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Hernán Cattaneo, el Messi de la música electrónica: “Unos dicen que soy Dios y otros que soy un ladrón”

El DJ argentino, referente del ‘house’, lleva décadas haciendo bailar a multitudes. Cansado de la mala reputación que tiene la música electrónica, ha dejado la oscuridad de las discotecas para tocar a la luz del día en estadios, teatros de ópera y catedrales. En agosto aterriza en Ibiza.

Hernán Cattaneo, en la discoteca Tequila de Buenos Aires en marzo. En mayo el DJ actuó en Brunch Electronik de Madrid y el 6 de julio en la cita barcelonesa de este festival.
Martín Bianchi

En Argentina es difícil que la gente se ponga de acuerdo en algo, pero en el país sudamericano casi todos dan por hecho que Dios es argentino. El problema es que no hay consenso sobre quién es Dios. Unos le rezan a Maradona y otros, a Messi. Unos adoran a Gardel y otros, a Piazzolla. Están los que idolatran a Evita Perón y los que veneran al Che Guevara. Y están los que rinden culto al DJ Hernán Cattaneo. “Acá, en Argentina, Hernán es Dios. Lo sigo desde 2005. Toque donde toque, yo voy”, explica Damián Leiva, un fan de 38 años que lleva una camiseta de la selección de fútbol argentina con el número 10 y el nombre de su ídolo.

Adorar a alguien exige sacrificios. Es un día lluvioso de marzo en Buenos Aires y el calor aprieta. El pronóstico anuncia tormentas eléctricas para la noche, pero Sunsetstrip, el macroshow al aire libre que ha planificado Cattaneo para esta tarde, no se cancela. Hay 20.000 personas esperando bajo el agua a que el astro del house salga a escena para pinchar durante siete horas seguidas. El plan es que comience al atardecer, mientras el sol cae sobre Río de la Plata, y que siga hasta la medianoche. Las entradas se vendieron en menos de 12 horas. Cada tique costaba 135.000 pesos (unos 100 euros), un precio prohibitivo para muchos bolsillos argentinos.

A las cinco de la tarde, el campo de fútbol de la Ciudad Universitaria de Buenos Aires, ubicado entre el aeropuerto Jorge Newbery y el río, está a rebosar. El público es diverso. Hay veinteañeros y treintañeros. Hay cuarentones y cincuentones. Hay parejas y grupos de amigos. Hay ravers y niños pijos. Hay padres con sus hijos. Hay gente de Buenos Aires, de Ushuaia, de Salta y del extranjero. Cuando Cattaneo arranca la actuación, todos forman una masa uniforme. Se contornean al unísono, siguiendo el ritmo envolvente de la música. A nadie le importa la lluvia o que el césped se haya convertido en un barrizal. Al revés. El cielo encapotado, los relámpagos y el incesante trajín de aviones que sobrevuelan la cabina del DJ engrandecen la experiencia.

Hernán Cattaneo actuando en Sunsetstrip, el 'macroshow' diurno y al aire libre que dio en marzo en Buenos Aires. Pese a la lluvia, reunió a 20.000 personas. “La mejor forma de defender la música electrónica es tocándola de día”, asegura el DJ.

La gente se lo está pasando bien, pero Cattaneo tiene que interrumpir su sermón musical en mitad de la liturgia. De repente, se apaga la música, se encienden las luces y se pide por megafonía que todos abandonen el recinto. Diluvia y la organización no puede garantizar la seguridad del público. “Si Cattaneo para, es por algo”, dice uno de sus fans. La palabra del DJ es sagrada.

“Hay quien dice que soy Dios y hay quien dice que soy un ladrón. Es muy argentino lo de tratar a tu ídolo como Dios, pero no me lo tomo como algo literal. Me lo tomo con humor”, explica Cattaneo (Buenos Aires, 60 años) a El País Semanal unos días después de haber cancelado los dos shows que iba a hacer ese fin de semana. Iba a reunir a 40.000 personas en dos días. “Tengo 60 años y llevo haciendo esto desde los 12. Para que el público te ponga en un lugar tan alto, tenés que hacer algo más que una buena mezcla”.

