El poder del gato
¿Es el gato la criatura sagrada de nuestro tiempo? En todo el mundo se siente fervor hacia estos animales, de los que se cree que hay unos 700 millones en el planeta, 400 de ellos domésticos. Este es el siglo del gato


Rascan los sofás, llenan las casas de pelos, duermen una media de 15 horas al día y despiertan a sus dueños de madrugada sin un motivo aparente, se quejan cuando ven una puerta cerrada —como si estuvieran siempre en el lado equivocado—, ningunean los juguetes que se les compran y aman las cajas en los que llegan. Son tan independientes y maniáticos que, cuando aparece un ejemplar cariñoso, se lo define como un gato-perro.
No hay razones ni criterios objetivos para sustentar que un gato es adorable. Y, sin embargo, lo es. O, al menos, lo parece.
Los gatos viven hoy un momento estelar de su historia en su relación con el ser humano. Copan las redes sociales con vídeos y memes, protagonizan campañas de publicidad de firmas de lujo o de coches, legiones de voluntarios cuidan de los ejemplares que viven en la calle, invirtiendo su tiempo y su dinero. El pasado verano, en Nueva York, centenares de personas se metieron en un cine para ver 73 minutos de vídeos de gatos. En Toronto se organiza un paseo anual para contemplarlos a través de las ventanas de las casas. La exposición más visitada en los 30 años de historia del Museo Manggha de Cracovia fue una sobre gatos: acudieron 57.186 personas. En Atenas, un orondo gato naranja y blanco llamado Titán llegó a tener su propia ubicación en Google Maps a escasos metros de la Acrópolis.
Hay tres días mundiales del gato: el 20 de febrero, el 8 de agosto y el 29 de octubre. A la paz mundial, por ejemplo, solo se le dedica uno.

¿Qué tienen los gatos? ¿De dónde viene la influencia que ejercen en la sociedad actual? Su relación con el ser humano ha sido siempre interesada. Por su parte, se entiende. Fueron ellos los que decidieron acercarse. Los primeros indicios que se conocen de convivencia —que no domesticación— entre ambas especies datan de hace algo más de 10.000 años. ¿Qué sucedió entonces? Que empezamos a establecer comunidades permanentes, almacenar comida y generar residuos, atrayendo a los roedores y, con ellos, a los gatos. Hace 5.000 años llegó la segunda etapa de integración. Los egipcios habrían comenzado a seleccionar los ejemplares más sociables. En las reproducciones artísticas que hizo aquella civilización de los gatos se puede apreciar una curiosa (y familiar) evolución: primero, aparecen cazando ratones en el exterior; después, debajo de las mesas, ya dentro de las casas; finalmente, algunos son enterrados con todos los honores. Incluso los hay que alcanzan la consideración de dios. Una secuencia perfecta para una tira cómica jeroglífica.
Pasado el tiempo, acompañarían al ser humano en sus viajes por el mundo —no está muy claro si por su peculiar forma de hacer compañía o por su capacidad para cazar ratones y serpientes—, pero no se librarían de la mala fama que se proyectó en 1233 con la bula papal en la que Gregorio IX describía orgías de brujas en las que Lucifer aparecía disfrazado de gato negro. Aquel texto hizo que muchos gatos fueran cazados y ejecutados, sospechosos de ejercer la brujería. La mala prensa calaría en el imaginario popular. Ya en el siglo XX, cuando entraron en la definición de mascota, aún se les relacionaba con el cliché de personas solitarias —solterones o solteronas— y hurañas. Cuando el periodista que firma este reportaje le contó a su madre que iba a adoptar una gata, su primera reacción fue preguntarle: “¿Entonces no te vas a casar nunca?”.
Con todo ello, a los gatos les ha ido infinitamente mejor que a parientes félidos como los tigres o los leones. Se calcula que hay más de 700 millones de gatos repartidos por el planeta. De ellos, cerca de 400 millones son domésticos. Con la aparición de internet encontraron una salida al mundo. De repente, millones de personas se dieron cuenta de que no estaban solas.
Delia Rodríguez, periodista especializada en la relación entre tecnología, medios y sociedad, explica: “Internet está hecho para encontrar aficiones en común con otras personas. Y una de las cosas que más hacemos es compartir la vida con animales. Si hay muchos gatos en internet es porque hay muchos gatos en el mundo. Y porque son muy divertidos, claro”. Para Delia, dueña de un perro, “a diferencia de los perros, a los que sacas a pasear y socializas, los gatos tienen su espacio principal en la red”.
