Por el desconocido interior de Las Landas: campos de kiwis, abadías y hoteles con encanto
Una ruta pausada por los entresijos de este departamento del suroeste de Francia con un rico patrimonio cultural

Cuando el verano se retira de la costa francesa, la brújula de los visitantes apunta al este. Es hacia el interior de Las Landas, donde a la playa y ajetreo turístico le suceden la paz de un bucólico paisaje de ríos caudalosos, maizales y patrimonio medieval, todo unido por un mapamundi de pequeñas carreteras que multiplican el encanto y la contemplación durante el viaje.
A 35 kilómetros de Bayona, siguiendo el curso del río Adour, aparecen los primeros indicios de esta vida inalterada. La puerta a ese universo rural es Peyrehorade, una población clavada en esta campiña repleta de granjas y casitas con contraventanas. A partir de aquí, alejado del océano de pinos que define el suroeste de Francia, los sinuosos caminos conectan cada porción de un recorrido cuya primera parada está envuelta en kiwis. Porque esa ha sido la deriva de este fragmento de Las Landas desde que, en los años setenta, se cultivaran las primeras plantaciones. Esta fruta sobrevivió a los intentos de cultivar tamarillos y frutos de la pasión en el Adour.
Con el tiempo, el Valle del Kiwi ha transformado su horizonte de ganado y campos de cereal en estructuras en las que se enreda la fruta en torno a Peyrehorade, la capital francesa del kiwi. Cerca de 350 productores cosechan 20.000 toneladas de kiwi que se disfruta en bebidas, postres, mermeladas o productos cosméticos. Los itinerarios a pie o en bicicleta atraviesan plantaciones de una fruta originaria de China al tiempo que buscan familiarizar al visitante con actividades relacionadas con el kiwi, desde la recolecta en lugares como Domaine Darmandieu (a partir de noviembre) o una parada para reponer fuerzas, en mitad de un recorrido de 26 kilómetros entre el Valle del Kiwi y Béarn des Gaves, en la plantación Kiwis Délices.
En el mercado de Peyrehorade se siguen concentrando un centenar de puestos de queso, frutas, verduras y pan desde el siglo XIV. Los gaves, como se conoce a los ríos en lengua gascona, no solo han modelado la vida en estos parajes exuberantes, sino que han convertido a la zona en un importante núcleo de producción de foie gras y salmón.

En el Adour se sigue pescando salmón de manera industrial, y en Maison Barthouil se condensa esta historia. La fábrica fue fundada por el abuelo de Pauline y Guillemette Barthouil, que comenzó a ahumar salmón en los años treinta. Dos décadas después, aquel pionero buscó inspiración en Dinamarca, donde aprendió el ahumado con madera de aliso, abundante en esta zona y empleada en hacer los sabots, unos zuecos típicos. Cuando su sucesor tuvo que decidir si industrializar los métodos o continuar a las viejas maneras, decidió seguir ahumando durante ocho días el pescado, aunque ahora tengan que importarlo del norte de Europa por la escasez en un río ya esquilmado. Así, mediante estas técnicas que el visitante puede conocer en las instalaciones, la empresa familiar produce cien toneladas anuales en un entorno en el que se ha encontrado un salmón grabado en un cuerno de ciervo con 15.000 años de antigüedad. Porque la prehistoria también tiene su propia parada en Las Landas.
En Brassempouy está el yacimiento arqueológico en el que a finales del siglo XIX se halló la Dame à la capuche (dama con capucha), un rostro humano de apenas cuatro centímetros tallado en marfil de mamut. En el pequeño museo, además de objetos de sílex, colorantes o puntas de lanza de ballena, se exponen otras ocho réplicas de pequeñas estatuas del Paleolítico, ya que las originales se encuentran en el Museo de Arqueología de París. Años después, se abrió un arqueoparque en el que se programan talleres para niños, quienes aprenden a hacer fuego con piedras o a utilizar propulsores con los que cazaban las poblaciones nómadas de hace 30.000 años. Todos los otoños, de hecho, se honra la memoria ancestral celebrando un destacado campeonato europeo de caza prehistórica con arco y propulsor.

