Nao Albet y Marcel Borràs: 20 años jugando en serio a hacer teatro
Actores, directores y dramaturgos, trabajan fuera de la norma. No conocen las palabras miedo ni límites. Por eso tal vez preparan una ópera sobre la masculinidad


Los chavales juegan, pero después los chavales se cansan, tienen sueño y les toca hacer cosas que no quieren hacer. A Nao y Marcel se les escapan los bostezos acumulados. Hablar con una periodista debe ser similar a tener que explicar las reglas del juego de algo a alguien que no ha jugado nunca. Pero la charla se irá animando y llegará el momento de las fotos y será entonces cuando dejarán de estar sentados en dos sillas, posarán subiéndose uno encima del otro, le harán bromas a uno de los técnicos, encenderán la máquina de humo del escenario y no les importará tener que recargarla dentro de 15 minutos, cuando la función esté a punto de comenzar. El juego ahora es este y lo que venga después será otra cosa.
Nao Albet (Barcelona, 35) y Marcel Borràs (Olot, Girona, 36) son actores, dramaturgos, directores, diseñadores escénicos, de sonido, de iluminación, de vestuario y asesores de artes marciales si uno sigue a pies juntillas lo que dice de ellos el programa de mano de la obra De Nao Albet y Marcel Borràs, una pieza de autoficción que recorre su pasado como amigos y dúo artístico, que anuncia cómo será su última obra y que profetiza sobre su separación. Llevan 18 años juntos y 10 pensando en cómo será su ruptura.
Aunque pueda parecerlo, nada en Albet y Borràs es aleatorio ni casual, excepto el día en el que se conocieron. Albet es hijo del flautista, compositor, fundador de BCN 216 y referente de la música contemporánea David Albet. La vida sonora de Nao está marcada por los compositores europeos del siglo XX. “Claro, llevas a un niño de siete años a un concierto de György Ligeti, de dos horas y media de ruidos raros, y el niño se quiere morir”, explica Albet. El destello llegó tres años después cuando vio Black on White, una pieza músico-teatral del compositor alemán Heiner Goebbels en la que los músicos, además de tocar instrumentos, jugaban a las palas, se lanzaban pelotas de tenis y conquistaban el espacio escénico.
Marcel Borràs es hijo de un payaso y una cuentacuentos. Jordi Borràs y Paula Hernández dejaron Barcelona para mudarse a Olot. “En plan con 25 años, rollo hippies…, y allí es donde nací yo”, cuenta Borràs. A los siete años lo apuntaron a clases de teatro con el director, pedagogo y activista cultural Pep Mora. “Él fue para mí la puerta de entrada al teatro”, recuerda Borràs, “del teatro como herramienta expresiva y como una herramienta de juego”. El destello le llegó —como a Albet— tres años después, cuando su madre le llevó a ver Compré una pala en Ikea para cavar mi tumba, del dramaturgo y director Rodrigo García, una obra con una atmósfera repleta de provocación física, escatológica y violenta. “Y a mí esto me petó la cabeza siendo un chaval”.
Como si uno viniera de la cabeza y otro de las manos, los dos se encontraron con 15 años cuando formaban parte del elenco de adolescentes que conformó Tot és perfecte, del director Roger Bernat. Aquel verano viajaron al Festival Citemor, en Montemor-o-Velho, Portugal, donde crearon la obra, junto a Bernat, a base de ensayos e improvisaciones. “En aquella época, Nao hacía vídeos emulando a los de Jackass [aquel programa de la MTV en la que un grupo de hombres vigorosos jugaba a hacerse daño y a meterse cosas por sus orificios]”, explica Roger Bernat al teléfono, “y Marcel había hecho cosas de clown y entendía el teatro como eso que está al margen de la cultura”. El poeta Joan Brossa decía que el teatro no es una fruta que cuelga del árbol de la literatura “y Nao y Marcel entendían esta idea de una manera muy intuitiva”, apunta Bernat.
A Nao le gustaba de Marcel que fuera un intelectual sin ser pedante, que había leído a Salinger, que era fanático del Dogma 95. Como en el amor, se eligieron. “De repente, estaba clarísimo, teníamos que empezar a hacer teatro nosotros”, dice Albet. Al año siguiente se plantaron en el despacho del director Àlex Rigola y le vendieron Teenager Experience: Straithen con Freigthen, una pieza en la que luchaban, hacían mimo, se comían un pez vivo y lo vomitaban (tal y como hacían los Jackass), y que estrenaron en 2007, dentro de la primera edición de Radicals al Lliure.

Marcel Borràs pronto sintió la responsabilidad de que, además de jugar y divertirse, debían añadir una visión más crítica con el mundo. Continuaron su trayectoria conjunta con Guns, Childs and Videogames (2009). En 2012 adaptaron La monja enterrada en vida, basada en un texto de guiñol del siglo XIX de Jaume Piquet. Después, construyeron el binomio Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach y Mammón que los colocó en boca de todos. En 2018, llegó Falsestuff. La muerte de las musas. Cierran con De Nao Albet y Marcel Borràs, estrenada en el Teatre Nacional de Catalunya y en el Matadero de Madrid, donde ahora nos encontramos.