Al DJ lo llaman “el Messi de la música electrónica”. Es una leyenda del house, un género de música electrónica de baile que se originó en Chicago a principios de la década de 1980. “Me convertí en un clásico, como un restaurante de toda la vida al que seguís yendo porque sabés que comés bien”, reconoce. Su plato fuerte es el house progresivo, un subgénero de la electrónica que él suele comparar con una noche de amor: “Mezclando los discos unos dentro de otros, empezás muy suave y vas subiendo un poco, después bajás, subís un poco más, volvés a bajar, otra vez subís, y terminás largo y suave”.

Ha perdido la cuenta de las veces que ha llevado al público al clímax. En casi medio siglo de carrera ha hecho más de 4.000 espectáculos en 300 ciudades. Eso equivale a 17.000 horas de actuaciones y más de 150 vueltas al mundo. Ha estado varios años entre los 10 mejores DJ del mundo; ha pinchado en los festivales más importantes —Coachella, Burning Man, Creamfields, entre otros— y fue residente en Cream de Liverpool cuando Cream era el mejor club nocturno del planeta.

Hernán Cattaneo, en marzo durante su actuación en el Sunsetstrip de Buenos Aires. Sus espectáculos suelen durar entre cuatro y siete horas seguidas.

Su historia se parece mucho a la de Messi y a la de otros ídolos argentinos. “Empecé muy chiquito y desde muy abajo”, señala. Hijo de un empleado de una empresa de seguros y de un ama de casa que amaba la música clásica, se crio con sus dos hermanas en un apartamento pequeño y oscuro de Caballito, barrio popular de Buenos Aires. “En casa no faltaba nada, pero tampoco sobraba demasiado”, recuerda. Era mediados de la década de 1960, una época convulsa en Argentina marcada por la dictadura militar de Onganía y la crisis económica. Él, ajeno a todo, se pasaba el día escuchando música. “Hay chicos que andan todo el rato con una pelota. Yo estaba siempre con algún disco en las manos”, reconoce.

A los seis años, un tío le regaló su primer elepé. Era Willy and the Poor Boys, de la banda de rock Creedence Clearwater Revival. Se pasó dos horas estudiando la foto de la cubierta del disco, en la que hay un grupo de niños negros observando a los músicos. Cotton Fields, canción que habla de los campos de algodón y la esclavitud, lo marcó. Tiempo después, otro tío le regaló The Dark Side of the Moon, de Pink Floyd. “Tenía ocho años y aluciné. Me voló la cabeza. Esa fue la primera vez que escuché música electrónica”, recuerda.

No supo que quería ser DJ hasta que fue a un baile escolar y vio por primera vez a un disc jockey en las bandejas. Con 12 años empezó a tocar música en las fiestas de sus amigos y con 15 se puso a pinchar en los bailes que organizaba el club de su barrio. “A papá no le gustaba. Él era hijo de inmigrantes italianos que habían tenido que trabajar mucho. Mi viejo fue la primera generación de mi familia que estudió en la universidad y quería que yo fuera la segunda. Que me dedicara a la música fue un golpe duro para él. Y encima a una música que se hace con máquinas. En los años setenta y ochenta, eso era como tirar tu vida por la ventana”, reconoce. “Le costó entenderme. Por suerte, antes de morir pudo ver que me iba bien…”.

Antes de terminar el instituto, ya era un DJ profesional. Empezó a trabajar en las discotecas de moda porteñas. Tenía un estilo muy particular. Mezclaba Walk of Life de Dire Straits con Take on me de A-ha, Alive and Kicking de Simple Minds con Lay your Hands on me de Thompson Twins, o West End Girls de Pet Shop Boys con Secret de OMD. A finales de 1992, la discoteca Pachá Ibiza desembarcó en Buenos Aires para inaugurar su club número 29 en el mundo y lo fichó. Con lo que ganó durante los tres primeros años de trabajo en Pachá pagó su primera casa. Todavía no había cumplido los 30 años.

Vista general del 'macroshow' de Cattaneo en Sunsetstrip.

El 21 de mayo de 1999, en pleno auge de la música electrónica, su vida cambió para siempre. La discoteca Museum de Buenos Aires lo contrató para que hiciera de telonero de los Chemical Brothers y Paul Oakenfold. Iba a caldear el ambiente para la banda electrónica del momento y para el DJ más famoso del mundo. Oakenfold quedó tan impresionado con Cattaneo que tres meses después le ofreció ser su telonero en una gira mundial.

