La revolución bisexual
Más de la mitad de todo el colectivo LGTBIQ+ pertenece a la letra B. Y uno de cada cuatro jóvenes entre 18 y 24 años se describe como bisexual en España. Reivindican la necesidad de visibilizarse y denuncian el constante cuestionamiento al que aún son sometidos. No son a veces heterosexuales y a veces homosexuales. Ocho relatos personales sobre cómo es ser bisexual hoy.

La bisexualidad es cada vez más visible. Más de la mitad de las personas que se identifican como LGTBIQ+ en España lo hacen por la B de bi, concretamente el 55%, según el estudio Estado LGTBI+ 2024, elaborado por 40dB. para la Federación Estatal de organizaciones en defensa del colectivo (Felgtbi+). “Ahora hay más libertad de experimentar con el propio cuerpo, con el deseo y la sexualidad”, dice Ada Colau, barcelonesa de 51 años que se define como activista por los derechos humanos. “Es lo que he sido la mayor parte de mi vida”, aclara. “Además, fui la primera mujer bisexual alcaldesa de Barcelona”. Ocupó el cargo durante ocho años, entre 2015 y 2023.
Cuando de joven empezó a interesarse por otras personas, y sin mucha consciencia aún del sexo, Colau sintió atracción tanto por chicas como por chicos, aunque reconoce que era más fácil relacionarse con estos últimos: “Es por la normatividad que nos rodea. Nos bombardean con lo heteropatriarcal en el cine, el teatro, la televisión, las redes…”. Su primera historia sentimental con otra mujer llegó más tarde. “No por falta de impulso, sino más bien por falta de oportunidad, de contexto”, matiza. Cuando ocurrió, trató el tema con naturalidad con su familia. De ahí que le sorprendiera la reacción que causó cuando en 2017 habló de su bisexualidad en una entrevista con Jorge Javier Vázquez en el programa Sábado Deluxe de Telecinco. “Lo traté con normalidad, pero mucha gente lo vivió como una salida del armario. Algo que no era real para mí”, cuenta. Tras los aplausos en el plató, fue atacada no solo en redes sociales, sino también desde la escena política y mediática. “Cuando discrepas de la norma heteropatriarcal te intentan silenciar. Es como si te dijeran: ‘Te toleramos, nos parece bien, pero no hace falta que vayas haciendo publicidad”.
Colau, que no tuvo ningún referente LGTBIQ+ de proximidad —“en películas y en algunos libros había referencias, pero sobre todo a gais y lesbianas; la bisexualidad estaba invisibilizada”—, se convirtió rápidamente en uno. “Muchas chicas jóvenes me decían: ‘Qué maravilla que en lugares visibles haya personas que nos representan’. También me pararon numerosas mujeres por la calle. Fue muy emocionante. Lloré en varias ocasiones”, recuerda. “Haciendo política me di cuenta de que la visibilidad es muy importante. Ayuda a que la gente no se sienta sola”. Ella dice sentirse excluida de todas las normatividades: “Me defino y me siento queer, afortunadamente, fuera de la norma”. Y añade: “Hay presencia LGTBIQ+ en la política, aunque es poco visible”.
Para Colau, ahora mismo, es especialmente importante poner en la conversación temas que politizan la vida cotidiana, como el feminismo o los derechos LGTBIQ+. “En un momento tan distópico, tan oscuro, con la extrema derecha en auge y tantos mensajes negativos, tenemos la responsabilidad de transmitir que se pueden hacer muchas cosas si nos juntamos. Más, celebrando el cuerpo y las emociones. Poniendo en el centro de nuestras vidas el deseo, que nos saca lo mejor de nosotros mismos, individual y colectivamente. Al poder le interesa que estemos deprimidas, tristes, pensando que estamos solas y que no hay nada que hacer. Le da miedo nuestra alegría”, concluye.

