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POLÍTICOS
Columna
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La palabra estilo

Es un término que se usó siempre para definir el matiz diferente y ahora, en cambio, se utiliza para hablar de lo que debería unificarnos: un estilo de vida

Definición palabra estilo
Martín Caparrós

Por el estilo se mataron marqueses con estiletes muy estilizados y armas por el estilo: el estilo era lo que distinguía a los que podían pagarlo de los que no, una forma de cargar sobre sus cuerpos sus fortunas. Pero existió también —y a veces sobrevive— el estilo de una escritora, de un cantante, de quien haga algo que pueda llevar un toque propio. La palabra estilo se usó siempre para definir el matiz diferente y ahora, en cambio, se usa para hablar de lo que debería unificarnos: un estilo de vida, dicen, “un estilo de vida”.

Y hablan del estilo de vida de una nación, de un pueblo. Esos políticos tristes recurren últimamente a la más triste trola: que quienes vivimos en un mismo territorio debemos tener las mismas ideas, los mismos dioses, las mismas diversiones, la misma —incluso— raza. Nuestro estilo de vida.

Y lo dicen —los políticos tristes— para intentar la más artera de las tretas, la más despreciable: convencer a millones de personas de que deben defender ese “estilo de vida” contra aquellos que querrían cambiarlo. En un mundo globalizado hay pocas estupideces más estúpidas. Está claro que Taylor Swift no formaba parte del estilo de vida de los españoles en 1998, así como la penicilina no formaba parte en 1934 ni trasladarse en coche formaba parte en 1898 ni hablar esta lengua formaba parte en 1312. El estilo de vida de un pueblo, si lo hay, cambia todo el tiempo y es la amalgama de innumerables aportes llegados de innumerables lugares. Si se impone la idea contraria habrá que esperar que los cretenses no lancen una campaña contra nuestra apropiación de las corridas de toros o los ingleses no nos denuncien al Tribunal de La Haya por jugar al fútbol. Lanzar las sordas hordas a defender su estilo de vida contra unos señores y señoras porque rezan tan parecido a ellos pero no igualito necesita mucha ignorancia y mucho resentimiento. El problema es que parece haber muchas personas con superávit de ambos: personas que sienten, con justicia, que esta sociedad no les ha dado lo que merecen y necesitan encontrar culpables.

Para que no miren donde deberían, para que no se pregunten por qué los bancos y las eléctricas y algunos señores y señoras ganan fortunas tremebundas mientras ellos penan cada pan, no hay nada más fácil, más clásico, que poner la mira sobre los —supuestamente— diferentes. Es gracioso: no hay nada más diferente de un joven parado de Entrevías que la señora Botín, pero los tristes los convencen de que el realmente distinto, el que los amenaza, es otro joven parado con apellido magrebí.

Y funciona, parece que funciona. Lo difícil es entender por qué ahora: hace décadas que los creyentes musulmanes de un pueblo murciano celebran dos veces por año sus ceremonias en el polideportivo local y eso nunca molestó a nadie. Ahora, de pronto, esos rezos se transforman en una amenaza a nuestro estilo de vida por lo menos tan potente como bailar reguetón en vez de jotas. Y los oportunistas tristes sacan su ventaja: señalan a estos creyentes como culpables de todas las desgracias de los desgraciados —y los desgraciados desgraciadamente se lo creen. Acabo de ver un documental espeluznante sobre el campo de concentración nazi de Bergen-Belsen: muestra lo que pasó cuando un pueblo se creyó que un grupo de personas aparentemente diferentes tenía la culpa de sus problemas.

El poder de las ideas estúpidas está en que no es fácil encontrarles respuesta. Yo propondría una más o menos a la altura: que todos aquellos que están preocupados porque los inmigrantes —sobre todo musulmanes— amenazan nuestro estilo de vida, se pregunten qué otras cosas lo amenazan en su vida diaria. Que, por ejemplo, antes de mandar el niño a la escuela se pregunten si no están rompiendo nuestro estilo de vida que, hace unas décadas, implicaba que sólo dos de cada diez españoles supieran leer y escribir. O que, por ejemplo, antes de echarse un polvito con su compi se pregunten si no están rompiendo nuestro estilo de vida al contradecir, con jodida flagrancia, los mandamientos de su religión.

Digo, maneras de desarmar los argumentos más inmediatamente desarmables. Ya vendrán otros, más o menos tarados. Pero espero que el racismo y el miedo al —tan poco— diferente no cuelen en una sociedad que siempre se pensó mejor que eso. No me hagan caso, que si sigo así terminaré diciendo que el estilo de vida de los españoles consiste en no ser tan tontos, en pensar por sí mismos, en no dejarse llevar de la nariz por un par de infelices —y más bobadas, todas por el estilo.

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Sobre la firma

Martín Caparrós
Escritor, periodista. Premios Ortega y Gasset, Moors Cabot, Roger Caillois, Terzani, Herralde, entre otros. Más de 50 años de profesión, más de 40 libros publicados en más de 30 países. Nació en Buenos Aires, que lo nombró "Ciudadano ilustre", en 1957; vive en Madrid. Su último libro es 'Antes que nada'.
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