El tour con Oakenfold le abrió las puertas del mercado inglés, entonces epicentro de la música electrónica. La santísima trinidad la formaban tres clubes: Cream, en Liverpool, y Ministry of Sound y Fabric, en Londres. Cream tenía tal influencia en la cultura que muchos jóvenes ingleses se apuntaban a carreras universitarias en esa ciudad del noroeste de Inglaterra para estar más cerca de la discoteca. El DJ argentino aterrizó un jueves, compró discos un viernes y el sábado debutó en el club, compartiendo cartel con grandes como Oakenfold, Nick Warren y Steve Lawler.

En 2001, DJ Mag, la revista de referencia del sector, le dio el premio internacional a mejor nuevo DJ. En dos años consecutivos figuró en el top ten de los mejores DJ. Fue el primer latino en firmar con el sello Renaissance y también el primero en pinchar para Essential Mix de la BBC, el programa de radio más importante de la escena dance. El deán de la catedral de Liverpool lo invitó a tocar en su templo para acercar a los jóvenes la Iglesia, y el fotógrafo Chris López lo retrató junto a otros DJ del momento como Fatboy Slim, Carl Cox y Danny Rampling. Su imagen, sin camiseta, emulando a Jim Morrison, se expuso en la National Portrait Gallery de Londres. La fotografía iba acompañada de un texto en el que explicaba qué significaba para él ser DJ: “Empecé a poner discos porque me hacía sentir tan bien la música que quería regalarles ese momento a los otros. No me puedo escapar de eso”.

“No sé qué querían los demás de mí, pero yo quería esto: poner música para los demás”, dice. No es pretencioso. No se define como artista. “Si lo que hago es un hecho artístico o no, te juro que me da igual. Hay gente que me compara con un astronauta y gente que me denigra y que considera que solo pongo música que hicieron otros”. Tampoco se ve a sí mismo como un músico. “No lo soy. Me basta con ser DJ. Con ese título me alcanza”.

Dedica cinco horas diarias a escuchar música nueva para sus sesiones. No le gusta el heavy metal, el hard rock o los nuevos sonidos latinos, pero no critica a nadie. “Yo crecí con mucha gente en contra de la música electrónica, empezando por mi papá. Cuando ahora escucho cosas que no me gustan, me quedo callado porque no quiero ser como él. ¿Quién soy yo para desacreditar lo que escuchan las nuevas generaciones?”, explica. Él prefiere los clásicos con los que creció: Pink Floyd, Duran Duran, The Police, Depeche Mode… Suele incluir samples de estas bandas en sus actuaciones. “Pero tengo una esposa y tres hijas, de 12, 15 y 17 años, así que escucho de todo. Ahora los jóvenes escuchan desde Freddie Mercury hasta reguetón. Son más abiertos a los nuevos sonidos. Mi generación se acotaba a un solo estilo”.

Cattaneo forma parte de una generación de DJ superestrellas que despuntó en la década de 1990 y que no ha perdido su vigencia. Carl Cox tiene 62 años; Paul Oakenfold y Fatboy Slim tienen 61, y Laurent Garnier tiene 59. Todos siguen trabajando. “La estrella de mi generación no se apaga. Si mañana salen de gira, venden todos los tiques. ¿Por qué? Porque tienen una identidad. Ahora la música electrónica se ha vuelto masiva, de modas. Y las modas son peligrosas. Si las seguís, subís rápido y bajás rápido. Para mí el éxito no es un buen año. El éxito es una buena carrera”, afirma Cattaneo.

Acaba de cumplir 60 años y no tiene planes de dejarlo. Dice que está acostumbrado desde hace años a estar de pie durante horas y que no se cansa. “Puedo estar hasta 10 horas tocando sin problema. Me canso más corriendo ocho kilómetros”, reconoce. Una vida sana y disciplinada le ayuda a aguantar sus espectáculos maratonianos. “Esto es como un deporte. Si no te cuidás, no rendís. Yo no fumo, no bebo alcohol y no tomo drogas. Tengo un estilo de vida muy diferente al que se puede imaginar la gente”, explica. Apunta que el entorno también es importante. Su mujer, exmodelo, es instructora de yoga. “La gente de la que te rodeás es clave. Mirá el caso de Avicii, lo mal que terminó [el DJ sueco se suicidó con 28 años]. A él no lo cuidaba nadie”.

