Pobreza
Es difícil no recordar ahora la insistencia con la que Cristina Cifuentes exigía que Esperanza Aguirre asumiera responsabilidades políticas


El calvario por el que atraviesa Cristina Cifuentes es la crónica de una muerte anunciada, ni más ni menos clamorosa que la de Santiago Nasar, el protagonista del libro de García Márquez. Es difícil no recordar ahora, mientras carga contra la Guardia Civil y se duele del fuego amigo, la insistencia con la que exigía que Esperanza Aguirre asumiera responsabilidades políticas por los subordinados que le habían salido rana, y dimitiera de inmediato. Cuando el fuego amigo lo disparaba ella, sus partidarios lo definían como una muestra de su honestidad y sus ansias de impulsar la regeneración moral del PP de Madrid. Ahora, la culpa es de la UCO o, más bien, de la lengua española, o más precisamente, incluso, del lenguaje como forma de expresión humana, esa diabólica herramienta que hace imposible redactar un informe sobre un posible delito sin utilizar palabras para describir en qué consiste ese delito. Y eso sin contar con Moix, las versiones en las que dice y se contradice, y primero que sí, y luego que no, y mañana ya veremos. ¡Qué cansancio! ¡Qué derroche de mentiras, y de trampas, y de tenacillas que pretenden rizar un rizo que sólo sirve para empeorar la situación de sus supuestos beneficiarios, una y otra vez! Si Cifuentes ha hecho toda su carrera en el PP de Madrid, si ha formado parte de la dirección del Canal de Isabel II, si ha adjudicado contratas ni más ni menos que a Arturo Fernández, imputado en tantos casos por corrupción que me quedaría sin espacio si los anotara todos aquí… ¿cómo es posible creerla? Ella insiste en que vive de alquiler, en que no tiene casas en propiedad, ni cuentas corrientes, ni patrimonio de ninguna clase. Será verdad, pero a su edad y en sus circunstancias, hasta su pobreza es sospechosa.
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