“Todo lo fluido hace temblar el sistema porque se hace más complicado encasillarte, clasificarte e identificarte. Vivir tu vida con plena libertad hace que el control sea casi imposible, al menos mucho más difícil. De ahí la imposición de la normatividad. Por eso aterroriza la bisexualidad”. Quien habla es Jesse R. García, madrileña trans de 19 años que estudia Realización Audiovisual. Ha bailado toda su vida y últimamente ha experimentado con la performance. “En un futuro me gustaría dedicarme al cine, ya sea detrás o delante de la cámara”, apunta.
Se reconoció como bisexual a los 14 o 15 años. Había hecho su transición con siete. “La gente asume que eres cis y hetero. A mí me suelen leer así”, apunta. Considera que el concepto de bisexualidad se ha expandido: “Nació como algo muy acotado, creado desde el binarismo heterosexual-homosexual, que ha ido evolucionando con los años, hasta vincularse con la identidad no binaria o la pansexualidad. Muchas veces no eres 100% nada: ni hetero, ni gay, ni bi…”.

Esta última idea la comparten más de la mitad de los españoles. En el último informe del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) sobre relaciones sexoafectivas, publicado en enero, casi un 63% consideraba que una persona puede variar sus preferencias sexuales respecto a relacionarse con hombres o con mujeres a lo largo de su vida.
R. García vincula ese aumento de la visibilidad no normativa con el auge de la extrema derecha y los discursos de odio que cuestionan muchas de las conquistas del colectivo en países como EE UU o el Reino Unido. Lo explica así: “Es una reacción. Surge por una necesidad de visibilizarse más. Es una manera de decir: ‘Aquí estoy y voy a mostrarme como soy porque no voy a dejar de existir’. Además, ahora tenemos algo muy poderoso: comunidades visibles y organizadas. No vamos a volver a los armarios porque los hemos quemado. Nuestros derechos, los de las personas LGTBIQ+, son derechos humanos y no deberían ser ni de derechas ni de izquierdas”.
Para el cantante Paul Thin, de 22 años, hay además una gran brecha generacional en la percepción de la realidad LGTBIQ+: “Se evidencia en la naturalidad con la que se asume. Ocurre especialmente con la bisexualidad, que ahora es más normal y cotidiana”. Casi uno de cada cuatro jóvenes (el 23,6%) de entre 18 y 24 años se describe como bisexual, según el último CIS. En ese estudio, un 15% de todos los encuestados se ubicaba fuera de la heterosexualidad: un 2,8% se reconocía como homosexual, mientras que las personas bi doblaban esa cifra llegando al 5,9%.
Thin (nacido en Armilla, Granada, con el nombre de Pablo Suárez) fue el segundo finalista de la duodécima edición de Operación Triunfo. Cree que, hasta hace dos décadas, si una persona sentía atracción tanto por hombres como por mujeres, se definía en función del género de la primera persona de la que se enamoraba. “Por miedo, muchas personas no han acabado de conocerse a sí mismas. Ahora hay más espacios para hacerlo, lugares donde sentirse cómodo, en paz”, apunta.

El cantante se reconoce como bisexual desde hace unos cinco años, aunque admite que lo sabía de toda la vida: “Fue bastante natural. Mi círculo cercano siempre ha sido un lugar seguro”. En otros ámbitos, desde muy pequeño, sufrió homofobia. Con los años, también bifobia. Lamenta que vivamos en una sociedad en la que siempre se asume la heterosexualidad por defecto. Y denuncia una mirada de desconfianza hacia las personas bisexuales: “Si eres un personaje público, se te cuestiona más. Mira lo que ha pasado con Billie Eilish”. Se refiere a la bifobia que la cantante californiana sufrió hace unas semanas. Fue atacada y cuestionada en redes sociales tras la publicación de unas fotografías besándose con Nat Wolff, exlíder del grupo musical The Naked Brothers Band. Algunas personas le afearon sus gestos de intimidad con su nueva pareja por ser un hombre, insinuando que utiliza la bisexualidad a su conveniencia. La artista habló abiertamente de su orientación sexual en 2023 en una entrevista para la revista Variety, tras la cual perdió 100.000 seguidores en Instagram. En 2024 publicó la canción Lunch, en la que relataba una relación sentimental con una mujer.
“Me han llamado maricón, cuando era un insulto fácil. Y aunque se ha resignificado el término, entonces lo sentía como un ataque”, sigue Paul Thin. “Ahora, como hombre bisexual con novia, a veces me hacen sentir con cierto síndrome del impostor. Al mismo tiempo, a veces no me siento del todo acogido por el colectivo: me siento excluido”.

