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¿Cómo saber cuándo es el momento de dejar un trabajo? Las vacaciones son una buena época para pensarlo

Un empleo puede dar sentido a nuestra vida y ser una recompensa mental. Sentirnos útiles es clave para vivir mejor

Cuando el trabajo ya no nos llena

Las vacaciones son mucho más que un paréntesis. Pueden ser una oportunidad para parar y mirar con perspectiva nuestras relaciones y, por qué no, nuestra vida profesional. El trabajo no solo nos ayuda a pagar las facturas; también es un medio para crecer, para dotar de sentido a nuestro día a día y aportar a algo en lo que creemos. No existe el empleo perfecto, pero en ocasiones nos replanteamos si estamos en el lugar adecuado. El 79% de los trabajadores reconoce no estar comprometido con lo que hace, según Gallup. Si una persona pasa demasiado tiempo estancada o a disgusto, está claro que está malgastando parte de su vida.

Necesitamos identificar las señales que invitan al cambio. Más allá de las líneas rojas evidentes, como no compartir los valores de la empresa o sufrir comportamientos abusivos, existen otras más sutiles. Las señales del cambio aparecen cuando entra en crisis alguno de los elementos que nos ayudan a realizarnos: nuestra energía personal, la contribución que realizamos o nuestro nivel de bienestar, explica José Conejos, consultor y experto en acompañar a personas en momentos de transición profesional.

El primer elemento, la energía, tiene que ver con el disfrute y el reconocimiento por alcanzar nuestros objetivos, incluso si son desafiantes. Cuando llevamos demasiado tiempo haciendo lo mismo, lo que nos mueve deja de ser la motivación y pasa a convertirse en inercia. Las escasas oportunidades de aprendizaje, la falta de retos o el reconocimiento insuficiente merman nuestra energía.

El segundo componente es la contribución. Los puestos tienen ciclos. Y conviene reconocer cuándo se ha cerrado un ciclo real. En el trabajo necesitamos aportar algo, más allá de cumplir con el horario. Si sentimos que nuestro trabajo ha perdido sentido o que lo que hacemos ya no genera el valor esperado, permanecer ahí puede convertirse en una renuncia silenciosa a nuestro crecimiento.

El tercer elemento es el bienestar. Si estamos en el lugar adecuado, incluso si el trabajo es exigente, podemos sentirnos plenos. Un entorno sano no nos drena, nos acompaña en nuestro desarrollo, y eso se refleja en nuestra salud física y mental. Sin embargo, ciertas actitudes de jefes o compañeros, o una carga de trabajo excesiva pueden hacer que nuestro bienestar se deteriore y se convierta en una señal clara de cambio.

Cualquiera de los indicios anteriores puede actuar como una alarma interna. “No significa que tengamos que actuar de forma impulsiva, pero sí son señales que nos invitan a reflexionar: ¿es este realmente el lugar donde quiero seguir trabajando?”, comenta Alejandro Melamed, autor del libro El futuro del trabajo ya llegó y uno de los expertos en la materia. Sabemos que cambiar de trabajo no es fácil, pero siempre podemos explorar otras alternativas, incluso dentro de la misma organización. “No se trata de ejecutar un cambio inmediato, pero sí de poner la mente en esa dirección. Cuando lo hacemos, nuestra forma de actuar cambia: comenzamos a movernos de otra manera, con más foco y claridad”, añade. Y el primer paso consiste en definir qué queremos.

Dedicar tiempo a reflexionar sobre el tipo de trabajo o el entorno laboral que nos ayudaría a sentirnos bien es el punto de partida para el cambio. Para ello, vale la pena atreverse a pensar fuera de los marcos actuales; es decir, más allá de la organización en la que estamos, nuestro puesto o lo que hemos estado haciendo durante años, aunque solo sea como ejercicio creativo que nos aporte ideas.

En segundo lugar, “debemos establecer nuestra red de contactos o referencias, para identificar a quiénes podemos acudir y dónde podríamos encontrar oportunidades”, recuerda Melamed. No basta con identificar personas: hay que hablar, conversar con quienes ya estén en los entornos a los que deseamos acercarnos.

Tan importante como no detenernos es avanzar, por eso, necesitamos crear el hábito de invertir tiempo en nuestra trayectoria profesional, que no necesariamente debe confundirse con la carrera. Esta última suele tener una connotación competitiva. En cambio, la trayectoria es un camino de crecimiento cotidiano, y nos ayuda a no estancarnos. Jesús Vega, autor de La empresa sensual y exdirectivo, recomienda dedicar un 5% de nuestro tiempo —incluso dentro del horario laboral— al cultivo de relaciones, al cuidado de la agenda, a la formación continua o a la revisión de nuestras motivaciones. Como afirma Vega: “La trayectoria profesional debe verse como una partida de ajedrez: lo más importante no es la siguiente jugada, sino la segunda, la tercera, incluso la cuarta”. Puede que algunos movimientos lleguen por casualidad, pero la mayoría hay que provocarlos.

Por último, sentirse estancado o insatisfecho en el trabajo debería ser una llamada a la acción. Una acción que puede implicar cambiar de organización, de puesto o, al menos, de conocimientos o de actitudes. Si permanecemos demasiado tiempo insatisfechos, terminaremos pagando un alto precio personal. Salir de ahí puede implicar dar un paso atrás para después avanzar, o un paso lateral para abrir una nueva vía. Pero lo esencial es recuperar nuestro poder de decisión y recordar que el rumbo también se construye desde dentro.

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