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John Fogerty, leyenda del rock: “Me siento bien cuando toco y cuando veo a la gente feliz”

El líder de Creedence Clearwater Revival ha dejado atrás la tormentosa historia de la mítica banda que se disolvió en 1972 tras cinco años de éxito fulgurante. Símbolo de un momento histórico del rock americano, acaba de lanzar nuevo disco

John Fogerty
Fernando Navarro

Sentado en un sofá, John Fogerty (Berkeley, 80 años) está esperando como una estatua de sal en lo profundo de una sala de reuniones del hotel cuando, en un movimiento lento, se levanta y se disculpa. “¿Te importa que salude a mis nietas antes de empezar?”, pregunta. Su tono es educado y casi de apuro. La entrevista lleva un retraso de 45 minutos y no esperaba que, por la puerta por la que ha llegado el último periodista de la mañana, apareciesen sus dos nietas, que achuchan al abuelo sin apenas levantar la voz porque saben que está trabajando. A pequeños pasos, Fogerty regresa al sofá, toma asiento, estrecha la mano y suelta: “Discúlpame, está siendo una mañana sin respiro y no hay nada mejor para un abuelo que ver a sus nietas. Siento tanto retraso”.

La voz de uno de los cantantes más reconocibles de la historia de la música popular, cuyas canciones para Creedence Clearwater Revival suelen ser de las que más se pinchan en los programas de radiofórmula rock de todas partes del planeta, suena como la de un jilguero, frágil y melosa, bastante distinta a la afilada y aguda, como la de un lince de los pantanos, que atraviesa el alma en cada estribillo. Esta leyenda en vida del rock norteamericano lleva su look habitual: vaqueros claros y camisa azul oscuro de franela y cuadros a juego con su pañuelo en el cuello. Es el look Fogerty, tan reconocible sobre un escenario como podría ser el de Angus Young con los pantalones colegiales o el de Iggy Pop con el torso desnudo. Educado y tranquilo, sus ojos castaños se clavan como si fueran uno de esos riffs tan suyos con los que uno no puede nada más que maravillarse por su fuerza, pero también por su misterio. “Me encanta la música y no sé… Me siento bien cuando toco y me hace sentir bien cuando veo a la gente feliz”, explica sobre los motivos para seguir al pie del cañón con la publicación de un nuevo disco, Legacy: the Creedence Clearwater Revival Years (Concord / Music As Usual), y una gira que le trajo a España el pasado mes de junio durante el Azkena Rock Festival de Vitoria.

El músico estadounidense con sus hijos Shane y Tayler, durante la actuación en la sala Earth de Londres el 18 de junio pasado.

El encuentro con Fogerty transcurrió en un hotel del Soho de Londres cuatro días antes de su actuación en Vitoria. La capital británica había amanecido con un sol radiante y alegre como si quisiera rendir su propio homenaje a la visita del gran compositor de Creedence Clearwater Revival, cuyo cancionero efusivo y luminoso se antoja como un motivo para ser feliz. “Si te soy sincero, ahora me hace sonreír oír que esas canciones con la banda son tan celebradas”, reconoce. “Y, si es así, es porque ahora he recuperado los derechos editoriales de mis propias canciones. Oír ahora hablar bien de estas canciones es muy diferente a oírlo hace 10 años. Entonces, había una sombra en todo mi pasado. Era infeliz, pero ahora me hace sentir muy bien”. Como su propio nombre indica, Legacy: the Creedence Clearwater Revival Years reinterpreta su legado con la banda de la que siempre fue su único compositor. “Es una celebración. Quería mostrar la alegría que siento al tocar estas canciones con mi familia, así que el disco se convirtió en una especie de asunto familiar”. En el álbum, que cuenta con la producción ejecutiva de su esposa, Julie Fogerty, participan sus hijos Shane y Tyler. “Quería transmitirles mi tradición. Fue una sensación maravillosa”, reconoce, y repite la palabra “maravillosa” en dos ocasiones mientras cierra los ojos.

Me encanta la música y no sé... me siento bien cuando toco y me hace sentir bien cuando veo a la gente feliz
John Fogerty

Hoy, Fogerty se ve feliz. Durante muchos años fue todo lo contrario. Un ser enfrentado al mundo y, especialmente, a su propia banda, de la que renegó hasta reconocer que fantaseaba con reventar con un bate de béisbol sus discos de oro. Tenía sus motivos. Él había creado y tirado de un grupo que formó a finales de los sesenta con su hermano mayor Tom (guitarrista), Doug Clifford (baterista) y Stu Cook (bajista) y que, en tiempo récord —entre el verano de 1968 y las Navidades de 1970—, publicó seis álbumes y redefinió el mapa de la música norteamericana situándose como una referencia de primer nivel en mitad de una época contracultural. Llegaron a lo más alto en los años de The Beach Boys, The Beatles y The Rolling Stones, y catapum: cayeron de inmediato. El dueño de su sello discográfico, Saul Zaentz, los engañó con contratos esclavistas y se quedó con todos los derechos de las canciones. El grupo se disolvió en 1972 y el calvario fue a más: el resto de la banda, incluido su hermano, se enfrentó a él y decidió aliarse con Zaentz con el fin de ver algo de dinero de un cancionero tan jugoso como el de la Creedence. Fogerty se mantuvo en su sitio contra todos y vio cómo le asestaron otra puñalada: pactaron sin su permiso vender canciones a anuncios televisivos.