Las personas bisexuales son las que menos se visibilizan del colectivo LGTBIQ+. Destacan los hombres bisexuales: un 45% lo oculta, según la última encuesta de la UE al respecto (publicada en 2020, el estudio se llama LGTBI II y una tercera edición está en proceso de elaboración). Tampoco se visibilizan tres de cada diez mujeres bi. Son cifras muchísimo más altas que en el caso de gais y lesbianas, entre quienes un 12% esconde su orientación.
Dani Hernández, de 45 años, habla de la escasa visibilidad de los hombres bisexuales. De ahí que se creara hace tres años el colectivo Señores Bi-en, al que se unió desde el principio. Se trata de hombres (cis, pero también personas no binarias y otras identidades leídas como hombres) de diferentes partes de España, que se reúnen periódicamente online. Hablan y realizan activismo desde sus localidades. “En Madrid y en Barcelona puede que haya más hombres bisexuales visibles, pero las provincianas estamos más solas”.

Hernández nació en Alicante y ahora vive en Bilbao. Se describe como “artista y precaria, de género no conforme”. Identificó su bisexualidad de joven, en los noventa, pero le pareció “un terreno no habitable”. Se reprimió y vivió una adolescencia “un poco asexual”. “Me encontraba en conflicto”, dice. Con 24 años se visibilizó como gay. Cuenta que más de una década después se volvió a encontrar “con un coño”. Era un hombre trans. “Me hizo replantearme muchas cosas. El mundo gay que yo había habitado era muy misógino. Durante muchos años había negado mi deseo hacia lo femenino y necesitaba recuperarlo”, relata.

Para Ester Montenegro, de 34 años, es parecido: “Aunque últimamente me relacione más con mujeres y otras identidades, no sé si puedo erradicar mi deseo hacia los hombres”. Antes solía tener relaciones con hombres, por lo que pensó que era hetero. “Con 26 años me replanteé cosas desde el feminismo, desde lo queer, cuestiones que tenían que ver también con el género, con mi identidad… Empecé a preguntarme si mi heterosexualidad era algo elegido o incluso construido por mí”.
Leyó Resistencia bisexual (Melusina), de Elisa Coll, investigó y encontró respuestas: “Me di cuenta de que había construido mi identidad en torno a un deseo que en aquel momento se valía de un sistema normativo, de la heterosexualidad, la monogamia, el concepto de mujer perfecta, objeto y hecha para el deseo del otro”.
En su infancia y adolescencia en Las Palmas de Gran Canaria —de donde es originaria, aunque vive en Madrid desde hace más de una década—, Montenegro se relacionó con gente heteronormativa. “El sistema en el que vivimos nos lleva todo el rato al binarismo, a categorizarnos y posicionarnos en un sentido o en otro. Pero para mí la bisexualidad es un posicionamiento abierto a la duda, a cuestionarnos cosas”, dice. Trabaja como psiquiatra con adolescentes, algunos de ellos pertenecientes al colectivo LGTBIQ+, aunque ella no comparte su vida personal con sus pacientes. Critica la constante reafirmación que se exige a las personas bisexuales: “Parece que tienes que estar liándote todo el rato con gente de diferentes géneros para que te den el carnet de bisexual”.
Le daba cierto reparo visibilizarse en este reportaje, sobre todo por su entorno laboral. Ella no es la única que duda a la hora de hablar de estos temas en el trabajo. Aunque más de seis de cada diez personas LGTBIQ+ son visibles en sus trabajos en España, solo el 40% lo hace de forma completa. Además, más del 21% lo oculta en los procesos de selección, según el informe Diversity at work 2025, elaborado por ManPowerGroup.
“No estoy para nada de acuerdo con eso que se dice a veces de que todo el mundo es bisexual”, dice la doctora, “pero sí que creo que hay muchísimas personas que no se han hecho esta pregunta porque no lo necesitan, porque no quieren afrontarla, no les interesa… Es una pregunta que demuestra que la orientación sexual es también identitaria. Si más gente se la hiciese y respondiese, habría más peña bisexual”.

