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Un día en Coyoacán más allá de la Casa Azul de Frida Kahlo

Este barrio residencial y bohemio al sur de Ciudad de México es reconocido por su arquitectura colonial, sus museos, plazas, cantinas, mercados, parques ajardinados y un urbanismo que sigue empeñado en preservar una envidiable armonía espacial

La Casa Azul, también conocida como Museo Frida Kahlo, en Coyoacán, en Ciudad de México
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Coyoacán proviene del náhuatl, significa “lugar de los coyotes” y su nombre resuena en todo el mundo por la Casa Azul que heredó Frida Kahlo. En época prehispánica fue un señorío del pueblo mesoamericano tepaneca, sometido posteriormente por los mexicas en el siglo XV. Así, en el momento de la conquista española era una comunidad organizada con centros ceremoniales, canales y chinampas en plan Xochimilco. Hernán Cortés instaló aquí su cuartel general tras la caída de Tenochtitlan el 13 de agosto de 1521, antes de establecer el gobierno virreinal en el centro de la nueva ciudad. Durante la colonia se construyeron iglesias, conventos y casonas que se conservan igual de bien que su trazado colonial. En el siglo XIX se mantuvo como una zona semirural y de descanso para las élites. A partir de los años veinte del siglo XX, Coyoacán se consolidó como un centro artístico e intelectual, barrio residencial al sur de Ciudad de México, bohemio, reconocido por su arquitectura colonial, sus museos, plazas, cantinas, mercados, parques ajardinados y un urbanismo respetuoso con sus habitantes que sigue empeñado en preservar una envidiable armonía espacial. Pese a la inevitable gentrificación, conserva su esencia tradicional. Es uno de los centros históricos más visitados de la capital y vale la pena un paseo por su historia más allá de Frida Kahlo y Diego Rivera.

Para conocerla desde sus orígenes situémonos frente a una de sus plazas más hermosas, la plaza de la Conchita (llamada así por acoger la capilla de la Inmaculada Concepción o de la Conchita), concretamente en el número 57 de la calle Higueras. Los amarres que preceden al edificio de la esquina nos hablan de la antigüedad de una casa que no es otra que la que habitó Hernán Cortés. Al parecer aquí murió su primera esposa y aquí viviría en 1521 y 1522 con la famosa Malinche, que quería una casa roja, de ahí que también se le conozca como la casa colorada. La presencia de piedra volcánica pervive en una fachada reconocible por el uso de la ajaraca, ornamento arquitectónico geométrico muy común en Coyoacán.

La casa de Hernán Cortés en Coyoacán.

También geométrica es la plaza, concebida como un octógono, lo que recuerda la relevancia del número 8 como icono de la devoción mariana y que el día 8 de diciembre es el de la Inmaculada Concepción. La capilla de la Conchita conserva puertas originales de cuando la mandó construir Cortés en 1525, pero la fachada es de 1750, más barroca imposible, forrada de elementos vegetales que empequeñecen el arco trilobulado, sobre el que se encuentran los anagramas M y A de María, un sol hecho con mano indígena y una estrella de ocho rayos. Fue localización de la película Peñón de las ánimas (1942), que juntó a Jorge Negrete y María Félix. Aquí nació Coyoacán.

Por todo el misterio que acarrea, capilla y plaza eran frecuentadas por Frida Kahlo y Diego Rivera, porque además están de paso al que hoy es el parque Frida Kahlo, que en la época era un jardín al que la joven artista iba a estudiar. Tanto le gustaba este lugar que, una vez casada con el también artista, la pareja siguió viniendo, encantada de hallar un lugar semisecreto en el que pasar desapercibidos. Hoy se recuerda a Frida Kahlo con varias esculturas; una de ellas la representa sentada, contemplando la naturaleza, elevada en lo que pretende emular una pirámide y otra, más allá de la fuente, de ambos conversando a escala real, rinde homenaje a una de sus fotografías más conocidas tomada en este mismo lugar y que el escultor Gabriel Ponzanelli eternizó en bronce. Es este buen lugar para recordarla. Guillermo Kahlo, su padre, fue un fotógrafo de origen alemán que emigró a México a finales del siglo XIX. Su madre era oaxaqueña y ella se mantuvo fiel a ella y a sus orígenes a través del respeto a la vestimenta, de su religión (católica) y de la tradición mexicana representada inevitablemente en la gastronomía.

