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El Cipriani de Venecia, el hotel gatopardista: cambiar todo para que nada cambie

Emblema de la ‘dolce vita’ desde los años cincuenta, el Cipriani renueva su forma sin alterar el fondo. Una reforma en varias etapas con el provocador sello del arquitecto de interiores Peter Marino, que aúna tradición y artesanía local, el talante estético de sus inicios y el arte contemporáneo en un ejercicio de eclecticismo sobre la laguna veneciana.

Hotel Cipriani de Venecia

Canta la cigarra y llueve en Venecia. El diluvio obra maravillas en el clima tropical de la laguna, pero, en una ciudad flotante sin apenas espacios verdes, para oír el milagroso chicharreo que lo invoca (cuentan que el chirriar de los insectos es una plegaria al cielo para que mande agua cuando el calor ya no se puede aguantar) hay que cruzar de canal hacia la Giudecca. Insospechadamente a salvo aún de la marabunta turística, la isla de pescadores que mira a San Marcos desde su orilla septentrional abunda en árboles, huertas y jardines frondosos. En los del hotel Cipriani, bautizados Casanova en honor del gran libertino italiano, la coral cicádida entona su propia canción anunciando la temporada alta del dolce far niente.

Hace ya casi siete décadas que el Cipriani, un hotel Belmond (el nombre es así, compuesto, sello de marca en honor de la cadena que lo compró en 1976) concita lo mejor de cada casa, que se dice, entre aristócratas europeos, patricios estadounidenses, nuevos ricos de fortuna global, intelectuales y artistas de fama planetaria. Más allá del atractivo del destino, la atmósfera glamurosa, las instalaciones de lujo y el servicio exquisito, la razón más poderosa para tan elitista concentración resulta obvia en cuanto se pone un pie en el embarcadero meridional, el muy exclusivo acceso del establecimiento: la impagable privacidad. En sí mismo, el lugar es una isla dentro de una isla, con una panorámica de 270 grados sobre la laguna, San Giorgio Maggiore y su iglesia de Andrea Palladio flanqueada de bosques al este, la barrera arenosa del Lido al sur, la histórica fachada eclesiástico-palaciega del núcleo urbano principal al norte y el mar interior perdiéndose al oeste. Cerca de 1,5 hectáreas de ubicación privilegiada sobre las que ha cimentado una leyenda hotelera. El Cipriani es una institución, ligada por igual a sus viejas tradiciones y al moderno devenir cosmopolita de la ciudad. Cómo poner al día tamaño legado, he ahí la cuestión resuelta por fin este verano.

Hubo ruido en las redes sociales cuando se supo que al Cipriani le iban a la lavar la cara y renovarlo por dentro. Para qué arreglar lo que no está roto. Sobre todo, ese emblemático vestíbulo, con su recepción de maderas nobles, su suelo de terrazo veneciano y su gran chimenea de piedra. La ejemplar solución salomónica tomada finalmente ha dejado boquiabiertos a todos: la esencia del espacio sigue intacta, con los elementos originales inalterados, pero lo que antes era un pasillo angosto ahora se abre en un suntuoso vestíbulo, ganado al derribar la pared lateral y el par de estancias que había detrás, dejando que se haga la luz. Es, claro, la pièce de résistance del proyecto de reforma encargado a Peter Marino, el arquitecto de interiores favorito del lujo. Que el supergrupo Louis Vuitton Moët Hennessy (LVMH) sea el actual propietario del hotel —tras adquirir la cadena Belmond en 2018, una operación cifrada en 2.800 millones de euros con la que el conglomerado francés extendía sus intereses al muy lucrativo terreno del turismo premium— explica la elección del extravagante neoyorquino.