“El potencial de sentir atracción por personas de todo tipo es muchísimo más habitual y genérico de lo que pensamos”, comparte Daniel Valero. Es de Jerez de la Frontera, aunque vive en Madrid, tiene 31 años y hace unos meses publicó Confundidas, indecisas, promiscuas. Bisexualidad, identidad y deseo en un mundo monosexista (Paidós), libro que ha escrito a raíz de su salida del armario como bisexual. Además de ofrecer un amplio abanico a la hora de relacionarse, Valero, también conocido en redes como Tigrillo, ve la bisexualidad “rupturista” y piensa que por eso se difumina como identidad. “Plantea una amenaza para lo normativo y para el capitalismo. Es atacada porque no es productiva”.
En la investigación que realizó para documentarse para el libro trazó una línea histórica de la bifobia. “Cuando se empieza a hablar de personas que sienten atracción por personas de todo tipo, los sexólogos y médicos de finales del siglo XIX y principios del XX lo achacan a un estado de inmadurez. Decían que era una llamada de atención o lo relacionaban con la promiscuidad”, explica. Lo mismo ocurre durante la época colonial, pero asociándolo al salvajismo: cuando se colonizaban países cuyas costumbres sexuales no eran tan rígidas como las europeas de la época, se las tachaba no solo de amorales sino de impropias de las personas. Además, la promiscuidad se asocia con las infecciones de transmisión sexual. “La única forma tangible que tiene la sociedad de señalar a las personas que tienen una vida sexual que no es productiva”, matiza Valero. “Se nos sigue enseñando que solo podemos mantener relaciones sexuales si es con un fin productivo; para afianzar una relación monógama que acabe utilizando esas relaciones para reproducir los engranajes del sistema”.

Laura Romero, malagueña de 37 años, visibiliza su bisexualidad como un acto de activismo. “Todo lo que soy me define y conforma mi identidad: ser una mujer afroandaluza y bisexual. Ser negra en Andalucía ya es suficiente para recibir miradas, si mi pareja es además una mujer, obvio que son aún más”. Romero tiene un hijo de 15 años. “Afortunadamente, veo cómo en su generación todo es más fluido, la bisexualidad es algo más naturalizado que cuando yo era joven. Entonces, había muy pocos referentes”. Por eso, ella, técnico de radiodiagnosis, está orgullosa de ser referente para su hijo y extenderlo a las redes.
Entre las generaciones más jóvenes hay el doble de bisexuales y homosexuales que en la generación de sus abuelos, según un estudio de 40dB. para EL PAÍS elaborado en 2022. Son mucho más proclives a experimentar y más abiertos a tener relaciones con alguien de su mismo sexo o con una identidad sexual distinta a la suya. Entre los menores de 25 años, la heterosexualidad había caído un 15% con respecto a los baby boomers (los nacidos en los sesenta).
“Nombrarse y visibilizarse sirve para comprenderte y reconocerte, para reclamar derechos, para construir tu identidad. Sin embargo, etiquetarnos no debería ser algo inamovible, estanco, que te obligara a quedarte ahí para siempre”, dice Laura Romero. De ahí que denuncie el cuestionamiento y la estigmatización de la bisexualidad. “Si estoy con una chica, automáticamente soy lesbiana. Si luego estoy con un chico, ya soy otra vez heterosexual… Siempre describiéndote según la persona que tienes al lado. Dentro del colectivo me he encontrado con lesbianas que me han dicho que nunca estarían con una bisexual porque no se fían, que en cualquier momento la abandonas por un hombre. Me parece injusto que alguien te pueda hacer sentir incómoda por ser como eres”.

Hasta los 30 años, Al García no se pudo reconocer como bi. “Había mucha invisibilidad”. Nació en Madrid hace 37 años, aunque vive en Barcelona desde hace tres años y medio, tiempo en el que ha podido “afianzar mejor su identidad y su bisexualidad”. Explica que conectó con su bisexualidad desde su realidad de persona no binaria. “Hubo una época en la que me identificaba como un hombre —que es lo que me habían dicho que era— y sentía atracción por mujeres”. Con 16 empezó a repensarse, ahondar en cómo se relacionaba con su sexualidad, con el deseo, y acabó desdibujando el género. “Que me atraiga un hombre o una mujer hace tiempo que dejó de tener sentido”, remarca. Al abrir la posibilidad de relacionarse con ambos géneros, la bisexualidad cuestiona la orientación, desdibuja lo hetero y lo homo, pero también la identidad, al difuminar los arquetipos masculinos y femeninos. En su libro, el periodista Valero concluye que la realidad bi evidencia que el género, la identidad y la sexualidad son conceptos fluidos, no estancos. “También representa un reto al monosexismo, esto de que solo te pueda atraer una única persona como norma”, dice García. “La bisexualidad te lleva a cuestionar cómo te relacionas, repensar cómo construyes relaciones”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.