Estatua de Frida Kahlo y Diego Rivera, en el parque Frida Kahlo de Coyoacán.

En Alas rotas, uno de sus diarios, recordaba que en la vida le pasaron tres cosas: el accidente (que le provocaría 33 operaciones), la pintura y conocer a Diego. Se casaron en 1928, se divorciaron en 1938 para volver a casarse en el 39... permanecieron juntos hasta que ella falleció en 1954. Considerada junto a sus amigas Remedios Varo y Leonora Carrington las tres grandes surrealistas de México, la obra de Frida Kahlo, por más que fuera alabada y promovida por André Bretón, explora sobre todo su realidad: el dolor físico, la identidad mestiza, la mexicanidad y sus complejas relaciones afectivas. Por algo no se cansó de repetir: “No pinto sueños ni pesadillas. Pinto mi propia realidad”.

Detalle del interior de la parroquia San Juan Bautista, en Coyoacán.

El restaurante El Convento que vemos a la salida del parque conecta con la escultura dedicada al Padre Camilo que vimos en la plaza y nos habla de las 26 órdenes religiosas que llegaron a México, entre ellas la de los camilos. Esto fue un convento reconvertido hoy en restaurante. Algo similar le ha sucedido a La Hacienda de Cortés, otro célebre restaurante de la calle Fernández Leal. Vale la pena dar una vuelta por el establecimiento para comprobar el tamaño real de las casas originales de principios del siglo XX. De estilo colonial mexicano, colorido y folclórico a más no poder, fue vivienda del pintor Gerardo Murillo y después de Tito Guízar, actor y primer cantante de ranchera cuya interpretación en la película Allá en el rancho grande (1936) le convirtió en mito. La Hacienda de Cortés (lleva ese nombre porque estos terrenos pertenecieron originalmente a Hernán Cortés) evoca el pasado colonial y el esplendor de los años veinte. Es el típico lugar que ha visto pasar a Rigoberta Menchú, Lázaro Cárdenas o Gabriel García Márquez. Catalogado por el INAH como Casa Histórica, los jardines son un buen marco para degustar platillos de la tradicional cocina mexicana y para agradecer que mantenga ese aire provinciano, de pueblo, que tanto se lleva en Coyoacán.

Desde el año 2012, casi enfrente se encuentra el Centro Cultural Elena Garro, cuenta saldada con una destacada figura de la cultura mexicana del siglo XX. Siempre rodeada de intelectuales, políticos y profesores, Garro fue la primera mujer de Octavio Paz y quien le introdujo en el círculo de la UNAM. Hoy se reconoce que su papel fue clave en la literatura latinoamericana, y que durante mucho tiempo fue en buena medida silenciada por el machismo estructural del medio intelectual. Estamos en una librería ubicada en una edificio porfiriano del siglo XX remodelado por la gran arquitecta Fernanda Canales, que ha respetado el cascarón original creando una vinculación acertada con la calle, resaltando la casona existente y generando un interior rectangular en tres plantas y jardín en los que uno, entre libros y café, se queda más de lo previsto. Al lado está el Instituto Nacional de Danza de Bellas Artes, cuyo gótico británico le da un aire a casa de Harry Potter.

Paseando por cualquiera de las zonas de Coyoacán, ya sea La Candelaria, Santa Catarina, San Francisco…, y sus calles convenientemente arboladas, cada dos por tres aparece un vendedor de frutas ambulante en la esquina. A veces no hay mejor compañía que el mango debidamente sazonado con chile, ese clásico tajín. Cuando un coche circula a baja velocidad uno aprende rápido que por sus altavoces oirá en cuestión de segundo la constante frase: “Se coooompran colchoooones, tambooores, refrigeradooores”. Hay cafés históricos como El Jarocho, restaurantes encantadores como La Vienet y parques impresionantes como Vivero de Coyoacán.

