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De vinos por Baja California, el epicentro del enoturismo en México

Varios valles, rodeados de desierto y océano, se han convertido en un imán para los amantes de las bodegas y la gastronomía

Vista aérea de viñedos en el Valle de Guadalupe, en Baja California (México).

Este recorrido tiene que ver con tiempos ancestrales interrumpidos por misioneros jesuitas. Con rusos perseguidos, que tenían muy buenos conocimientos agrícolas. Con ecoturismo. Y con una serie de oasis en medio de un paisaje desértico y fascinante entre dos aguas. Tiene que ver, en definitiva y usando un lenguaje más geográfico, con un rincón de México que representa menos del 0,01% del territorio, pero donde se concentra alrededor del 70% de toda la producción de vino del país.

En la península de Baja California —un jirón de tierra bordeada por el océano Pacífico a un lado y el mar de Cortés al otro—, se enlazan siete valles —aunque el de Guadalupe sea mucho más famoso que el resto— con unas características muy especiales. En medio de zonas desérticas, son como burbujas climáticas, porque están hundidos y tienen masas de agua a los dos lados que hacen de regulador térmico. La combinación de esos climas templados y de suelos que mezclan lo arenoso con lo calizo y la arcilla han hecho de este un lugar perfecto para que prosperen los viñedos, y con ellos, la economía.

Hace siglos, en esta región nadie pensaba en el vino. Allí vivían varios pueblos indígenas, como los kumiai, los pai pai o los kiliwas, que solían ser nómadas y que sobrevivían con otro tipo de agricultura, con la pesca y la caza. Pero llegaron los europeos colonizadores, destruyeron los modos de vida de los nativos y se apropiaron de parte de la tierra.

En esa época se empezó a cultivar la vid, pero no fue hasta el siglo XVII cuando ese cultivo se formalizó con la llegada de los misioneros jesuitas, que trajeron cepas europeas y que utilizaban el vino, sobre todo, para sus rituales religiosos. Después, a principios del siglo XX, empezaron a establecerse en esta región colonos rusos molokanes. Según los historiadores, se unieron 105 familias y compraron 4.000 hectáreas de tierra en el valle de Guadalupe para huir de la persecución que sufrían en Rusia por ser considerados una secta hereje. Esos colonos eran buenos agricultores e hicieron que los viñedos revivieran.

Quinta Monasterio, una de las bodegas que forma parte de la Ruta del Vino en el Valle de Guadalupe.

Pero el gran boom de este negocio llegó a finales de los años noventa, principalmente en Guadalupe, pero también en otros valles como Ojos Negros, Santo Tomás y San Vicente. Desde entonces, y hasta hoy, algunos de esos viñedos han recibido centenares de premios internacionales y se ha potenciado tanto ese sector que varias universidades de la región ofrecen estudios para especializarse. La Universidad Autónoma de Baja California, por ejemplo, tiene una facultad de Enología y Gastronomía.

Bienvenidos a la ruta del vino

Señal de tráfico que anuncia la Ruta del Vino en el Valle de Guadalupe, en la mexicana Baja California.

Para llegar hasta allí se suele necesitar un coche. Es fácil llegar desde la ciudad de Tijuana, en la frontera con California (Estados Unidos). Se conduce bordeando el Pacífico, hacia el sur, y por las ventanillas del vehículo, en el lado derecho, se van sucediendo trozos de agua, acantilados, construcciones mastodónticas, casas de todos los estilos o locales con carteles que prometen bad girls. Por las ventanillas del lado izquierdo pasan de largo extensiones de campo, anuncios de grandes dimensiones, montañas peladas, marrones y bajas, con poca vegetación, y algunos renglones de viviendas.

Cuanto más se desciende por la península de Baja California, más sube la temperatura, sobre todo cuando el coche se aleja un poco del océano y se adentra en el interior. Entonces aparecen los carteles en la carretera que ponen “Bienvenidos / Ruta del vino”, flanqueados por palmeras en la mediana de la autopista y sobrevolando un asfalto que se va tiñendo de beis por el polvo y la arena. A partir de un cierto punto, empiezan a abundar los viñedos a ambos lados: los de magnates como los de la bodega L.A. Cetto, una de las más grandes y conocidas en México, con casi cien años de historia, y los de muchos otros. Alrededor de 260 son los proyectos vitícolas que han ido creciendo a lo largo de esta ruta del vino, según el Comité Provino de Baja California, una asociación que agrupa decenas de estas iniciativas.

En muchos de esos proyectos se puede entrar, sentarse delante de los campos y las plantas con troncos retorcidos y nudosos, y degustar una selección de vinos, acompañados a veces de algo de comida, de aperitivos como quesos, aceitunas y pan, de música en directo, de una bonita puesta de sol y de muchas otras cosas, dependiendo del lugar. Algunos son asequibles para la mayoría de bolsillos, otros son más exclusivos, pero con una arquitectura muy especial.

Una opción asequible es La Casa de Doña Lupe, un lugar familiar, relativamente pequeño y acogedor. Y entre las muchas opciones de diseño y de disfrute arquitectónico —además de gastronómico y vitícola— destaca, por ejemplo, Encuentro Guadalupe, un proyecto ecoturístico y de consumo responsable. El hotel se erige en medio de las características rocas grandes y redondeadas de la zona y consiste en una serie de cabañas en la montaña elevadas sobre el terreno para ser menos invasivas y reducir los daños en la flora y la fauna silvestre de la región, para que pueda seguir su camino o su crecimiento debajo de estas construcciones.

Otra opción es Cuatro Cuatros, que ofrece yoga, spa, excursiones en velero y hasta un centro ecuestre. Además de, por supuesto, catas y gastronomía de la región con la posibilidad de pasar la noche en medio de la montaña, en glamping o en suites, villas y casas, con patio, terraza privada y hamacas al aire libre.

Esos son algunos ejemplos, pero hay centenares más, para todos los gustos. La clave es serpentear por la carretera entre viñedos y escoger qué lugar nos llama más la atención, para probar el vino, la gastronomía y descubrir también el proyecto que hay detrás de cada bodega.

Uno de los trabajadores de la bodega Anatolia, en el Valle de Guadalupe (Baja California).

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