“Y son perfectos para un vídeo de 10 segundos de duración”, añade a través de una videollamada la escritora y divulgadora científica estadounidense Abigail Tucker, autora del superventas Un león en el sofá. “Los gatos son criaturas de quietud y, de repente, tienen esos arrebatos de agilidad increíbles en los que dan una voltereta hacia atrás o pegan un salto de metro y medio. Lo hacen porque está en su esencia: son depredadores de emboscada que permanecen quietos hasta que dejan de estarlo. Y eso, además de fotogénico, es muy interesante para los humanos”.

—¿Por qué los gatos y no, por ejemplo, los zorros?
—No era el candidato ideal, desde luego. Explicar para qué sirve un gato es complicado. Son suaves, son estéticamente atractivos y no huelen, pero no te va a defender la casa, ni puedes subirte a él para ir a algún lado, ni da huevos o lana… La mayoría de los animales domesticados tienen sólidas estructuras de jerarquías. Los gatos no tienen líderes. Además, son hipercarnívoros. Y la carne es el alimento más caro. Eso hace aún más interesante pensar por qué los gatos triunfan tanto. Tiene mucho que ver con algo accidental: su apariencia. Su tamaño, esa cara tan adorable y esos ojos grandes nos refieren a los bebés humanos. Pero en realidad tienen esos ojos y una nariz pequeña no para parecernos adorables, sino porque son cazadores visuales. Sus maullidos son como el llanto de un bebé. Impulsan muchos de los resortes que los recién nacidos activan en nosotros. Puede tratarse de un fallo de nuestros instintos.
—¿Un fallo que dice algo de nosotros como sociedad?
—Los humanos estamos tan malcriados y tan acostumbrados a hacer lo que nos da la gana y a conseguir lo que queremos que mantener una relación tan pura con un animal, en la que no obtenemos nada material, es muy refrescante. Y luego está esa sensación absolutamente real de que no nos necesitan. Por eso cuando mi gato se tumba a mi lado me muero de amor.
—Es decir, que quienes convivimos con gatos vivimos de la ilusión.
—Absolutamente. Es que son unos supervivientes consumados. Salen adelante en islas en medio del océano donde los insectos no pueden vivir. Les da igual estar en lo alto de un volcán que en el interior de Australia. Así que no deberíamos presumir tanto de lo bien que están en nuestras casas. Intentamos hacer de nuestros hogares un sitio agradable para los gatos, les compramos camas para que estén cómodos, juguetes para que sean felices y los hay, incluso, que tienen su propia habitación. Si lo piensas, es un poco tronchante.
Y es que, antes de internet, la historia de los gatos domésticos ya había dado en 1947 un importante giro. Fue un cambio menos tecnológico y más mundano. Edward Lowe era un emprendedor nacido en Minnesota. Trabajaba vendiendo una mezcla de arcilla, serrín y arena que absorbía vertidos industriales. Un día, un vecino que estaba un poco cansado de recoger las cacas de su gato por la casa le preguntó si no le podía echar un cable. Lowe le dio una bolsa con gránulos de arcilla, le vio potencial al asunto e invirtió en promoción. Cuando se murió, en 1995, la compañía que fundó gracias a las cacas del gato de su vecino valía más de 500 millones de dólares. Lowe no lo sabía, pero también estaba instalando los cimientos de un negocio global. En 2024, según datos de Euromonitor, la arena para gatos facturó 9.700 millones de euros en el mundo, un 6,4% más que el año anterior.

“La tendencia mundial de los gatos vive un momento muy interesante. Se nota en los lineales de productos especializados, que van creciendo en extensión”, comenta David Palacios, periodista barcelonés de 35 años que dirige la revista sobre mascotas PETS International, fundada en Ámsterdam en 1989. “El perfil de las personas que viven con gatos es cada vez más joven. Tiene mucho que ver con el estilo de vida actual, en el que la gente vive en pisos más pequeños y pasa más tiempo fuera de casa. Los gatos son más independientes, es más fácil viajar con ellos…”. En Estados Unidos, uno de cada tres hogares tiene un gato —76,5 millones—; en China, donde actualmente se estima que hay más de 70 millones, las previsiones dicen que ese número crecerá entre un 4% y un 6% anual hasta 2030. En España, donde se calcula que hay 5,8 millones, las personas pueden llegar a gastar hasta 144 euros al mes en la comida, la arena, la salud o los juguetes de sus gatos, según datos de la Asociación Española de la Industria y el Comercio del Sector del Animal de Compañía. La OCU reduce esa cifra a 82 euros al mes.