Hace unos meses, Norman Cook, más conocido como Fatboy Slim, declaró que estaba un poco harto de la música. Cook es amigo de Cattaneo. “Conozco bien a Norman. Nadie puede dudar de su amor por la música. Si a él le pasó, le puede ocurrir a cualquiera. Quizá un día me levanto y me pasa lo mismo. Por ahora no me levanté ni un solo día sin ganas de escuchar música”.

En 2016 murieron cinco personas durante un festival de electrónica en Buenos Aires a causa del consumo de drogas recreativas. La opinión pública argentina se puso en contra de los DJ y la escena dance. “Había muy mala imagen de la música electrónica. La gente lo veía como algo malo y peligroso. Quería darle la vuelta a eso. Estaba convencido de que el problema no era la música, sino el contexto en el que se escucha”, recuerda.

Dos años después dio un concierto sinfónico en el Teatro Colón, una de las salas de ópera más importantes del mundo. Era la primera vez que un DJ se subía al escenario que pisaron Toscanini, Stravinski o Strauss. “La gente de la música clásica estaba en contra. Al principio hubo mucha controversia”, apunta. Esa tarde tocó Unfinished Sympathy, de Massive Attack; I Robot, de Alan Parsons; Porcelain, de Moby; Golden Path, de The Chemical Brothers, y Enjoy the Silence, de Depeche Mode, entre otras, junto a una orquesta de 64 músicos. El éxito fue rotundo. La ciudad de Buenos Aires nombró a Cattaneo personalidad destacada de la cultura.

“No fumo, no bebo alcohol y no tomo drogas”, asegura Hernán Cattaneo.

“No tengo nada en contra de la noche. Es más, me gusta la noche. Pero me di cuenta de que la mejor forma de defender la música electrónica era tocándola de día”, explica. Así se le ocurrió Sunsetstrip, un evento diurno y al aire que repite cada año en Argentina y que también lleva a otros países. El primer espectáculo fue en el campo de polo de Buenos Aires a las cuatro de la tarde. “De golpe apareció un montón de gente que nunca había ido a las fiestas electrónicas: gente más mayor y más joven de lo habitual, más mujeres… Encontramos un nuevo público”.

Ahora viaja por el mundo tocando en festivales que comparten su visión de sacar la electrónica de la noche. En mayo de este año, actuó en Brunch Electronik de Madrid ante 7.700 personas, y el pasado 6 de julio pinchó durante nueve horas seguidas en la versión barcelonesa de este festival, reuniendo a 9.200 personas. Brunch Electronik es un evento musical nómada, de día y al aire libre, que ya se ha celebrado en ciudades como Lisboa o Los Ángeles. “Ver a Hernán actuar a plena luz del día, en un parque o frente al mar, transforma por completo la experiencia. Es mucho más que un DJ. Es una figura clave de la escena del progressive house a nivel global”, señala François Jozic, CEO y cofundador de Brunch. “Estamos viendo cada vez más público local siguiéndolo. Durante muchos años fue un referente fuerte para la comunidad latina en Europa, pero hoy atrae a un público muy diverso: gente joven que lo descubre, veteranos que valoran su trayectoria, y, sobre todo, muchos fans de la electrónica que buscan propuestas cuidadas y sets con historia. Es bonito ver cómo su sonido sigue siendo actual y relevante para diferentes generaciones”, concluye Jozic.

Cattaneo vuelve en el mes de agosto a España. Pinchará en Brunch Electronik Ibiza, una fiesta al atardecer en el recinto 528 Ibiza, en las colinas de Benimussa. “Cuando tenía 20 años, yo ya sentía que había triunfado. Ganar un sueldo ya me parecía el paraíso. Entonces no había salido de mi ciudad ni había vivido todo lo que viví. Imaginate cómo me siento ahora”. Como Dios.

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Sobre la firma

Martín Bianchi
Martín Bianchi Tasso es coordinador de Estilo de Vida en El País Semanal y además colabora con la sección de Gente de EL PAÍS. Fue redactor jefe de la revista ¡Hola!, jefe de Sociedad en Vanity Fair y jefe de Gente y Estilo en Abc.
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