Una foto de la Creedence Clearwater Revival , que se disolvió en 1972.

Tal y como contó con todo lujo de detalles y bilis en sus memorias, Fortunate Son, traducidas al español por la editorial Neo Sounds, todo este infierno le llevó a la ruina, a no querer tocar sus canciones y a acabar alcoholizado y depresivo. “Mis compañeros siempre quisieron ser galanes de Hollywood y no músicos”, escribió en su autobiografía. “No éramos IBM: éramos cuatro tíos que habíamos hecho un pacto”, aseguró en el libro. Dejó de hablarse con todos y sucedieron hechos ilustrativos sobre el rencor en ambos lados: cuando la Creedence Clearwater Revival entró en 1993 en el Salón de la Fama del Rock, Fogerty no se rodeó de sus antiguos compañeros, sino de Bruce Springsteen y Robbie Robertson. Como respuesta, Doug Clifford y Stu Cook, ya sin Tom Fogerty que murió en 1990, decidieron crear Creedence Clearwater Revisited, una banda que durante casi tres décadas tocó las canciones compuestas por el autor que repudian y al que no le llegaba ni un solo dólar de derechos. Pero eso se acabó. John Fogerty ha recuperado lo que es suyo. “Desafortunadamente, no he vuelto a hablar con ellos desde que pasó todo. Toda comunicación se hace siempre a través de mis abogados”, dice con tranquilidad. “Toda mi experiencia me ha llevado a dar este consejo a mis hijos: en cuanto a los contratos, debéis tener un buen abogado. Buscaos alguien competente que sepa leer todo antes de firmarlo”. Y, con el gesto serio, sin eludir nada de un tema del que durante muchos años no quería hablar, añade después de una pausa: “Y luego, no sé, probablemente tendría que decirles algo más: debéis trabajar con gente que os caiga bien y que parezca que os está ayudando. No perdáis el tiempo con gente que no os cae bien o que simplemente os hace perder el tiempo. Sucede a menudo que uno se encuentra con gente de ese tipo”.

El caso Creedence Clearwater Revival ha pasado a la historia de la música como un ejemplo de los demonios que puede haber detrás de un gran éxito. Un relato de terror en el que un músico a la altura de los mejores compositores del rock acaba rechazando su propia música y sufriendo un martirio. Y, aun con todo, nada de ese drama puede empeñar el cancionero de una banda que consiguió un sonido definitivo. Al igual que existe el concepto de “gran novela americana”, si se aplicase a la música para intentar encontrar la gran canción americana, este grupo sería candidato con todas las credenciales. Porque la Creedence es como si pusiese música a las aventuras de Tom Sawyer y Huckleberry Finn a la vez: pletóricas composiciones de no más de cuatro minutos que mezclan rock primigenio, rhythm and blues y swamp y que, impulsadas por poderosos riffs, guardan, según su autor, “un ritmo de arena y vaselina”. “De joven, no paraba de escuchar música de la colección de discos de mi casa”, explica en Londres. “Tenían un gancho determinado. Hablo de artistas que me influenciaron, como Lightnin’ Hopkins, Howlin’ Wolf o Bo Diddley. Todos eran personas que tenían ese toque propio de Luisiana. Es un toque misterioso porque la música pop tiende a ser más directa e intenta mantener el mismo ritmo todo el tiempo mientras que esta otra música tiene más misterio. Hay una cadencia distinta a la que aspiré”.

La banda en sus tiempos de éxito, al final de los sesenta. El último de la foto es John Fogerty.

