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De paseo por la Shanghái hispana, una historia inesperada

Un palacete neomorisco, cines de lujo, salones de baile y los restos de un frontón de pelota vasca esconden en la ciudad china las marcas de una comunidad pequeña, pero que supo marcar tendencias

Shanghái

Algunos dicen que Shanghái empezó como un mercado de pescadores de cangrejos; otros, que los primeros habitantes llegaron del sur de China escapando de los mongoles. Se asentaron en el viejo puerto, donde siglos más tarde levantaron murallas para frenar a los piratas japoneses; murallas que, en 1842, no resistieron a los cañones británicos. El cónsul inglés eligió el cruce de dos afluentes del Yangtsé para emplazar su embajada y controlar el río. Para algunos, en ese momento, la ciudad empezó a definirse. Otros lo niegan, pues consideran que la verdadera Shanghái, la de torres vidriadas y luces de colores, nació en 1992, cuando el Gobierno chino impulsó la construcción del distrito financiero al oeste del río.

Lo cierto es que pocas ciudades se transformaron tanto y tan rápido. De aldea de campesinos a enclave colonial, de bastión revolucionario a puerto global con el tercer PBI urbano más grande del mundo, Shanghái siempre estuvo a la vanguardia. Incluso mucho antes de los rascacielos y trenes ultraveloces atrajo a aventureros y exiliados. Refugio de rusos zaristas, banqueros bagdadíes, pensadores revolucionarios o contrabandistas de opio, la metrópolis china reunió a la población más cosmopolita de Asia durante la primera mitad del siglo XX, hasta convertirse también en un rincón para los españoles.

Entre caracteres y panes al vapor, sus calles todavía guardan un recorrido por la historia más impensada: la Shanghái hispana. Un palacete neomorisco, cines de lujo, salones de baile y los restos de un frontón de pelota vasca esconden las marcas de una comunidad pequeña, pero que supo marcar tendencias.

El cine del granadino

En 1865, en el primer censo de extranjeros, ya aparecían 131 españoles. Todos hombres. La mayoría se concentraba en la llamada “zona americana”, hoy distrito de Hongkou, lo que indica que eran tripulantes de barcos, militares o comerciantes de mantones que esperaban la siguiente conexión a Manila. El registro de las primeras mujeres es de finales del siglo XIX, cuando las familias españolas empiezan a asentarse en la desembocadura del Yangtsé, tras la pérdida de Filipinas.

Su punto de reunión era la tienda de Jerónimo Candel, La España, ubicada en calle North Sichuan 59. Si bien su sombrerería y tienda de ultramarinos desapareció, los edificios aledaños mantienen el estilo art déco que definió la época.

Hacia el norte, alejada del circuito turístico, en una de las zonas mejor preservadas de la ciudad, con pequeños anticuarios y puestos de sopa de huntun, aparece una pequeña Alhambra. En la calle Duolun 250, los arcos lobulados, detalles geométricos y mosaicos azules parecen fuera de tiempo y lugar. El edificio en forma de herradura, con ropa secándose al sol y vecinos conversando en los pórticos, recuerda un paisaje mediterráneo. Una placa, colocada gracias al Instituto Cervantes de Shanghái, habla de su antiguo dueño: el granadino Antonio Ramos, el magnate del cine. De acuerdo con el investigador Juan Ignacio Toro, Ramos llegó a Shanghái después de 1899 con los primeros cinematógrafos bajo el brazo. Comenzó proyectando imágenes en movimiento en salones de té, ubicados en la zona roja de la calle Fuzhou (convertida desde el maoísmo en una vía cultural con librerías y tiendas de caligrafías y sellos). A diferencia de sus competidores, sus películas buscaban atraer al público chino con temáticas históricas, como la muerte de la emperatriz Cixí. Su éxito fue rotundo.

Shanghái en el siglo XIX.