Marcel Borràs. Con 15 años, teníamos una técnica para crear: nos fumábamos unos porros…
Nao Albet. Hablar, hablar, hablar.
M. B. Abríamos el Photo Booth (la aplicación de los Mac de Apple para grabar fotos y vídeos con la cámara frontal del ordenador) y nos poníamos a grabar durante dos horas, fumaos, para después recordar lo que habíamos hablado.
N. A. Luego los transcribíamos.
M. B. Chorradas.
N. A. [Poniendo voz de adolescente animado] Eh, tío! He tingut una idea, tío. Boníssima, ja veuràs! Són dos tíos, val?, que entren en un bar i n’hi ha un que està calb…
Los dos se ríen, se desbordan. Esos vídeos de los que hablan aparecen a lo largo de De Nao Albet y Marcel Borràs. En ellos, dos adolescentes, con diferentes peinados —sobre todo Marcel—, fuman, hablan, bailan, se saludan. Parecen salidos de un videoclip de Michel Gondry, Spike Jonze, de los Beastie Boys. Hacen creer a cualquiera que puede ser uno de ellos. “Tenemos esa libertad innata o idea del teatro como juego porque nunca nos han dicho: ‘¿Qué hacéis?”, cuenta Albet. “Si nos hubieran dicho desde el principio que no, igual no estaríamos haciendo lo que hacemos”. Pero siempre les dijeron que sí: sí, podéis comeros un pez en escena, sí podéis graparos, sí podéis hacer que la actriz Irene Escolar hable durante toda la obra en ruso. “Me aprendí los monólogos fonéticamente”, dice Escolar al teléfono recordando Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach. “Me acuerdo del día del estreno, de pensar que no me iba a salir ni una palabra”. Irene Escolar, que ha colaborado con ellos en varios proyectos, repite dos palabras: juego y humildad. “Realmente les gusta mucho lo que hacen, tienen un placer muy primario cuando dirigen y actúan”, dice la actriz.
Citan nombres como Sergi Fäustino, Macarena Recuerda Shepherd, Angélica Liddell o el mismo Roger Bernat. “En España ha habido siempre gente haciendo cosas que están un poco fuera de la norma, pero lo nuestro está a medio camino. Igual incluso tiene un pie más cerca del mainstream”, explica Borràs. Cuando hablan de mainstream se refieren a su voluntad de conectar con el público y de crear piezas accesibles, que no sean herméticas del todo. En sus obras hay algo de sentir lo que debe ser algo que hay que ver. Hay un juego constante entre la improvisación y el ensayo, entre lo que es real y no lo es, entre el humor y el cringe, entre la ternura infantil y la crudeza de la adultez. “Si yo hablo de que el sexo me atraviesa la existencia, voy a ir hasta el fondo”, dice Albet, “y en el caso de la violencia, lo mismo, nuestra idea es enseñar la luz y la oscuridad de los personajes”. “Esto no es el mundo, sino la forma en la que yo tengo de ver el mundo”, añade Borràs aludiendo a Los ensayos, de Michel de Montaigne, en los que se basa el texto que abre su última obra: “Aquí tienes espectador, un espectáculo de buena fe. De entrada, te advertimos que nosotros no nos hemos propuesto ningún fin, salvo privado e íntimo. No tuvimos en consideración tu servicio ni tampoco nuestra fama”.
Ahora Marcel y Nao preparan una ópera. El juego más grande. Una pieza en la que cuestionarán el auge de las nuevas masculinidades analizando la figura del héroe a lo largo de la historia, empezando por los clásicos hasta llegar a los especialistas de cine. “El cine ha configurado la masculinidad de los hombres que ahora tienen el control del mundo”, explica Marcel. Se ahuecan, no quieren profetizar ni ser moralistas. “Hablar de género cuando somos hombres blancos… es delicado”, apunta Nao.
La aproximación que harán al mundo de la ópera será una incursión desde lo contemporáneo y no desde lo clásico. Habrá ecos de György Ligeti y Karlheinz Stockhausen y de artistas contemporáneos como John Cage y Yoko Ono. Aún están viendo qué papel tendrá cada uno en la obra. “Marcel quiere hacer alguna cosa de especialista, algún salto o alguna pelea, y yo quiero estar en la orquesta”, dice Nao entre risas, “a mí que me den un oboe”.
En estos años solo ha habido una obra que han escrito y que nunca han llevado al escenario. Pista 5, una versión libre de Romeo y Julieta con un Romeo de Sarrià y una Julieta de El Prat. Nao se levanta de la silla para explicar la obra, canturrea y baila. Marcel le mira y se ríe viendo performar a su amigo: “Inédita”. ¿La haréis? “Quizás llamamos a chavales de 15 años para que actúen y la dirijan. Y que nos den el dinero a nosotros”.
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