El mérito fue conseguir ese sonido tan radiante como pantanoso desde las entrañas del barrio de El Cerrito, a las afueras de San Francisco, durante el verano del amor, es decir, a finales de los años sesenta y a contracorriente de la psicodelia californiana. “Ciertamente éramos diferentes”, explica Fogerty. “La mayor parte de San Francisco era psicodélica. Todo giraba mucho en torno a las drogas. Ahí estaban algunas de las bandas más famosas, como Grateful Dead o Jefferson Airplane. Había mucha improvisación y tienes que ser muy bueno para improvisar hasta donde el público pueda seguirte, a la manera del jazz. Yo creo que mucho de ese rollo era aburrido y había mucho público que pensaba igual, pero la gente fingía porque, en el fondo, no tenían ni idea. Yo estaba en medio de todo eso y sentía que nadie sabía realmente lo que estaba pasando. Buscaban una banda sonora para la desorientación y yo no quería eso”. Fogerty, que siempre rechazó las drogas y calificó como “gilipollas y bufón” a Timothy Leary, padre del LSD y gurú del hippimismo, se revuelve un poco en el sofá y añade: “Quería dar música más centrada y presentar las canciones como entidades completas. Intentaba ser conciso. Y quería ser lo más enérgico posible. Que la gente se quedase con ganas de ir a por la siguiente canción porque había un ritmo que no se podían quitar de encima”. De esta forma, la Creedence fue la mejor respuesta de Estados Unidos al éxito fulgurante de The Beatles. El propio Fogerty reconoció en una entrevista con EL PAÍS en 2014 que su banda era la mejor de la historia tras The Beatles. Sin embargo, la rivalidad de los de Liverpool siempre se centró en aquella época en otra entidad 100% norteamericana: The Beach Boys. Por tanto, dos grupos californianos abanderaron la cúspide estadounidense en la edad dorada del pop. No han pasado ni 10 días de la muerte de Brian Wilson, principal compositor de The Beach Boys, y Fogerty tiene clara ahora una reflexión al respecto con uno de sus competidores por liderar la gran canción americana: “Brian Wilson fue maravilloso, el mejor compositor de la historia. Era gigante. Nos habíamos visto un par de veces. Creo que su música es la mejor. Yo canto sus canciones todo el tiempo”.

Se lo digo a mis hijos, en cuanto a los contratos, debéis tener un buen abogado que sepa leer todo antes de firmarlo
John Fogerty

Fuera de competiciones innecesarias, Fogerty es un emblema norteamericano, un estandarte reconocible, que vivió en primera persona la época convulsa de la contracultura, criticó la guerra de Vietnam y que hoy observa el presente desde su condición de anciano. “Cuando era joven en esos años, había esperanza sobre el futuro y siempre pensé que era algo maravilloso. A finales de los sesenta, nos llamaban hippies, pero pensábamos que podíamos cambiar el mundo y realmente lo creíamos. Quizá éramos ingenuos, pero la cultura juvenil reflejaba eso. Durante mucho tiempo, nos alejamos de eso”. A principios del siglo XX, también lideró la gira Vote for Change, que, junto a Neil Young, Bruce Springsteen, R.E.M. o Pearl Jam, pedía la salida de George W. Bush de la Casa Blanca tras las guerras de Afganistán e Irak. Actualmente, no duda en su diagnóstico: “Quizá sea porque la situación política estadounidense es muy similar a la de los sesenta, pero veo hoy en día cada vez más jóvenes empezando a hablar y a sentir de la misma manera sobre los conceptos de justicia e igualdad. El señor Trump me recuerda mucho al señor Nixon”. Pero, como tantos artistas estadounidenses que saben que Trump actúa con represalias, habla sin querer profundizar mucho sobre la situación y tensa la mirada: “Creo que al señor Trump le gusta que todo sea como el señor Trump quiere que sea y quizá sea momento de hacer algo al respecto”. Es, entonces, cuando su agente de prensa, sentada en otro sofá, al oír de nuevo la palabra Trump, se levanta para dar por finalizada la entrevista.

John Fogerty, antes de su presentación en la sala Earth, en el este de Londres, en junio de 2025.

Con educación, Fogerty concede un par de minutos más y dice: “Me esperan mis nietas”. Las dos aguardan de pie al fondo del amplio salón. Suelta media sonrisa al percatarse y, entre tanto, confiesa que una canción que le hubiese encantado escribir hubiese sido ‘When a Man Loves a Woman’, de Percy Sledge. Y, entre tanto cancionero imbatible compuesto por él, asegura que se queda con ‘Joy of My Life’, incluida en su disco Blue Moon Swamp, de 2017. Sorpresa. “Es la canción que le compuse a mi esposa”, señala. Y, entonces, John Fogerty, la leyenda en vida, el lince de los pantanos en época hippy, pero también el marido y el abuelo, se levanta con una inmensa sonrisa al encuentro de sus nietas.

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Sobre la firma

Fernando Navarro
Redactor cultural especializado en música. Pertenece a El País Semanal y es autor de La Ruta Norteamericana. Crítico musical en Cadena Ser. Pasó por Efe, Abc, Ruta 66, Efe Eme y Rolling Stone. Ha escrito los libros 'Acordes Rotos', 'Martha', 'Maneras de vivir', 'Todo lo que importa sucede en las canciones' y 'Algo que sirva como luz'. Es de Madrid.
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