Estas cifras definen el auge de los gatos como una tendencia global, transversal y en expansión. Y, curiosamente, ese movimiento de conquista replica el inicial, el que tuvo lugar hace más de 10.000 años en algún lugar de Oriente Próximo. Siguen siendo los gatos los que se acercan a los humanos. Lo hacen de múltiples y sorprendentes maneras y, en muchas ocasiones, en contra de la voluntad inicial de los humanos. De las 56 personas de ocho nacionalidades consultadas para este reportaje, 42 utilizaron la palabra “llegó” para explicar la forma en la que el minino se incorporó a sus vidas.
La pequeña Pepi, una gata atigrada, se asomó un día a la cristalera que da al jardín de la casa de Sandra, administrativa, y Juan Miguel, albañil, en Ibiza. “Era tan pequeña que solo se le veían las orejas. Al rato la vimos pasar por la cocina y vino al sofá. Le dimos de comer… y ya han pasado ocho años. La muy caradura nos adoptó”, dice Sandra, cuya única queja es que Pepi quiere más a su marido que a ella.
Omar, futbolista y enfermero de 34 años, llevaba años negándose a tener un gato. Él quería un perro. María, su esposa, periodista de 34, prefería un felino. Su historia es la de tantas y tantas personas que afirmaron con rotundidad que en su casa no entraba un gato… hasta que entró. También del singular proceso mental que va de la negación rotunda a la devoción por el animal. “Jamás imaginé que fuera a tener uno. Pero conocimos a los gatos de unos amigos. Luego María me iba enviando fotos y yo iba diciendo que no. Hasta que un día vi la foto de Grey y no tuve ninguna duda. No sabría muy bien cómo explicarlo, pero de un día para otro había una gata en casa. Ahora me pregunto cómo pude estar tanto tiempo sin tener un gato”, explica mientras trabaja en un nuevo juguete casero para Grey.
Por mucho que su novio insistiera, a Raquel, directora de marketing de 33 años, no le entraba en la cabeza la idea de tener un gato. “Soy muy independiente y me daba ansiedad que dependiera de mí”, explica. Pero lo adoptaron. Dice que fue un poco como esas parejas que tienen un hijo para solucionar los problemas. Ella insistió en poner a Mico, un siamés, a nombre de su novio. Un año después finalizaron la relación. Se llevaban bien y compartían la custodia: 15 días con cada uno. Pasado el tiempo, él empezó a pedirle que se quedara más veces con el gato. “Un fin de semana que le pedí que se hiciera cargo me dijo que no. Poco después descubrí que tenía una novia que era alérgica a los gatos. Quería quedarme con Mico y me lo puso en bandeja. Ese mismo día le envié un correo, me contestó y me hice una foto en el veterinario con los papeles. Soy muy feliz con Mico. Es un gran compañero. E independiente”.
Yanira, responsable de salud, seguridad laboral y medio ambiente en una empresa, compró a Bambú en un momento personal un poco complicado. “Recuerdo que fui a recogerlo muy agobiada por la responsabilidad, pero en cuanto lo tuve en mis manos se puso a ronronear y a darme besos. Se me pasó todo el agobio”.

Aunque un ejemplar de una raza concreta puede estar entre 600 y 2.000 euros, el negocio de la venta de gatos no es especialmente boyante. No hay consenso en la comunidad científica acerca del número de razas, pero se podría cifrar en torno a las 40. Los perros tienen más de 300. “Cuando un animal entra en la esfera humana”, explica Abigail Tucker, “suele pasar por varios cambios. Se les agachan las orejas, se les riza el rabo… Los perros, por ejemplo, llevan mucho más tiempo entre nosotros. Nos cedieron el control de su ADN. Había incentivos para moldearlos. Pero los gatos no, en los gatos la forma no sigue a la función”. Básicamente porque no la tienen. Entre las pequeñas concesiones que los gatos han hecho a su semidomesticación está la mezcla de colores —hasta hace 1.400 años eran de uno solo— y, en el caso de los gatos caseros, la reducción del tamaño del cerebro —nada grave, pura supervivencia—, unas patas algo más cortas o un maullido más amable. En esencia, el gato que duerme plácidamente en un piso de la plaza de Cascorro de Madrid es el mismo que el que camina buscándose la vida por una calle de Antananarivo.