Todas las propuestas familiares en el departamento francés de Las Landas, desde los paseos en kayak por el Gave d’Oloron o los paseos entre eternas hileras de kiwi, terminan en establecimientos de igual calidez. En Hastingues, en una antigua fortaleza encaramada en una colina con panorámicas excepcionales, se encuentra la casa de huéspedes Écrin des Gaves. Sus propietarios se mudaron a la tierra de su infancia y reconvirtieron sus instalaciones en un pequeño hotel de habitaciones singulares y mucha historia, puesto que esta mansión sirvió de veraneo a Marga d’Andurain, una aventurera de comienzos del siglo XX que Cristina Morató biografió en Cautiva en Arabia. Morató definió la casa, conocida como Villa Le Pic, como “una vivienda de tres plantas y diez habitaciones, con un cuidado jardín y unas magníficas vistas al río”.
Un patrimonio reconocido por la Unesco
Aunque la Guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra (siglo XIV) y las Guerras de Religión (siglo XVI) dañaron su aspecto, a nuestros días ha llegado un rico patrimonio cultural de encanto intacto. Muchas de esas iglesias, conventos o torres, reconstruidos años después, están en la lista del patrimonio mundial de la Unesco, ya que en este territorio confluyen varios caminos que conectan con el Camino de Santiago. De la original abadía de Sorde, fundada en el siglo X por monjes benedictinos al borde de Gave d’Oloran, solo sobrevive la iglesia. Las ruinas galo-romanas sobre las que fue construida la abadía dedicada a San Juan son las cicatrices más antiguas, ya que su apariencia actual se fue armando durante los siglos XVII y XVIII. Los mosaicos de la Escuela de Aquitania, el claustro o la imponente fachada de 70 metros junto al río son el preámbulo de una visita a las galerías subterráneas donde los enigmas y las lagunas sobre su uso siguen espoleando a la imaginación.

No muy lejos, siguiendo el cauce del Adour, la ciudad medieval de Saint-Sever es otro de los 71 elementos inscritos en la lista de la Unesco. La aldea fue un importante centro de poder benedictino durante la Edad Media y su abadía es uno de los mayores reclamos de esta bonita villa en la que se ha diseñado una ruta autoguiada que comienzan en la plaza del Sol. Como en el resto de iglesias, la de Saint-Sever fue dañada durante las guerras del territorio, por lo que su actual fisionomía mezcla elementos barrocos, mosaicos románicos y naves góticas. El claustro del precioso convento de los jacobinos del siglo XII, las casas en torno a la calle Durrieu o la calle de los Palacetes enriquecen un pueblo en cuyo centro la familia Crabos impulsó la industria de las plumas de pato.

Remontando más aún el río, en Aire-sur-l’Adour, la iglesia de Sainte Quitterie también es testigo del mismo convulso pasado. Aunque fue levantada por los benedictinos en el siglo XI y su nombre aparece en una bula papal del siglo XI, su semblante en lo alto de la colina forma parte del templo gótico levantado entre los siglos XII y XIV. Las piedras rojizas recuerdan el incendio que arrasó el templo durante las Guerras de Religión, en 1569, aunque el mayor tesoro permanece inalterado. Protegido durante siglos, es un sarcófago de mármol blanco del siglo IV que acogió el cuerpo de la mártir y ha resistido durante siglos en el interior de este centro de peregrinaje.

Tierra de bastidas
A medida que se remonta el río, los robles comienzan a cerrar la carretera de maizales y los pinos cada vez se ven más lejos. Los caminos siguen siendo finos capilares que acercan un territorio de bastidas diseminadas, aquellas villas levantadas a lo largo del siglo XIII para proteger a sus habitantes. Mauvezin d’Armagnac, la minúscula Hontanx, la propia Hastingues o Saint-Justin, donde una pareja de jóvenes cocineros están estimulando la vida con Les Allées, su proyecto gastronómico, configuran la letanía de estas antiguas villas fortificadas. Labastide-d’Armagnac, configurada en torno a la plaza Real, es una de las más encantadoras y mejor preservadas.