Coyoacán es bohemio en todos los sentidos. Aquí han vivido políticos, artistas, literatos, actores nacionales y extranjeros. La actriz Dolores del Río, el cronista Salvador Novo, Octavio Paz, Emilio El Indio Fernández (cuyo físico, se dice, fue tomado como modelo para crear la estatuilla de los Oscar), Alfredo Guati (que fundó y dio nombre al primer museo de la acuarela), el historiador y poeta Francisco Sosa, Frida Kahlo y Diego Rivera, Lucha Reyes (influyente figura de la música ranchera) o el cantante y compositor Agustín Lara (que escribió Farolito en Coyoacán).

Por la colonia del Carmen

Pasamos a la colonia del Carmen, que se llama como la segunda mujer del presidente Porfirio Diaz, que en 1910 vino a celebrar los primeros 100 años de independencia de México (por eso el parque se llama Centenario) y le dio por ahí. En la puerta de una cantina hay quien fuma como un chacuaco (chimenea) y pide unos pesos para un mezcalito. Ay, la medicina. Ándele. Como dice el dicho: “Lo veo, lo quiero, lo tengo”. Caminamos por la sombra y de nuevo escuchamos un coche que grita: “¡Se coooompran colchoooones...!”. La periodista Cristina Pacheco, esposa del gran poeta Jose Emilio Pacheco, mantuvo 45 años un programa de televisión dedicado a historias cotidianas de gente de a pie llamado ¡Aquí nos tocó vivir! con el que dio fama a la niña María del Mar Terrón, cuyo padre le mandó grabar 400 veces la frase “Se coooompran colchoooones…” con ese tono de pregón que se volvió leyenda y que fue causado por el estado de sueño que acumuló la pequeña de 10 años después de todo un día grabando y grabando un himno sonoro que dignifica el fierro viejo. Y tanto es así que existe una versión reguetonera del asunto.

La casa en la que habitó León Trotsky durante su exilio (o, mejor dicho, su huida de Stalin) en Coyoacán tiene un muro original de piedra volcánica que se conserva tan bien que se ven aún los balazos que recibió en el primer atentado perpetrado por la banda del gran muralista y excéntrico radical David Alfaro Siqueiros. Fue en 1939. A partir de ahí tapiaron la casa anexando otro muro de cinco metros y aumentó la seguridad del dirigente ruso que se dedicó aquí, frente al río Churubusco, a llevar una vida sencilla y sostenible (tenía su huerto y sus gallinas) y sin apenas salir. Se podría escribir un monográfico sobre cómo Frida y Diego consiguieron que Lázaro Cárdenas aceptara acoger a León Trotsky y a su mujer en México y sobre cómo habitaron un año en la Casa Azul con ellos hasta que él desquició a Diego Rivera al liarse con Frida Kahlo y sobre cómo finalmente Trotsky murió en 1940 asesinado a manos de Ramón Mercader, que usó para ello el famoso piolet como arma. Pero hay un problema: ya se han escrito todos esos libros. Hoy, este edificio, cuya visita roza lo escalofriante, es, además de la Casa Museo León Trotsky, el Instituto del Derecho al Asilo, un lugar en el que se llevan a cabo exposiciones, ponencias, recitales de poesía y presentaciones de libros todos los días de martes a domingo.

La tumba de León Trotsky, en el jardín de la que fuera su casa en Coyoacán (Ciudad de México).

Ya estamos cerca de la Casa Azul, que evidentemente se presiente por las colas interminables que se crean a diario (salvo los lunes, que está cerrado) en la acera llena de cantantes y vendedores ambulantes. Aunque la Casa Estudio de Diego Rivera y Frida Kahlo proyectada en 1931 por Juan O’Gorman en el barrio de San Ángel sea una obra funcionalista de altos vuelos y una de las primeras estructuras arquitectónicas funcionalistas en Latinoamérica, arquitectónicamente muy superior a esta colonial casa azul, nunca está de más la visita. Que nadie espere ver obras de Frida, pero sí dibujos, piezas prehispánicas que coleccionaba la pareja, documentos, cuadernos, un estudio de pintura con muebles originales y prótesis de esta mujer armada de una fortaleza vital a todas luces admirable. Porfirio Díaz pagó a Guillermo Kahlo su trabajo en el libro Iglesias de México con un terreno en esta esquina donde levantó esta casa en la que nació y murió Frida. “Me pinto a mí misma porque soy a quien mejor conozco, y este lugar me ha enseñado a conocerme”, escribió sobre este lugar. A su padre le encantaba el azul cobalto por tres motivos: para él era el color más cercano a La Paz, más cercano al cielo, más cercano a Dios. “Jamás salí de Coyoacán con el alma. Mi cuerpo iba, pero mi corazón se quedaba aquí”, escribió en una carta. Que estar lejos de Coyoacán o de México era para Frida un suplicio es incuestionable y hasta cierto punto lógico. Fue tan sufriente su trayectoria que se entiende que en su última entrada del diario se lea: “Espero alegre la salida y espero no volver jamás”.

