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Katharina Wagner: “Puedes admirar la música de Richard Wagner, pero sus posiciones antisemitas son totalmente despreciables”

Como directora del Festival de Bayreuth, la bisnieta del genio alemán trata de conducir su legado al siglo XXI. Demócrata y europeísta convencida, comprueba con frustración cómo los fascismos asolan de nuevo el continente y, concretamente, Alemania. Quiere limpiar toda sombra de la pasada complicidad de sus antepasados con los nazis, pero no siempre le resulta fácil

Katharina Wagner, fotografiada el pasado marzo en el Liceu de Barcelona.
Jesús Ruiz Mantilla

Desde que nació, los padres de Katharina quisieron educarla como una niña normal. Pero aquella obsesión se daba de bruces contra el destino… La criatura llevaba un apellido perteneciente a un antepasado que representa la antítesis de la normalidad: Richard Wagner. Quizás no haya existido en la historia del arte universal un personaje que atraiga alrededor tantas pasiones encontradas. Hablamos de un paradigma de genio total, no solo en la música. Es junto a Bach, Mozart, Beethoven, Verdi o Mahler uno de los mayores en ese aspecto, pero también en la concepción del arte que circunda al género en que destacó, la ópera, y que implica también una poética, una dramaturgia, un conocimiento de la escena, de la técnica requerida, de la interpretación…Adorado casi religiosamente por muchos de sus partidarios, creador de un lugar de peregrinaje como Bayreuth, donde cada año se representan exclusivamente sus grandes títulos; admirado en diversos campos, precursor del camino hacia el apocalipsis en la música contemporánea, si Bach representa la conexión divina, Beethoven la radicalidad humana y Mozart el lado luminoso del alma, Wagner es el rey en gran parte del lado oscuro. Junto a pensadores y poetas precedentes, colocó gran parte de los pilares de la cultura alemana, cuya preeminencia en Europa quedó arrasada tras la utilización perversa que de ella hicieron los nazis. Aun así, su obra ha sobrevivido incluso a esa maldición, pese a que algunos de sus herederos, como su nuera Winifred en los años treinta, conectaran frívolamente el legado del músico al de los demonios totalitarios.Ahora que estos regresan, quienes guardan sus esencias, con Katharina Wagner al frente de un Bayreuth que comienza el 25 de julio, saben que tienen una oportunidad única para unirlo a la luz. Y así ha sido desde que su tío Wieland y su padre, Wolfgang, modernizaran radicalmente el festival wagneriano en la segunda mitad del siglo XX. Entonces, ambos buscaron despegarlo de aquel pasado conscientes de que lidiaban siempre con una figura, cuando menos, controvertida. Un referente siempre sostenido en el difícil equilibrio de quien resulta un genio sin discusión en el arte, un visionario en ámbitos políticos como la ecología, pero a la vez un ser humano a menudo despreciable por sus aptitudes ególatras, su deslealtad sistemática a quienes lo idolatraban o sus posiciones racistas. Katharina Wagner es consciente de ello. Por eso sabe que las miradas siempre estarán puestas en ella. Y más cuando ha elegido dedicarse a la dirección de escena y se ha convertido en la séptima descendiente en dirigir el festival que creó su bisabuelo. Lo hace ejerciendo un poder palpable —ella tiene las llaves de la colina y decide quién entra o no al santuario— en todo el espectro wagneriano universal, pero también entre críticas feroces, a las que está acostumbrada y que la persiguen lejos incluso de Alemania. Así ocurrió con el montaje de la ópera Lohengrin que estrenó el pasado marzo en el Liceu de Barcelona, donde convirtió al héroe embarcado generalmente en un cisne blanco en un enigmático portador de la oscuridad. Ella acepta esas críticas con naturalidad y hasta las agradece: “Me parece bien que la producción del Liceu haya sido recibida con polémica y que el público haya querido debatir sobre ella”.

La condición que puso Lohengrin para ejecutar su misión en la ópera fue que nadie le preguntara de dónde venía. Todo el mundo sabe de dónde viene usted. ¿Encuentra paralelismos con el personaje?