El corazón de la aldea tiene un trazado rectangular y sus soportales acogían el mercado local bajo una sucesión de casas de arcilla y madera como la Maison Malartic, frecuentada por el futuro rey Enrique IV. La torre defensiva, ubicada en la misma plaza, fue conectada a la iglesia de Notre-Dame, en cuyo interior hay una Piedad tallada en madera que los habitantes escondieron para protegerla del saqueo. En las espaldas de la plaza, el Café Cantado encierra la leyenda popular de un niño que quería hacer teatro en el siglo XIX pero su madre se lo negaba. Finalmente, el muchacho acabó actuando en este local gracias al esposo de su madre. Esta es solo una de las leyendas de una tierra que disuelve su memoria en el tiempo mientras honra sus tradiciones. El mayor homenaje es la celebración que, durante el último fin de semana de octubre, marca el inicio de la destilación del armañac.
En un texto de 1320, el prior de Eauze y Saint Mont escribió sobre este característico licor que “si se toma médica y sobriamente, se le atribuyen 40 virtudes o eficacias”. Por esa razón hoy se considera a este brandy como el aguardiente más antiguo de Francia, aunque su popularidad no haya llegado tan lejos como el coñac. A cambio, esos siete siglos de tradición siguen custodiándose en muchas de las bodegas en las que 61 alambiques destilan cuatro tipo de uvas amargas que crecen en los campos. Château Garreau, en Labastide-d’Armagnac, es uno de esos productores que comenzaron a enseñar el proceso de elaboración con dos alquitaras centenarias en los años ochenta. En la bodega, pionera en las visitas guiadas, se ha abierto un museo que acerca al visitante las técnicas y la cultura en torno a un aguardiente destilado durante tres semanas.
Se calcula que en Armagnac, que se expande por Las Landas y el vecino departamento de Gers, existen unos 450 productores que elaboran el brandy con criterios de alta calidad. En Château de Ravignan, por ejemplo, solo se producen 7.500 litros al año procedentes de cinco hectáreas de viñas. La familia Lacroix compró este palacio de aires del Loira en 1732 y, desde entonces, reproduce la cultura del brandy con detalladas explicaciones y una posterior degustación entre vajillas centenarias, tapices, cuadros y libros de contabilidad que reflejan la vida de la propiedad en el siglo XVIII.
Un lugar para el descanso
A las casas de huéspedes desperdigadas por las Landas, o curiosos establecimientos como Lou Pignada, la cabaña que un carpintero construyó a seis metros de altura en el pueblo de Roquefort, el descanso en Las Landas se concentra en apacibles balnearios. Uno de los más encantadores está en Eugénie-les-Bains, cuyo nombre se lo debe a Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III. Todo comenzó a mediados del siglo XIX cuando, de camino a su descanso en Biarritz, el séquito real se detuvo en este pequeño asentamiento. En 1861, los lugareños le pidieron a la emperatriz que amadrinara el lugar cuyo mayor símbolo es hoy el hotel Les Prés d’Eugénie.
Aquella historia se mantiene en un despampanante complejo de 15 hectáreas y varios edificios, de la casa principal al antiguo convento, que alberga 45 habitaciones decoradas con muebles antiguos, chimeneas y cuadros del siglo XVIII. Un cuidado estilismo, por cierto, imprimido por Christine Guérard, cuyo marido, Michel Guérard, abrió su restaurante en el establecimiento en 1974. Guérard se mantuvo al mando del restaurante de tres estrellas Michelin durante más de cuatro décadas, en las que elevó su gastronomía dietética a categoría universal.
En el hotel hay otro restaurante de una estrella Michelin, L’Orangerie, que complementa una línea gastronómica que atrae a una legión de comensales a pesar de que Eugénie-les-Bains se encuentre apartado de cualquier importante núcleo urbano. Pero este aislamiento en el que se suministran aguas termales en una tradicional casa landesa es, al mismo tiempo, el mayor encanto del oasis de cedros azules, cipreses y sauces llorones salpicados de fuentes de agua. Una innovadora filosofía saludable que, promovida por uno de los padres de la nouvelle cuisine, ha detenido el tiempo en este universo de paz que evoca a un mundo ya desaparecido.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.






























































