Todo lo que decimos sin decirlo
El cuerpo y los gestos, incluidos los silencios, resultan imprescindibles en el acto de comunicar y de aprehender lo que se comunica. Estudiarlos e interpretarlos puede mejorar nuestras relaciones sociales
Dos personas conversan tranquilamente. O, al menos, eso parece. Mientras uno de ellos habla, sus pies apuntan a la puerta. Sus palabras dicen una cosa, pero su cuerpo empieza a contar otra distinta. Escuchamos a alguien decir que está bien, pero su mirada nos evita y sus labios se aprietan. Algo no encaja y no hacen falta más comentarios. El cuerpo lo dice todo, incluso cuando callamos, fingimos o intentamos pasar inadvertidos. Como reconocía uno de los grandes padres de la comunicación no verbal, Paul Watzlawick, “no podemos no comunicar”. Tenemos la capacidad de captar las señales que emite quien tenemos enfrente de una forma u otra. Este radar intuitivo, además, puede afinarse, lo que nos ayudaría en nuestras relaciones diarias, tal y como nos enseñan los expertos en comunicación no consciente, como Juan Manuel García, miembro de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil. Además de su experiencia en el terreno, es divulgador, con más de seis millones de seguidores en sus redes sociales, y autor del reciente libro Ciencias del comportamiento (Temas de Hoy, 2025). “Lo que expresamos con el cuerpo, con la mirada o con los silencios, muchas veces es más importante que lo que decimos con palabras”, explica. En la medida que conozcamos la comunicación no consciente, asegura García, “podremos expresarnos mejor, prevenir conflictos, mejorar nuestras relaciones o, incluso, evitar engaños”.
Pero no basta con observar a los demás: también necesitamos escuchar a nuestro propio cuerpo para entender lo que sentimos. La postura que adoptamos, por ejemplo, no es un detalle menor. Un estudio realizado en la Universidad de Auckland en 2015 reveló que las personas que están erguidas en situaciones estresantes no solo se sienten más seguras, sino que también muestran una mayor autoestima, un estado de ánimo más positivo y menos miedo. Estudios posteriores de la Universidad Libre de Ámsterdam reafirmaron cómo una postura encorvada favorece pensamientos negativos. Esto sugiere que el cuerpo no es solo un reflejo pasivo de nuestras emociones, sino un agente activo que influye en cómo nos sentimos y nos recuperamos internamente. Percibir cuándo apretamos los labios, encogemos los hombros o desviamos la mirada nos permite entender mejor lo que sentimos en cada momento.
García nos propone un método en tres fases: analizar, conocer e influir. Y la primera, según los expertos, es la más difícil de todas. Ahora bien, hemos de observar los comportamientos, gestos, posturas, expresiones o microseñales del cuerpo sin sacar conclusiones precipitadas. Tampoco hemos de encasillar lo que vemos en un diccionario universal de gestos, que no existe. Por ejemplo, si conversamos con alguien que tiene los brazos cruzados no significa necesariamente que esté desinteresado o molesto, quizá esté distraído con sus propios problemas.
¿Cuántas veces hemos creído entender a alguien solo por una primera impresión? Nuestro cerebro es maravilloso, pero también resulta perezoso. Cuando conocemos a una persona, preferimos las suposiciones rápidas, los atajos o los sesgos mentales, antes que detenernos a pensar. Por ello, corremos el riesgo de confundir simpatía con competencia, o belleza con honestidad.
Al observar, merece la pena prestar atención a aquellos gestos que solemos pasar por alto. Las pupilas, por ejemplo, se dilatan con el interés o con el deseo, y se contraen con el rechazo. El parpadeo cambia de ritmo según nuestras emociones. La mandíbula, cuando se tensa y palpita, puede revelar contención emocional. Y los pies, esos grandes olvidados, como dice García, a menudo apuntan a donde realmente queremos estar.
Una vez que hemos aprendido a mirar sin tantos filtros, llega el momento de contextualizar lo que vemos. En esta segunda fase es fundamental saber cuál es la línea base o el patrón natural de comportamiento de cada persona. Como explica García, hay personas que comunican con gran intensidad, como el presidente argentino, Javier Milei, mientras que otras lo hacen con contención, como es Angela Merkel, antigua canciller alemana. Ambos estilos son naturales en ellos: hemos de conocer el comportamiento base de la otra persona para identificar cualquier desviación e indagar en la causa.
Toda la información anterior nos ha de ayudar a actuar mejor desde la comprensión. Es decir, a influir, que es la tercera fase del modelo, para crear una conexión genuina y favorecer el entendimiento mutuo. Mientras escuchamos a alguien que cuenta algo difícil —una enfermedad o una pérdida—, si parpadeamos lenta y suavemente nuestro cuerpo expresará mayor empatía. O si queremos el apoyo de alguien para un proyecto y detectamos una señal de protección, quizá valga la pena parar la exposición y reconducir la conversación hacia preguntas que le resulten cómodas para la otra persona y relajar el ambiente.
Entender al otro —y también a nosotros mismos— no comienza con una respuesta, sino con una pausa. Una observación atenta. Una mirada sin juicio. Porque, a veces, lo que no se dice en voz alta es lo que más nos une.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.