Es una pregunta esencial que flota sobre la trama: de dónde viene ese hombre y qué quiere. ¿Cuáles son sus planes? Los tiene, pero se empeña en que nadie los conozca.

Usted lo convierte en un cisne negro. ¿Pasa así de ser un héroe, como lo planteó Richard Wagner, a un manipulador populista?

Ummm. Creo que, en mi visión, el personaje tiene planes personales, intenciones particulares, pero lejos de ser aplicadas a un plan político.

George Steiner, uno de los grandes pensadores de la contemporaneidad, sostiene que Richard Wagner era un maestro del absoluto. En el siglo XXI, ¿cómo se le puede relativizar?

Para llevarlo a escena tienes bastantes herramientas, y más con las tecnologías digitales. El teatro está cambiando mucho en ese aspecto. Utilizamos contenido específico de esas características en los montajes. Todo cambia, pero Wagner era un paradigma del cambio, de adentrarse en cosas nuevas. Hubiera sido feliz con este desarrollo, le hubieran interesado muchísimo las nuevas tecnologías.

Usted ha apostado radicalmente por eso, como se demostró por ejemplo en un Tannhäuser que pude ver en 2019 con un montaje de Tobias Kratzer, donde se utilizaba lo audiovisual en una trama a la que añadió humor. ¿Cree que así le rescata de esa visión absoluta cara a la posmodernidad?

Sí, sí, no puedes detener el desarrollo. La obra de Wagner debe adaptarse a ese avance continuo, también a los cambios culturales y sociales. Nada queda libre de ese impacto. Y eso debe quedar de manifiesto en las producciones que se hagan. Así el arte se adapta a las circunstancias y los nuevos tiempos.

Él perseguía la obra de arte total. Involucrarse no solo en la composición de la música, sino también en los textos, para plasmar una filosofía propia del mundo, y hasta en cómo debe construirse el teatro ideal para sus obras. ¿Esa ansia controladora sigue siendo posible hoy en alguien, funciona?

Depende del concepto que quieras trasladar. Pero todos son tan distintos entre sí que resulta difícil controlar cada aspecto. Empezando por las líneas de canto. Varían según quienes las hagan, así que esa tendencia al absoluto va a ser relativizada continuamente en cada capa.

Ha dicho usted en alguna ocasión que sus padres estaban obsesionados por verla crecer en un ambiente normal, como una niña normal. ¿Cuándo se dio cuenta de que pertenecía a una familia nada normal? Debió de ser duro…

Pues sí, un poco raro, la verdad, cuando creces en un ambiente artístico, te das cuenta poco a poco. No puedo decir exactamente cuándo, pero al ver a tu padre trabajar en un teatro de ópera todos los días, lo aprendes desde pequeña y te das cuenta de que las conversaciones suelen girar en torno a la música y el arte.

Katharina Wagner, directora del Festival de Bayreuth.

¿Qué concepción tenían sus padres de lo que debe ser una niña o una chica normal? ¿Qué hacían para que usted cumpliera esa expectativa?

No sé, quizás no obligarme a que viera óperas desde muy niña. Fui educada de una manera muy independiente, para que hiciera uso de mi libertad desde muy temprano. Querían que yo me interesara por su mundo, el wagneriano, por elección, no a la fuerza.

¿Qué quería ser? ¿Cuáles eran sus aficiones?

Pues, la verdad, desde muy joven me interesé en convertirme en directora de escena. Y, si no, abogada. Pero acabé en lo primero, con un trabajo algo más creativo, ¿no? En cada cosa que veía pensaba en una alternativa propia, en cómo lo haría yo, así que me incliné por eso.

Y en el caso de su antepasado glorioso, ¿cómo y cuándo tomó conciencia de quién era?

Bueno, si vas a Bayreuth, especialmente en verano, lo ves presente en todas partes. Además, en mi familia, pues era un pariente. Pero no cualquier pariente. Para nosotros es y será siempre parte de nuestras vidas. Estamos en este mundo para cumplir con lo que él deseaba y, aunque, como digo, era un innovador, te ves a menudo preguntándote si lo que hacemos le gustaría.

Supongo que como amantes del arte pueden, como tantos otros, admirarlo, pero como familiares, ¿cómo se le llega a querer?

