Libertad de presión
La estigmatización del otro siempre le pasa factura a la democracia


Un viejo periodista americano de la edad de oro, Marshall Lumsden, ironizaba diciendo que la libertad de expresión alcanza su momento cenital cuando te pegas un martillazo en el pulgar. En definitiva, la libertad de expresión no está reservada para las cortesías en la puerta de la iglesia sino para aquellos momentos en que te salen los demonios por la boca. No va de urbanidad, sino de incorrección, y sobre todo incorrección política necesaria. En España se acaba de condenar a un ciudadano por unos versillos satíricos en la tradición epigramática castiza, es decir, chusca y faltona: “La diputada Montero, expareja del Coleta, ya no está en el candelero. Por una inquieta bragueta, va con Tania al gallinero”. Denuncia de la ofendida y multazo. Aún no se ha apagado el eco por el gag ramplón de Dani Mateo sonándose las narices con la bandera de España. Sí, claro que puedes pensar que el magistrado es un machista casposo y que Dani Mateo se dedica, como los chicos de Polonia en la máquina del fango del TV3, a hacer gracietas de propagandista. Pero ¿hasta creer que deben ser perseguidos por la justicia?
En España va a más el clima de intolerancia —ni siquiera escapa el humor— y parece el momento de ensayar nuestro particular “Houston ¡tenemos un problema!”. Salman Rushdie, cuya vida quedó marcada para siempre, entre refugios y guardaespaldas, por ofender a muchos musulmanes con sus Versos Satánicos, resumía esto en pocas palabras: sin la libertad de ofender, la libertad de expresión deja de existir. Esto va de saber convivir con mensajes y expresiones que te molestan, y tolerarlos aunque te parezcan de mal gusto. No se trata de defender el humor irreverente de El Intermedio o los epigramas satíricos del requeté conservador, sino las dos cosas a la vez. La cosa se sintetiza en una máxima clásica muy sencilla: “Si no creemos en la libertad de expresión de aquellos que despreciamos, no creemos en ella en absoluto”.
Hay un clima creciente de intolerancia marcado por el sectarismo. Y ese clima opresivo, como anota Snyder en Sobre la tiranía, es un clásico al incubar el huevo de la serpiente. Los dirigentes están haciendo mala pedagogía. Es la hora de los Hernandos&Rufianes, gente con puño de hierro y mandíbula de cristal, siempre dispuestos a permitirse todo pero no permitir nada a los demás. Ahí está Echenique celebrando que ¡hay justicia! tras la condena del “poema asqueroso y machista”, cuando él mismo ha defendido que “el proceso a Valtonyc por rapear es una vergüenza”. Se ve que el versillo de la bragueta le parece más grave que las canciones salvajes de Valtonyc animando a matar a políticos con nombre y apellidos, jueces, guardias civiles… Asumámoslo: la libertad de expresión les importa una higa. Al commissar Echenique y a tantos otros. Lo que quieren es libertad de presión: excitar el instinto primario de sus clientelas contra el otro, para sacar tajada ofendiendo y ofendiéndose con la claque de los tribunales populares de las redes. Eso sí, la estigmatización del otro siempre le pasa factura a la democracia.
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