“Los lugares excepcionales precisan de talentos excepcionales. Marino es arquitecto, pero también artista, que se ocupara de esta renovación era algo natural”, razona Thomas Schwall, director general del Cipriani, un hotel Belmond. “Además, como copresidente de la Venetian Heritage Foundation [organismo privado que vela por la preservación del monumental patrimonio veneciano], nadie mejor que él iba a entender nuestra historia y su significado: sabe perfectamente lo que se puede tocar y lo que no”, continúa, rendido al trabajo del interiorista: “Presenciar esa mente creativa en acción resulta fascinante. Es un proceso de filigrana matemática, en el que cada decisión y elección debe encajar: la luz, las texturas, los colores, el mobiliario, las obras de arte. El tinte definitivo de las paredes del lobby lo eligió apenas un mes antes de terminar, después de observar la manera en que incidía la luz. Fue como verlo realizar una pintura en tiempo real”. Amén del flamante vestíbulo-recibidor y la biblioteca contigua, el arquitecto/artista se ha encargado de las 13 suites junior con balconadas al jardín Casanova y las dos formidables suites, la presidencial Serenissima en el primer piso y la Laguna (favorita de Andy Warhol a mediados de los años setenta, allí donde inmortalizó al diseñador de interiores Jed Johnson en una serie de polaroids), concebidas como genuinos apartamentos venecianos. Y eso es solo el principio.

Inaugurados en mayo, los espacios renovados suponen la primera fase de una reforma integral que se prolongará hasta 2028. El próximo año será el turno de otras 25 habitaciones y, el siguiente, le tocará al spa y las áreas de restauración, incluyendo el fenomenal restaurante Oro que comanda la chef Vania Ghedini —bajo la tutela de Massimo Bottura— y cuya modernísima interpretación de la cocina local le ha valido una estrella Michelin. La emblemática piscina de agua salada, la más grande de la ciudad, será la última en conocer la mano de Marino. “Hablamos de una reforma estructural, nada más. La piscina es uno de esos elementos que no es posible alterar por consideración al cliente: tenemos una huésped habitual que aprendió a nadar en ella de pequeña, en los años sesenta, y ahora mismo está aquí, con su nieta”, informa Schwall.

“Nuestra clientela es única, tanto que, más que huéspedes, lo que ha conseguido el Cipriani es formar su propia sociedad. Son clientes que se convierten en amigos, que nos consideran familia. Por eso decidimos no cerrar durante los casi cuatro años de obras, porque era importante mantener el ritmo de la villeggiatura [equivalente italiano a nuestro veraneo, pero con el matiz de estancia vacacional prolongada] para ellos”. Y remata a propósito del remozado: “Este siempre ha sido un hotel dinámico, según la idea de su fundador, el visionario Giuseppe Cipriani. No tenemos intención alguna de quedarnos congelados en el tiempo”.

De ese conciliar elementos de características y origen diversos que lleva a gala el complejo hotelero en sí (que comprende un viejo astillero, el palacio Vendramin del siglo XV y uno de los granai de la antigua República de Venecia, hoy espacio para eventos dotado con tecnología punta), dan fe igualmente los detalles ornamentales y artísticos elegidos por Peter Marino con evidente intención provocadora. Junto a las monolíticas mesas de bronce blanco encargadas a Vincenzo De Cotiis para la recepción del nuevo vestíbulo se alinean espejos venecianos del siglo XVIII y lámparas de pie de los años setenta. En la biblioteca, conviven mesas auxiliares de acero firmadas por Albert Paley en 2016 y butacas de los cincuenta con el sello de Martin Eisler y Carlo Hauner. Antigüedades exquisitas y obras contemporáneas (Hans Hartung, Milton Resnick, Carla Accardi, Julian Schnabel, Emilio Vedova, Vik Muniz, Conrad Marca-Relli) van de la mano en suites y áreas comunes. La idea es que el hotel albergue su propia colección de arte. Dice su director, para el caso, que eso no es lo más valioso del establecimiento: “Lo que hace del Cipriani una leyenda hotelera desde 1958 es el talento de su equipo”. Inestimable capital humano, Sebastiano Scomparin es una de esas figuras clave: más de 22 años al pie de la conserjería, algo más de dos como jefe de conserjes. “Tienes que estar abierto a los cambios y no perder nunca la curiosidad. Aunque, en realidad, con huéspedes de esta categoría los cambios nunca son extremos”. En el Cipriani, un hotel Belmond, todo cambia para que todo siga igual.

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