Una de las salas del Museo Frida Kahlo.

Ya en Santa Catalina, el Parque Ignacio Allende rinde culto a uno de los principales personajes del inicio de la independencia de México en 1810, pues junto al cura Miguel Hidalgo fomenta el movimiento insurgente. En el centro vemos la escultura de Agustín Lara, esposo de María Félix, a quien le compuso María Bonita (hablando de Acapulco). Sábados y domingos se llena de pintores y artesanos. Hasta el Mercado Coyoacán de enfrente llegaba a comprar Frida Kahlo en sus últimos años. Donde leemos Nieves La Siberia obviamente se venden helados. A Frida Kahlo y a Diego Rivera les encantaba tomar los tequilas necesarios en la cantina La Guadalupana, que abrió sus puertas en 1932. Referencia del centro de Coyoacán, se le agradece no haber devenido un parque temático para turistas. A su lado se halla la sede de la alcaldía (también llamada Casa de Cortés), estilo fortaleza, donde cada 15 de septiembre por la noche se da la famosa arenga, también conocida como el Grito de Independencia, ceremonia tradicional que conmemora el inicio de la lucha por la independencia. En la capilla interior hay una obra de Diego Rivera y en ella se casa mucha gente por lo civil.

Exterior de  la cantina La Guadalupana, que abrió sus puertas en 1932, en Coyoacán.

Atravesamos el clásico Mercado Artesanal Mexicano para buscar luego una de las avenidas más hermosas de Coyoacán y en la que más agradable resulta el paseo: la avenida Francisco Sosa, en la que se suceden lugares de interés de manera apabullante. Es una calle histórica que conecta desde avenida Universidad hasta la calle Tres Cruces, en el centro. Pasamos por la Compañía Nacional de Teatro y en la esquina con Presidente Carranza vemos lo que fue el cine Esperanza, el primer cine de Coyoacán, ya desaparecido pero recordado en un mosaico. La Capilla de Santa Catarina da nombre a esta zona y es de las más reconocibles por el color amarillo de su fachada. Hoy se erige como un testimonio solemne de la gran riqueza patrimonial del lugar. Hay que visitar como sea la Casa de Cultura Jesús Reyes Heroles, donde también venían Diego y Frida. Tiene uno de los patios ajardinados con cafetería más acogedores de Coyoacán, un espacio de los que dan al barrio otra dimensión, dedicado a la figura del intelectual y político al que a menudo se le atribuye la concepción del Estado mexicano posrevolucionario y autor de El liberalismo mexicano, un clásico de mediados de siglo.

Pero al hablar de intelectuales y de Coyoacán no hay mejor lugar para terminar la ruta que la Casa Alvarado, que alberga la Fonoteca Nacional, donde se protege todo el acervo auditivo y acústico de México. Un año después de ganar el premio Nobel en 1990 se incendió el apartamento de Octavio Paz en la colonia Condesa y el Gobierno le cedió esta casa para vivir hasta que se restaurara la suya. Lamentablemente, le sorprendió la muerte el 19 de abril de 1998 antes de que pudiera regresar a su barrio, por lo que aquí falleció el intelectual mexicano más determinante del siglo XX, autor de ensayos deslumbrantes y dueño una amplía obra poética. No en vano escribió: “No hay salida: el poema es el único testigo de la vida interior del hombre”.

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Sobre la firma

Use Lahoz
Es autor de las novelas 'Los Baldrich', 'La estación perdida', 'Los buenos amigos' o 'Jauja' y del libro de viajes 'París'. Su obra narrativa ha obtenido varios premios. Es profesor en la Universidad Sciences Po de París. Como periodista fue Premio Pica d´Estat 2011. Colabora en El Ojo Crítico de RNE y en EL PAÍS. 'Verso suelto' es su última novela
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