Es difícil, claro. La distancia lo hace lejano. Como músico es innegable su valor, pero hay que ser consciente de que tenía un lado muy complicado.

¿Y asuntos de los que no sentirse muy orgullosos?

Sí, desde luego puedes admirar su música, pero sus posiciones antisemitas son totalmente despreciables. Resulta difícil establecer un vínculo emocional con una persona que no has conocido. Puedes acercarte a él mediante lo que se ha escrito o a través de lo que él mismo escribió, pero yo no conozco a nadie que haya mantenido un vínculo emocional fuerte con alguien a quien nunca ha tratado directamente.

Ser conscientes de pertenecer a un clan con ese peso debe de ser una carga muy particular.

Pues pertenecer al clan Wagner es una maldición, por un lado y, por otro, una bendición.

¿Cuándo es una maldición y cuándo lo contrario?

Pues si te sientas en medio de un ensayo o una representación a escuchar la música, resulta una bendición. Y cuando afrontas un nuevo montaje, con toda la carga que tiene la tradición, o te enfrentas a algunas posiciones políticas que mantuvo, es un problema. Y en mi caso, peor, porque algunos juzgan que puedo ir más allá por pertenecer a la familia y otros creen que precisamente por eso, no debería.

Más allá de las paradojas que encerraba, ¿lo que más daño le ha hecho a Wagner no es quizás el fanatismo de parte de sus seguidores?

Desde luego. Pero las experiencias y visiones sobre él se acumulan y no te puedes deshacer de ellas tampoco. Y todo lo que ha sucedido entremedias no lo puedes evitar, debes afrontarlo.

Usted ha afrontado ese pasado en el que los nazis lo convirtieron en una referencia con el apoyo de su familia. Pero ¿qué opina de un presente en el que toda esa ideología destructiva parece regresar en Occidente y concretamente, con fuerza, en su país, Alemania? ¿No le frustra?

Sí, por supuesto que sí. Debemos enfrentar todo eso. Es un camino que mi padre comenzó a hacer sin titubeos.

¿Incluso a pesar de los secretos que siguen sin desvelarse acerca de esa alianza entre los nazis y los Wagner?

Hay partes de la familia que se empeñan en no desvelar esos secretos de nuestro pasado con los nazis. Todo lo que dependía de nuestra rama y de la rama de mi tío Wieland ha quedado a disposición pública, pero existen algunos asuntos y papeles que no estaban bajo nuestro control sin ser revelados. Tampoco podemos forzar a quienes los guardan, pero deben sentir la responsabilidad de ponerlos a disposición de la gente. Desconozco el contenido de estos, ni sé de qué van.

¿Le apela esta situación de manera más determinante a la hora defender con contundencia valores democráticos? Tras un pasado de su familia vinculado al nazismo, ahora tienen oportunidad para colocarse en el lado correcto. ¿Es consciente?

Sí, sin duda. Y en escena puedes mostrar determinadas visiones a gente sensible a esos asuntos. Mediante el arte puedes combatir esas posiciones. Debes y es necesario. No solo mediante las artes escénicas, también por medio de la creación en general.

Katharina Wagner.

¿Y cómo? Los líderes del nuevo fascismo saben utilizar la cultura como arma, aunque solo sea para prohibirla porque temen su impacto. En eso han aprendido de los nazis también.

Yo ya lo empecé a hacer con mi primer montaje en Bay­reuth de Los maestros cantores de Núremberg. Trataba de alertar precisamente frente a ese peligro y me mostraba muy determinante: no lo permitamos. Ocurrió hace tiempo. Sentí la necesidad de expresarlo al prever el peligro.

Y la criticaron a fondo, precisamente porque no se mostraba muy complaciente con la sociedad alemana de entonces. ¿Lo sigue viendo igual?

Debemos tener cuidado, de forma más urgente y determinante ahora que antes. Cuando pronuncian en alto sus soflamas patrióticas con el nombre de Alemania en la boca hay que tener mucho ojo respecto al sentido que le dan. Rechazo ese nacionalismo. Somos Europa. Ya no somos solamente Alemania. Mi producción advertía de que no les debíamos dejar levantarse en ese sentido de nuevo. Ahora todo eso cobra un fuerte sentido, debemos mantener la guardia alta. Afrontamos un presente terrible.

