El uso del fuego no nos hace humanos
En contra de la creencia de que el hombre es el único animal que sabe utilizar las llamas en su provecho, en la naturaleza existen otros organismos y seres vivos capaces de hacerlo

En el conocimiento popular está muy establecido que el hombre es el único animal capaz de utilizar el fuego. Es cierto que hay bastante consenso en que el Homo erectus fue el primer antepasado del ser humano que empezó a utilizarlo, pero era fuego que se producía de forma accidental y su talento era mantenerlo encendido más que saber encenderlo. No fue hasta el Homo heidelbergensis, milenios después, que el hombre aprendió cómo iniciar un fuego a voluntad. Sin embargo, existen muchos organismos que han utilizado el fuego para conseguir algún tipo de provecho.
El fuego se produce de forma natural, principalmente por la acción de rayos. Dado que es una circunstancia que va a suceder, esto crea una presión de selección que hace que algunas especies se adapten a estos incendios para que, cuando sucedan, tengan alguna ventaja sobre sus especies competidoras. Esta es la base de la llamada vegetación pirófila. Cuando sucede un fuego, mata a las plantas menos resistentes y, además, las cenizas que quedan después del incendio representan un gran abono. El clareo de vegetación que produce el incendio asegura el acceso fácil a la luz solar durante unos cuantos años a las plantas que primero rebroten. Esta adaptación puede ser muy diferente según la planta. Algunas simplemente han desarrollado cortezas muy robustas o con alguna característica especial, como el alcornoque, que tiene corcho que le permite resistir el fuego y no quemarse, o que el fuego solo dañe su parte aérea pero que el tronco resista por lo que luego podrá regenerarse.
Otras plantas sucumben al fuego, pero en cambio sus semillas sí que consiguen sacar partido. El caso más típico es el de algunas especies de pino. Cualquiera que haya encendido una chimenea sabe que una piña fresca llena de resina es una garantía de que el fuego se va a mantener encendido durante mucho tiempo, casi como una vela. Esto no es casualidad, sino que forma parte de su estrategia evolutiva. En un pinar las acículas secas, la llamada pinocha, genera un manto que en verano arde como la estopa, la resina de los troncos ayuda a que ese fuego se mantenga, y las piñas con el calor explotan y esparcen las semillas, ayudando a propagar la especie que medrará en los restos de un incendio libre de competencia y con un suelo fértil por la ceniza. La especie Pinus contorta ha refinado tanto esta estrategia que produce dos tipos de piñas: unas que se abren en condiciones normales y otras que requieren muchísimo calor, preparadas para un incendio. Hay otras especies que también aprovechan los incendios a pesar de que ni la planta ni la semilla resisten el calor, pero en cambio se han adaptado a crecer rápidamente en el terreno arrasado después de un incendio, tomando el papel de especies pioneras, las primeras que colonizan un nuevo ecosistema.
Las plantas pirófilas son conocidas por los ecólogos y los botánicos desde hace tiempo. Lo que todavía está en discusión es la observación de que hay animales que también podrían aprovecharse del fuego. En la naturaleza, la desgracia de unos es el beneficio de otros. Cuando hay un incendio, la fauna del bosque huye y esto facilita el trabajo de las aves rapaces, que tienen gran cantidad de comida al alcance gracias a que sus presas no tienen donde esconderse en su huida de las llamas. Los aborígenes australianos cuentan historias de que, cuando había un incendio, veían diferentes tipos de aves realizando extrañas maniobras en las zonas en llamas y las acusaban de propagar el fuego. Una observación más detenida permitió descubrir que los milanos negros, los milanos silbadores y los halcones berigoras hacen vuelos en picado en la zona del incendio, cogen ramas humeantes con sus picos y las lanzan a zonas libres de fuego para, aparentemente, propagar el incendio. Un comportamiento similar de propagación del fuego ha sido descrito en caracaras moñudos en Nicaragua, Florida y Texas. Hay que decir que esto sigue generando debate, puesto que muchos zoólogos ponen en duda que este sea un comportamiento cultural e intencionado y lo ven como un accidente derivado de buscar presas entre los roedores que huyen del incendio. Si llega a confirmarse podríamos decir que el mito de Prometeo tiene una versión aviar.
La importancia de la primera carne asada
— Antropólogos como Richard Wrangham sostienen que lo importante del dominio del fuego por parte del hombre no fue tanto el inicio de la tecnología, sino aprender a cocinar. Probablemente el hombre probó por primera vez la carne asada carroñeando los restos de un incendio forestal fortuito y así fue como empezaron a cocinar. Esto permitió aprovechar mejor los nutrientes de los alimentos y proporcionó un extra de energía que facilitó el proceso de encefalización. Así que lo que verdaderamente nos hace humanos no es saber construir ordenadores ni aviones, sino saber preparar un churrasco.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.