Hay, además, un detalle que no es menor. Su capacidad reproductiva es tan eficaz que, si todos los ciclos fueran perfectos (hasta tres posibles gestaciones al año en las que no es raro que nazcan seis o más crías), una pareja y sus descendientes podrían dar lugar a más de 350.000 gatos en solo cinco años. Por eso es tan frecuente ver anuncios de ejemplares en adopción —en España, el 89,4% de los gatos domésticos fueron adoptados; en Portugal, el 96,7% — y por eso es importante la gestión de una especie que, en libertad y sin control, se convierte en invasora y genera problemas a otras.
David San Martín tiene 36 años y es ingeniero aeronáutico. Un día, volviendo de fiesta, vio cómo alguien pateaba a una gata que andaba por su urbanización. Se la llevó a casa. Mica vivió con él ocho años y fue el inicio de una singular historia. “No soporto el maltrato animal. Aquel día decidí comprarme una jaula y empezar a actuar. Y hacerlo desde el origen del problema. En estos 11 años han pasado por mis manos unos 10.000 gatos, principalmente CER —captura, esterilización y retorno— y rescates. Ha sido una etapa de subidas y bajadas. Invertí 80.000 euros de mi dinero. Llegué a tener 30 gatos en casa”. Hoy, vive con su novia y tres gatos, lidera la Fundación Bigotes —que cuenta con dos locales en Madrid, algo más de una veintena de voluntarios y que pronto abrirá una clínica veterinaria—, imparte formación en Ibiza, Indonesia o Cuba, le dedica seis horas al día al finalizar su jornada laboral y los bomberos recurren a él cuando hay un rescate complicado. “Soy muy positivo con respecto al control de las colonias felinas. Antes, en Madrid, nos llegaban cuatro o cinco nuevas a la semana. Hoy, apenas una al mes”.
A 21 minutos caminando desde la madrileña estación de Atocha está el hospital veterinario Gattos. Marisa Palmero y Vanessa Carballés son veterinarias, socias y directoras de un centro que definen como “una pasión llevada a la realidad que terminó siendo una buena idea, aunque al principio mucha gente, cuando les decíamos que nos íbamos a dedicar solo a los gatos, se echaba las manos a la cabeza”. Dieron el paso en 2008 —“ahora hay hasta congresos, pero en aquel momento era impensable”— y hoy son 35 profesionales: 13 veterinarios con su mono azul, 20 auxiliares con su mono gris, tres personas en administración y una para la limpieza. Aquí vienen pacientes —12.000 en el último año— y profesionales de todo el mundo para formarse. En los 300 metros cuadrados repartidos en dos plantas hay espacio para cinco consultas, hospitalizar simultáneamente a 28 gatos, laboratorios o salas de rayos X. En el local de enfrente está el centro quirúrgico, con tres quirófanos.
Escuchando cómo tratan a sus pacientes, casi entran ganas de ser gato. Una primera consulta son 95 euros. “Estamos dos horas con el paciente, estudiamos el historial, lo relajamos, hacemos analíticas, ecografía, recogemos las muestras necesarias y damos los resultados en el momento. Se van con diagnóstico y tratamiento”. Marisa y Vanessa tienen tres gatos cada una. Lo que no tienen son trucos para evitar que rasquen los sofás. Ni para dejar de decirle a los pacientes “lo bonitos que son”. Dan charlas por el mundo, pero cuando hablan de sus gatos podrían pasar por usuarias de sus clínicas. “El gato es un reto. Es un animal que tiende a esconder sus problemas. La evolución de los últimos años en la especialidad ha sido brutal”, dicen.
—Ya que estamos aquí, una pregunta: ¿qué demonios es el ronroneo?
—¿Nos estás intentando pillar? —se ríen—.
Ese ronroneo inexplicable —hay muchas teorías y apenas certezas— es uno de los principales argumentos que expresan las personas que conviven con gatos a la hora de enumerar sus virtudes. Y es que en contra de lo que cantaban Joaquín Sabina y María Jiménez allá por 2002 (“y antes de que me quieras como se quiere a un gato me largo con cualquiera que se parezca a ti”), el amor por los gatos parece haber evolucionado de forma muy positiva. Alegría, felicidad, compromiso, ganas de vivir o lealtad son algunos de los conceptos que salen en las primeras frases de las conversaciones.

Viviana, profesora de Biología, dice que la clave está en lo que aportan: “Una compañía inmensa cuando ellas quieren, un cariño muy grande cuando ellas quieren y muchas risas cuando ellas quieren. Mi relación con ellas es muy tranquila, duermen conmigo, se sientan conmigo a ver tele, a leer y me ayudan con los deberes de los cursos que hago, vamos, que no me dejan ni a sol ni a sombra, salvo cuando duermen su siesta de la tarde. Con el tema de las alergias, sirven como repelente de visitas no deseadas… y otras como inconveniente para las que sí deseas”.
