casado llevaba 1.352 días al frente del partido, tres años y ocho meses, cuando fue relevado. Sus predecesores, Mariano Rajoy y José María Aznar, habían ocupado ese cargo durante 14 años cada uno.
Aznar, que había sido el padrino político de Casado, y que había llegado a decir de él que era “un líder como un castillo”, se entregó en ese congreso ―como el resto del partido― al que todos veían como caballo ganador: Feijóo. El gallego traía un perfil de gestor y barón moderado y cuatro mayorías absolutas consecutivas en Galicia. En su último discurso como presidente de los populares, Casado quiso reivindicarse y aseguró que dejaba a su sucesor “a las puertas de La Moncloa tras una travesía por el desierto”. En la primera intervención, al cierre del cónclave, como presidente del partido, Feijóo pronunció unas palabras en las que hoy cuesta reconocerle, algunas de ellas en gallego. “Tenemos que sacar a la política española del enfrentamiento y de la hipérbole permanente. Mi proyecto es un proyecto de entendimiento (...) Yo no vengo a insultar al presidente del Gobierno. Vengo a ganarle. Moderación no es tibieza. Diálogo no es sometimiento”. Feijóo quería marcar distancias con Casado y con Vox, pero heredó los problemas de su predecesor: el dilema sobre cómo relacionarse con el partido escisión de extrema derecha y la independencia estratégica de Isabel Díaz Ayuso.

Año 2018: El trauma de las primarias tras la moción de censura
Este congreso es un buen ejemplo para ilustrar las carambolas de la política española. En febrero de 2017, el PP había celebrado su congreso con normalidad y revalidado a Mariano Rajoy como presidente del partido. Pero en julio de 2018 ―los estatutos prevén que el cónclave se celebre cada cuatro años―, los populares tuvieron que convocar otro congreso extraordinario tras la dimisión del líder, que había sido desalojado de La Moncloa por la sentencia del caso Gürtel gracias a una moción de censura que había negociado el entonces secretario de Organización del PSOE, José Luis Ábalos, hoy imputado por corrupción.
Las favoritas eran la exvicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, y la secretaria general del partido, Dolores de Cospedal, pero su vieja rivalidad las anulaba entre sí. Así lo detectó un dirigente popular que apostó desde el principio por el entonces vicesecretario de comunicación, Pablo Casado: si una de ellas caía en la primera vuelta del proceso, sus votos se trasladarían en la segunda y definitiva a Casado para evitar que ganara la eterna rival. Y eso fue exactamente lo que pasó: Cospedal quedó eliminada y movilizó todos sus apoyos, incluidos varios exministros, en contra de Sáenz de Santamaría, es decir, a favor del candidato de menos relumbrón. El proceso de primarias dejó heridas que no se cerraron hasta que Casado abandonó Génova y que hoy animan a un sector del PP a reconsiderar el modelo de elección de su líder. El heredero de Aznar, quien por cierto, no fue invitado a aquel congreso por el “desdén”, según el presidente del comité organizador, con el que había tratado al partido, ganó a la heredera de Rajoy y la formación giró a la derecha después de varios viajes de ida y vuelta —en anteriores cónclaves— al famoso “centro”.

Año 2008: Camps y Barberá al rescate de Rajoy
Es uno de los cónclaves más célebres porque se celebró en la Comunidad Valenciana, territorio que resume buena parte de la historia del PP: de los mítines multitudinarios en uno de sus principales caladeros de votos a los escándalos de corrupción. En marzo, el PP había perdido las generales y unos días antes del cónclave de junio, la entonces presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, pronunció un discurso en un foro de Abc que fue interpretado como su primer acto de campaña por el liderazgo del partido. ”No me resigno a que el Partido Popular no dé las batallas ideológicas. No me resigno a que tengamos que parecernos al PSOE para aparentar un centrismo o una modernidad. Y como no me resigno a estas y a otras muchas cosas, estoy en el Partido Popular dispuesta a dar la batalla para que los españoles conozcan de verdad la opción abierta, moderna y liberal que es nuestro partido”, dijo. En una reciente entrevista con este periódico, Aguirre explicó que, después de que el entonces director de El Mundo, Pedro J. Ramírez, la animara a enfrentarse a Rajoy, ella se lo consultó a Aznar y Francisco Álvarez-Cascos, que se lo desaconsejaron. Finalmente, la sangre no llegó al río por el apoyo decisivo que aportaban Francisco Camps y Rita Barberá, presidente de la comunidad y alcaldesa de Valencia, respectivamente. “Sabía”, afirmó Aguirre, “que presentarme era prácticamente imposible porque había que tener 600 avales de compromisarios electos, Madrid tenía 200 y a mí solo me apoyaba el País Vasco de María San Gil”.

Año 2004: La pesada sombra de Aznar
En octubre de 2004, siete meses después del 11-M, Mariano Rajoy, que al inicio del congreso había confesado que pensó en dimitir tras perder las elecciones de marzo, fue elegido presidente del PP sin rivales y con el 98,37% de los votos. Pero la crónica del cónclave de este diario recuerda que mientras que Aznar, su predecesor, logró, con su discurso, levantar varias veces de sus asientos a los compromisarios, durante la intervención del nuevo líder cientos de ellos se marcharon. La sombra del primer presidente del Gobierno que tuvo el PP pesó mucho y mucho tiempo. Aznar se arrepintió pronto de haberle señalado como sucesor y no se preocupó en disimularlo, hasta el punto de que en 2016, en un acto con el propio Rajoy, llegó a reclamar “nuevos liderazgos” en el partido y a comunicar que renunciaba a la presidencia de honor del PP para mantener su “independencia”.
También pesaba la mano de Aznar en la primera ejecutiva de Rajoy que salió de aquel congreso de 2004. Su primer secretario general fue Ángel Acebes, el ministro del Interior que insistió en la autoría de ETA cuando el mismo día de los atentados la principal hipótesis de los mandos policiales ya era la islamista. Y mantuvo como vocal electo y presidente del Comité de Derechos y Garantías a Federico Trillo, exministro de Defensa, pese al desastre y la chapucera repatriación (mezclaron restos de tres cadáveres en un solo féretro) de las víctimas del Yak-42. Rajoy se permitió, eso sí, incorporar a una joven abogada del Estado que le ayudaba a elaborar discursos y a la que reclutó, en los inicios, para temas relacionados con la política autonómica. Era Soraya Sáenz de Santamaría.
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