Madrid: ciudad amable, capital iracunda
Madrid es acogedora y alegre, pero la corte es despiadada e intransigente. En ningún otro lugar de España se oye y se lee tal variedad de insultos


Para empezar, dejemos las cosas claramente fijadas en su sitio: de un lado está la ciudad, y de otro, la corte. Aunque villa y corte —según la vieja denominación— ocupan el mismo espacio físico, habitan dimensiones mentales y simbólicas no siempre coincidentes. A menudo contradictorias, incluso. La ciudad es acogedora, simpática, alegre, tolerante. La corte —o si lo prefieren, la capital, todo ese mundo que rota en torno al astro deslumbrante del poder— es despiadada, ceñuda, iracunda, intransigente.
Adolfo Suárez, aquel improbable arribista que pasó de gobernador civil de provincias a primera autoridad de la corte, acuñó una definición brutal: la “cloaca madrileña”. Un albañal donde chapotean conspiradores y correveidiles de toda índole, incrustados en la política, en los negocios, en las fuerzas de seguridad —Villarejo como perfecto arquetipo—, en la judicatura o en el periodismo. Suárez señalaba muy especialmente a esto último, a los medios de comunicación de entonces, como principales responsables del mefítico ambiente de la corte. “Las cosas entran por el oído, salen por la boca y no pasan por el cerebro, por la reflexión previa”, denunciaba en 1980 el entonces presidente. Los lamentos de Suárez evocan otros mucho más antiguos y célebres, los de Miguel de Unamuno a principios del siglo XX, también con la “cochina prensa madrileña” como objetivo: “Tienen testículos en vez de sesos en la mollera”.
El matonismo literario, esa prosa energúmena que camufla su bajeza argumental bajo el fulgor del retruécano y la metáfora, constituye una arraigada y ya secular tradición de la capital. Han sido y son medios de comunicación de todo tipo —radios, televisiones, periódicos y ahora también una miríada de artefactos digitales— quienes más han contribuido a alimentar esa atmósfera rayana con frecuencia en el guerracivilismo y acrecentada en los últimos años. Una maquinaria de destrucción personal ansiosa por apilar cadáveres simbólicos. En ningún otro lugar de España se lee y oye a diario tal variedad de insultos y enormidades como las que se escriben y vocean aquí. Y en ningún otro lugar unas simples elecciones autonómicas son convertidas en una suerte de conflagración civilizatoria, una batalla entre comunismo y libertad o entre fascismo y democracia, como ha sucedido en Madrid.
Ese periodismo pendenciero y faltón ha contaminado irremediablemente el debate público. De tal modo que los políticos ya saben que cuando llegan a Madrid se pueden permitir todas las atrocidades de las que se reprimían en sus territorios de origen. Lo peor es que también está empezando a contagiar a los ciudadanos. Hay personajes públicos, despedazados a diario en ciertos medios, que solo pueden salir a la calle de incógnito. Como hay periodistas conocidos por sus apariciones televisivas que están encontrándose con lo nunca visto: acosos e insultos de transeúntes que les recriminan sus análisis y opiniones. Pedro Sánchez, agasajado en Barcelona y vilipendiado en su ciudad natal, puede dar testimonio. De nuevo regresa la imagen de Suárez deplorando las prácticas de la “cloaca” en una terrible entrevista de 1980 con Abc, inédita hasta 2007 porque los asesores de La Moncloa decidieron vetarla ante el tamaño de las confesiones del presidente, que se abría en canal: “Soy un hombre completamente desprestigiado”.
De esta caldera siempre en combustión y a máxima temperatura ha surgido como producto más acabado la presidenta regional. No por casualidad, Isabel Díaz Ayuso es periodista de profesión y se fogueó en los combates sin reglas de las redes sociales. Siempre presta a ensalzar las virtudes madrileñas, Ayuso ha acuñado una definición: “Madrid es España dentro de España”. La presidenta suele presumir con toda razón del carácter acogedor de la ciudad, pero la interpretación de esa frase que se antoja más obvia apunta a una idea bien distinta y excluyente. Porque lo que da a entender, en consonancia con otras intervenciones suyas, es que Madrid representa la verdadera esencia de España. Madrid como reserva espiritual de la patria.
Es la misma creencia que parece haber abrazado un sector de la ciudadanía, esos que, cuando sienten la llamada a filas, se echan a la calle para “putodefender” España. Y entonces a uno le asalta sin remedio el temor a que la corte acabe un día deglutiendo a la ciudad.

Especial Madrid 'El País Semanal'
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