Al lado de su mansión de verano, levantada en 1924, también sobreviven los Apartamentos Ramos, una de sus inversiones inmobiliarias. Este bloque residencial con balcones afrancesados alojó a Lu Xun, el escritor chino más influyente del siglo XX. Ramos llegó a tener siete salas de cine a lo largo de la ciudad, entre ellas el primer cine moderno del país, el Hongkew. En su lugar, el Gobierno construyó un paseo que rememora las estrellas y los pioneros de lo que fue el Hollywood del Extremo Oriente.

En 1927, en plena Guerra Civil, Ramos partió rumbo a Madrid, donde fundó el Rialto sobre la Gran Vía. Originalmente, el nombre del cine recordaba el puerto lejano donde había hecho su fortuna: Shanghái.

El rey de los salones de baile

En una ciudad que solo quería divertirse, un arquitecto madrileño construyó el escenario de las noches más locas. Durante los años veinte del pasado siglo, Abelardo Lafuente diseñó casas, refaccionó hoteles, imaginó capillas, pero, sobre todo, fue reconocido por sus salones de baile.

En el antiguo Hotel Astor, hoy Museo de la Bolsa, ubicado en el número 15 de la calle Huangpu, ya no se hacen fiestas, aunque todavía existen ecos del jazz que sonaba hace más de un siglo. Este edificio señorial, a las orillas del río, esconde la única sala de la ciudad que se preserva del español. Con un piso de maderas arqueadas que simulan el ritmo de la música y un falso techo que mejoraba la acústica, la pista abrió sus puertas en 1917, cuatro años después de la llegada de Lafuente desde Manila.

Vista interior del Hotel Astor.

El investigador Álvaro Leonardo-Pérez, quien redescubrió su figura, destaca que el arquitecto introdujo el estilo neomorisco en una urbe ávida de exotismos. Creador de la mansión de Ramos y sus apartamentos, también quedan en pie el Banco Kincheng (Jiangxi 200) y la villa de la familia Rosenfeld, en Dongping 11, donde un restaurante exclusivo revive la elegancia de antaño.

Al igual que el empresario del cine, los enfrentamientos entre comunistas y nacionalistas obligaron a Lafuente a abandonar el país en 1927. Continuó su carrera en Estados Unidos sin alcanzar demasiado reconocimiento. Unos años más tarde, las crónicas de la época celebraban su regreso a la París del Este, aunque poco tiempo después de pisar tierra murió por una enfermedad pulmonar que contrajo en el trayecto desde California.

El empresario del transporte

Por la noche, las luces se encienden en la calle West Nanjing. Pero que los centros comerciales y locales de lujo no engañen, hay un edificio con estrellas propias. En el número 702, sobresalen los arcos árabes, las celosías de madera y la ornamentación de su antiguo nombre: el Star Garage. Como una fantasía andalusí, imaginada por Lafuente para el español sefardita Albert Cohen, este edificio fue construido para alojar rickshaw y alquilar los primeros coches. Situado al lado de lo que fue el club judío, el garaje era una de las tantas propiedades del millonario de la comunidad.

Cohen hizo su fortuna con un método de transporte que condensaba las tensiones coloniales: un carro de dos ruedas tirado por una persona. Su empresa, con miles de empleados uniformados circulando por la ciudad, monopolizaba el sector. Dueño de edificios de alquiler, lavanderías y tres garajes, se cuenta que prestaba su auto al cónsul español para que este pudiera viajar por la ciudad con el rango que debía.

Uno de los edificios diseñados por Abelardo Lafuente.

En La vuelta al mundo de un novelista (1924), Vicente Blasco Ibáñez relató la cena en el antiguo consulado (hoy Huaihai 1431), donde se reunió con los tres españoles más destacados de la ciudad. Pero quienes verdaderamente estaban de moda eran los pelotaris. No faltaban a las inauguraciones y daban estatus a cualquier fiesta. Algo de ese desparpajo queda en los muros del que fue el frontón más popular, el Auditorium en South Shaanxi 132, que todavía mantiene sus escaleras originales. “Pequeña y prestigiosa”, definió Blasco Ibáñez a esta comunidad que, aunque improbable, aún hoy deja ver su historia por las calles de Shanghái.

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