A Elena le reconforta la llegada a casa: “Siempre sale a recibirme y se pone a rodar en mis pies. Son muy inteligentes, independientes, extremadamente limpios, hacen mucha compañía sin agobiar, son fáciles de cuidar, llenan la casa, te entretienes mirándolos, aunque no estén haciendo nada o durmiendo porque son guapísimos, son tan suaves y huelen taaaan bien. Estoy convencida de que son una especie superior”.
Pueden, incluso, relajar sin estar en el hogar. Laura, coeducadora, madre de tres hijos, comparte una escena que seguramente resulte familiar: “Cuando llego a casa después de un día especialmente duro, me tiro en el sofá a ver vídeos de gatitos y me reconcilio con el mundo”.
Detrás de todos esos vídeos hay gatos y creadores. Pablo Bruschi es un humorista argentino que ha inventado un género: los bruschimichis. Son recopilaciones de vídeos de gatos a los que Pablo pone voz. “Buscaba cosas diferentes para hacer. Uno siempre se cuelga viendo vídeos de gatos, porque captan tu atención. Quería darles voz y espíritu. Probé la primera vez, fue bien…”, y hoy, entre Instagram, TikTok y YouTube, suma más de 25 millones de seguidores. “Yo venía de hacer monólogos de humor. Con los gatos mi público se hizo transversal y más internacional. ¿Quién puede estar en contra de un gato? Son animales llenos de amor que te cambian la vida”, explica.
Maru, un gato que pronto cumplirá 18 años, es una estrella en YouTube. En 2016 le dieron el título del animal más visto de la historia de la plataforma. “Al poco de su llegada empecé un blog con fotos, pero las instantáneas no captaban sus movimientos, así que comencé a hacerle vídeos. Eso fue lo que lo convirtió en un gato popular”. Bajo el nombre Mugumogu, el ser humano que vive con él y con otros dos gatos ha subido desde entonces 2.048 vídeos. Los hay que superan los 28 millones de reproducciones. En los vídeos Maru hace, básicamente, cosas de gato. “Son tiernos en cualquier momento. Cuando juegan, cuando comen, incluso cuando están durmiendo”, dice desde Japón la persona que le graba los vídeos.
Larry, el gato que domina el número 10 de Downing Street, aporta humor en Twitter desde 2011. Hace comentarios jocosos sobre mandatarios que visitan al primer ministro británico —ha visto pasar ya a seis— y aporta su opinión sobre temas de actualidad. “Somos una nación que ama a los animales y pensé que a la gente le podría interesar su perspectiva. Obviamente entienden que un gato no habla, pero creo que todos necesitamos divertirnos y reírnos un poco”, cuenta a través de mensajes directos de Twitter la persona que ayuda a Larry a teclear.
El filósofo inglés John Gray escribió en 2020 Filosofía felina. Los gatos y el sentido de la vida, un ensayo sobre las ventajas de tomarse la existencia igual que lo hacen los gatos. A lo largo de su vida, Gray y su esposa han tenido cuatro gatos.
—¿Dónde está la clave para entender el auge que viven los gatos en nuestro tiempo?
—Los gatos son tan populares porque nos recuerdan el sencillo placer de estar vivos. No invaden nuestro espacio, sino que lo completan con calma. No esperan nada de nosotros, tal vez solo comida y un poco de atención, y a cambio nos dan mucho con el mero hecho de estar a nuestro lado.
—¿Qué podemos aprender de ellos?
—La lección principal sería aprender a no preocuparnos por el futuro. Los gatos son extremadamente realistas. Saben que el presente es lo único que existe. El futuro es un producto de la imaginación y mucho del sufrimiento que padecemos viene de pensar en ello. Aman la rutina, pero no tienen miedo a que se termine. Si pudiéramos imitarlos más viviendo en el presente, seríamos más felices.
—¿Incluso en estos tiempos tan inciertos?
—La sociedad está tocada y tiene toda la pinta de que lo estará más en el futuro. Con la paz interior como condición natural, a los gatos no les perturban las pesadillas recurrentes de la historia. Es una de las principales razones por las que apreciamos su compañía.
—Y, adaptándose al ser humano como lo están haciendo, ¿no corren el riesgo de perder la naturaleza que los hace tan atractivos?
—En absoluto. Los domesticaron hace miles de años, pero no han perdido la habilidad de vivir sin nosotros. Los gatos seguirán prosperando mucho después de que el ser humano haya desaparecido de la Tierra.
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