La barbaridad
Según su señoría, las víctimas del franquismo “se han acordado de sus padres por dinero, cuando supieron que había subvenciones para encontrarlos”

Ahora tenemos en España un ejemplo para explicar con sencillez el significado de la expresión “la banalidad del mal”. La acuñó la filósofa judía y alemana Hannah Arendt para intentar definir la aleación de lo terrible y de lo estúpido, un modo de vulgaridad brutal, “ante la que las palabras y los pensamientos se sienten impotentes.” Así nos hemos sentido al leer las declaraciones de Rafael Hernando, diputado y portavoz adjunto en el Congreso de la mayoría absoluta gobernante. El portavoz es uno de los que ha interiorizado que una mayoría absoluta es un salvoconducto para soltar la absoluta barbaridad. Según su señoría, las víctimas del franquismo “se han acordado de sus padres por dinero, cuando supieron que había subvenciones para encontrarlos.” Hemos estado en varias exhumaciones, realizadas siempre por un equipo voluntario, en condiciones muy adversas, ausentes jueces y autoridades. Me he acordado de dos de esas personas que tenían las manos llenas de memoria, el voluntario japonés Toru Arakawa, que viajaba con sus ahorros, y el historiador Andrés Crespo, cavando silencioso, el cabello argénteo como una bandera emergiendo de la tierra. Los dos fallecieron después de entregar su tiempo a realizar un mandato sagrado que el Estado, la Iglesia y la Justicia incumplen en España. Allí estaban, bajo el sol ardiente o en el fango. Ahora la ONU le dice al Gobierno que deje de eludir sus responsabilidades, lo que hace con eficacia y alevosía: ni siquiera se ha respondido a la demanda de extradición tramitada por Interpol contra dos torturadores. Lo que la ONU demanda al Gobierno es que cumpla el primer deber humanitario. En España se han impuesto dos varas de medir: buscar las víctimas del holocausto franquista es una pérdida de tiempo, y se escupe sobre la memoria republicana. En cualquier país democrático la carrera política de Hernando hubiera terminado. Aquí lo ascenderán. ¿No oyen el zumbido de la banalidad del mal?
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