¿Hasta qué punto teme que vuelva a ocurrir lo mismo que en los años treinta del pasado siglo?

De eso se trata, de aclarar mediante la expresión artística ese riesgo. Necesitamos una completa libertad para afrontarlo, aunque a la gente le disguste. Hay que mantener los compromisos, no volver atrás, sobre todo en un país como Alemania.

Bayreuth siempre ha estado dirigido por un miembro de la familia Wagner. Por eso, entre otras cosas, se les ha considerado una especie de familia real alemana. Al fin y al cabo, heredan un trono.

¡Ja, ja, ja! Ya sé que mucha gente dice eso, pero yo no lo siento así. No somos tan glamurosos como una familia real.

Bueno, mantienen cierto misterio… y la realidad es que, hoy en día, esa línea no se ha roto.

Bueno, es que está establecido así mediante una regla de 1973, que si existe algún miembro de la familia que se dedica a ello, debe dirigirlo.

¿Y quién sería su heredero? ¿Hay algún joven Wagner formándose ya?

No todavía, al menos que yo sepa.

Conviene tener el escenario previsto, ¿no?

Vale, no somos una familia real en el sentido de la palabra, como digo, y yo tengo 46 años, aún me queda tiempo, pero alguno, sin duda, saldrá. Tampoco forzamos a nadie.

Katharina Wagner, fotografiada el pasado marzo en el Liceu de Barcelona.

Usted tampoco se sintió forzada, pero acabó ahí.

Tengo sobrinos y una sobrina muy listos.

De todas formas, usted, últimamente, ha sido blanco de críticas duras por su gestión. ¿Más que otros?

Eso siempre ocurre.

Su renovación generacional de directores musicales y de escena levanta ampollas. ¿Por qué?

Bueno, nadie está exento de críticas. Sí, hay siempre gente que va a discutir muchos aspectos, es normal porque no puedes colmar las expectativas de todo el mundo. Yo leo todo tipo de opiniones y respeto los ataques. Me tomo a los críticos muy en serio, pero si de lo que se quejan es de que, de repente, hay muchas mujeres dirigiendo, pues qué puedes responder a eso… perdona.

Incluso ha abierto la puerta a directores españoles, algo excepcional allí, como Pablo Heras Casado.

Sí, y me entusiasma su trabajo. Pero yo no elijo a los directores en función de su origen nacional, sino de si encajan en un título concreto, y así seguiremos haciéndolo.

¿Qué diferencia a los wagnerianos cuando algunos son más radicales respecto a otros músicos?

Me hace mucha gracia. Yo he sufrido a gente que se ha acercado a mí y me ha dicho: “¡Esto es justo lo que Wagner no quería!”. Nunca lo he sabido al cien por cien. Ni yo, ni nadie. Pero esa gente que se cree depositaria de las esencias me provoca risa. ¡¿Cómo lo saben?! No creo que ocurra así respecto a otros compositores. En el caso de los wagnerianos, me resulta muy llamativa su seguridad.

¿No cree que la radical modernidad de Wagner estriba sobre todo en la música? ¿Quién supo detectar la ansiedad moderna mejor que él en obras como Tristán e Isolda?

Desde luego, su concepción del amor y la ansiedad mediante una partitura para la sociedad de hoy es radicalmente visionaria y moderna. Revolucionaria respecto a la historia del arte, como lo hizo también al tratar la guerra de una manera que puede aplicarse a cada época.

¿En qué conecta más con su antepasado respecto a su trabajo?

Si estoy en Bayreuth, que es un lugar con un aura propia, sientes una conexión potente que no tiene que ver con razones sentimentales, sino prácticas. El hecho de que se construyera todo aparte para aislar el hecho artístico del social, lo convirtió en un espacio único, desde la concepción de la acústica hasta la disposición en la que se coloca el público, todo es distinto. Debes confiar en eso para poder hacer bien el trabajo. Si confías en la mera física del lugar, obtienes los mejores resultados. Lo hizo diferente por motivos específicos, bien estudiados en su caso. Y funcionan.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.
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