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Daniel Markovits, profesor de Yale: “El sistema meritocrático elimina los trabajos normales de clase media”

Este experto reconoce que la naturaleza humana es la que es, “pero eso no es razón para resistirse a ampliar la igualdad”

Daniel Markovits, profesor de la Universidad de Yale (EE UU).

En su ensayo The Meritocracy Trap (publicado en 2019 por Penguin Press), el profesor de la Facultad de Derecho de Yale Daniel Markovits atribuye la rigidez que ha adquirido el sistema de clases estadounidense a una meritocracia que hace tiempo dejó de funcionar. Su tesis es que la desigualdad creciente, y la incapacidad de garantizar una vida digna con un trabajo de clase media, ha intensificado la competencia por asegurarse un lugar en las universidades de más prestigio. En esa carrera, las hijas e hijos de la élite parten con una ventaja que termina blindando el sistema, y es que sus padres tienen la información y los recursos financieros necesarios para ponerlos a competir, literalmente, desde la guardería.

Según Markovits (Londres, Reino Unido, 55 años), uno de los invitados al taller Challenging Meritocracy [poniendo en jaque a la meritocracia] que organizó en Barcelona la Universitat Pompeu Fabra, una de las paradojas de este sistema es que ni siquiera los integrantes de la élite meritocrática están satisfechos con él. “Tienen que trabajar muy duro porque la fuente de su riqueza así lo requiere, y es que no es una riqueza derivada de propiedades, sino de su propio capital humano”, dice Markovits a EL PAÍS durante una entrevista por videoconferencia. “La otra razón por la que tienen que trabajar muy duro es que este privilegio de partida es una condición necesaria pero no suficiente para que sus hijos prosperen, es cierto que en universidades como Harvard hay más estudiantes del 1% más rico que del 50% más pobre, pero también es verdad que un número muy grande de chicos que vienen de ese 1% no consiguen ser admitidos”.

Cuenta Markovits que cuando pregunta a los miembros de la casta privilegiada si preferirían trabajar un 30% menos aunque eso redujera a la mitad sus ingresos, la respuesta siempre es “sí, solo que ese trabajo no existe”. “Otro fruto de nuestra meritocracia es que ha ido eliminando los trabajos normales y más desahogados de la clase media, así que la elección es entre un abrumador y excesivo trabajo de élite o pasarse al grupo de los precarios”.

Frente a los privilegios aristócratas que antes se heredaban solo por nacer, la apertura de abarcar a toda la población implícita en la teoría meritocrática parece un avance. Y en una primera fase lo es, dice Markovits, poniendo como ejemplo la formación de funcionarios durante los primeros años de la Escuela Nacional de Administración de Francia: “Los reformistas que apuestan por la meritocracia lo hacen porque creen sinceramente que es un mecanismo para abrir la élite a la gente de fuera”.

Blindaje de la élite

Pero esa oportunidad solo dura los primeros años. “Si se me permite decirlo sin rodeos, durante ese periodo inicial la gente de fuera avanza porque los antiguos aristócratas son demasiado vagos, pero un par de generaciones más adelante tienes una nueva élite meritocrática que no es nada vaga y tiene el dinero y una capacidad gigantesca para educar a sus hijos y hacerles entrar en el sistema”, explica. “La meritocracia que había servido inicialmente para abrirse a la sociedad termina blindándose, como ha ocurrido en Estados Unidos, donde la desigualdad es más o menos la misma que durante la Gilded Age [la edad dorada, entre 1870 y 1890, caracterizada por un gran conflicto social]”.

Para Markovits, la solución pasa por reducir el premio que implica graduarse en una universidad de élite. Una manera de conseguirlo es exigiendo a las universidades de la Ivy League que multipliquen por dos o por tres el número de admitidos si quieren mantener sus exenciones impositivas, haciendo que los nuevos estudiantes se incorporen desde las clases medias. “El ataque de Trump a las universidades es muy peligroso porque lo motiva el deseo de acabar con centros independientes de poder, en vez de hacer de Estados Unidos un país más justo, pero las universidades de élite están en una posición de fragilidad ante él porque la población las percibe como instituciones que sirven los intereses de una élite y no el interés público”, dice.

Otro mecanismo que sugiere Markovits es ponerle fin a un sistema impositivo que desincentiva la creación de empleos de clase media y favorece la contratación de un reducido número de personas desempeñando funciones ejecutivas a cambio de salarios elevados (un solo empleado que cobre 300.000 dólares al año cuesta mucho menos, por los pagos a la Seguridad Social, que 10 empleados cobrando 30.000). “Esta distorsión impositiva ha afectado incluso a la industria manufacturera, donde los empleados de cualificación media han sido reemplazados por un pequeño número de trabajadores de élite que manejan ordenadores y robots”, indica. “En parte, es responsable de que muchas innovaciones se hayan orientado a mejorar la productividad de personas con altos salarios, y no de los trabajos de clase media, lo que acrecienta cada vez más la brecha”, añade.

Pregunta. Si las universidades de élite multiplicaran sus tasas de admisión aceptando estudiantes de clase media, ¿cómo se evitaría que el sistema meritocrático vuelva a cerrarse cuando asciendan de clase?

Respuesta. La naturaleza humana es la que es, pero eso no es razón para resistirse a ampliar la igualdad. A los nuevos les llevará un tiempo hacerse fuertes ahí y cerrar el sistema, y podemos aprender de la historia para introducir mecanismos que se lo dificulten. El objetivo es llevar las ventajas de la educación a cada vez más gente.

P. En su ensayo sobre la meritocracia sugirió la posibilidad de una alianza entre la élite meritocrática y la clase trabajadora, ¿ha visto alguna señal de que algo así pueda suceder en los seis años transcurridos desde su publicación?

R. Algunos políticos han hecho progresos en ese sentido. Tanto Bernie Sanders como Alexandria Ocasio-Cortez tienen mucho apoyo en los círculos de élite y en los de clase trabajadora, por lo que hay alguna posibilidad. Para esa alianza haría falta un gran salto en la toma de conciencia de las dos partes. Los miembros de la élite meritocrática tienen que comprender que el sistema tampoco está funcionando para ellos y que en una sociedad más igualitaria tendrían menos privilegios, pero estarían mejor.

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