El reinado del dólar sufre obsolescencia (¿programada?): por qué Trump está jugando con fuego
La agenda económica de la nueva Administración estadounidense provoca la caída de la cotización del billete verde. La debilidad de la moneda dificulta a la vez que el país financie sus déficits

No hay mejor indicador del rechazo de los inversores internacionales a las políticas de Donald Trump que la cotización del dólar. Desde que el republicano asumió la presidencia de EE UU, el billete verde ha perdido más del 10% de su valor frente al euro, la libra esterlina y el franco suizo, y se ha depreciado frente a todas las principales divisas del mundo.
La última vez que el dólar se desplomó tanto y tan rápido fue en 2010, cuando la Reserva Federal imprimía dinero de manera frenética para apuntalar la economía tras la crisis financiera. Esta vez son varias las medidas económicas de Trump las que alejan a los inversores. Entre ellas están las subidas arancelarias generalizadas, que han impactado en sus aliados y trastocado los flujos comerciales; la presión para imponer recortes de impuestos que agravarían los déficits y la deuda de EE UU; la campaña de presión para que la Reserva Federal reduzca drásticamente los tipos de interés; y las tácticas legales despiadadas empleadas contra quienes se oponen a sus políticas.
Lo que sorprende a los analistas más veteranos es la aparente indiferencia del equipo de Trump ante la caída del dólar. Es verdad que en público se muestran partidarios de un “dólar fuerte” cuando periodistas y legisladores les preguntan, como han hecho sus predecesores durante décadas, pero en la práctica están haciendo poco para intentar frenar su declive. De hecho, existe la sensación entre los operadores del mercado de que la Casa Blanca quiere seguir devaluando el dólar para impulsar la industria manufacturera estadounidense, incluso llegando a generar rumores en un momento dado de que su Administración está incluyendo los niveles del tipo de cambio en las negociaciones arancelarias con sus socios comerciales. Sea correcta o incorrecta, esta especulación está provocando fuertes fluctuaciones en el dólar, como cuando se desplomó un 4% frente al dólar taiwanés en poco más de una hora el mes pasado.
Este es un juego peligroso: las necesidades anuales de financiación del Gobierno estadounidense se han disparado a más de cuatro billones de dólares tras años de déficits presupuestarios descontrolados. Gran parte de esa financiación proviene de acreedores extranjeros, y cuanto más se deprecia el dólar, mayores son las pérdidas que sufren al convertir sus inversiones de vuelta a sus monedas locales.
Jugar con fuego
“Trump definitivamente está jugando con fuego”, dice Stephen Miller, consultor de GSFM, una unidad de CIFinancial Corp. Los expertos creen que, en algún momento, si las cosas se ponen más negras para la divisa, podría iniciarse una especie de círculo vicioso. Las preocupaciones por el dólar y el déficit impulsan a los extranjeros a repatriar su dinero, lo que aumenta los costes de los préstamos y agrava tanto la caída de la moneda estadounidense como los problemas fiscales, que a su vez intensifican estas preocupaciones, y así sucesivamente.
Pocos predicen que esto realmente ocurra —EE UU siempre ha encontrado maneras de salir de apuros financieros en el pasado— y, sin embargo, pocos están dispuestos a descartarlo al 100%. Es el tipo de riesgo que ha atormentado durante mucho tiempo a las autoridades financieras de los países en desarrollo de todo el mundo. Pero para EE UU, la principal potencia mundial y dueña de la moneda más codiciada del planeta, es una nueva realidad financiera que aún no ha asimilado.
Miller se encuentra entre los analistas que sospechan que la Administración de Trump, o al menos algunas facciones de ella, estaría promoviendo un dólar más débil. “Podrían tener mucho éxito, pero eso resultaría muy incómodo», hasta el punto, afirma, de que “perdieran el control de ese proceso”.
De forma indirecta, las políticas de Trump están promocionando el oro, que se ha revalorizado este año, como alternativa de inversión refugio frente al dólar. Jeffrey Gundlach, director ejecutivo de DoubleLine Capital, está especialmente preocupado por el aumento vertiginoso de los intereses de la deuda en Estados Unidos y por cómo este agrava el déficit. “Se acerca el momento de ajustar cuentas», declaró en una conferencia de Bloomberg celebrada a mediados de junio. Un día antes, Paul Tudor Jones, uno de los pioneros de la inversión en macrofondos de cobertura o hedge funds, predijo que los problemas fiscales de EE UU arrastrarían al dólar otro 10% a la baja en los próximos 12 meses.
La predicción de Jones es un ejemplo extremo de una opinión cada vez más extendida en Wall Street. El consenso de analistas prevé que el dólar seguirá cayendo frente al euro, el yen, la libra esterlina, el franco suizo, el dólar canadiense y el dólar australiano durante los próximos años. Entre los más pesimistas se encuentran Morgan Stanley, que afirma que el dólar caerá a niveles no vistos durante la pandemia de la covid-19 el próximo año, y Goldman Sachs, que estima que está sobrevalorado en un 15%.
En el mercado de futuros, las apuestas contra el dólar comenzaron a aumentar desde el momento en que Trump asumió el cargo en enero. Para marzo, las apuestas habían crecido tanto que los fondos de cobertura y otros inversores habían acumulado su primera posición bajista neta en dólares en seis meses, según datos de la CFTC, y para mediados de junio, dicha posición había ascendido a un valor total de 15.900 millones de dólares. La semana pasada, Bank of America publicó una encuesta que muestra que los gestores de fondos globales tienen la infraponderación del dólar más alta de los últimos 20 años.
Las dudas sobre la hegemonía del billete verde no son nuevas, por supuesto. Desde que se convirtió en la moneda de reserva mundial tras la Segunda Guerra Mundial, han surgido episodios de angustia de vez en cuando. Sin embargo, la economía estadounidense siempre ha mostrado cierta resiliencia que ha hecho resurgir al dólar en los momentos de dificultad.
Además, no hay candidatos obvios para reemplazar su hegemonía —todas las demás monedas fuertes tienen sus propios problemas—, por lo que las salidas de dólares suelen disminuir en algún momento. “La pregunta es: ¿qué se posee?”, se interroga Daniel Murray, subdirector de Inversiones de EFG International en Zúrich. “Es difícil porque realmente no existen otros mercados con la profundidad y amplitud suficientes para ser la alternativa”.
Las preocupaciones que hay encima de la mesa y que apuntan a que el dólar está perdiendo su condición de activo refugio bajo el Gobierno de Trump, provocan que la moneda viva presa de una gran volatilidad. La cotización se recuperó a mediados de junio, aunque tibiamente, después de que Israel lanzara un ataque contra Irán —seguido por otro bombardeo de la propia EE UU contra las instalaciones nucleares iraníes— que amenaza con agitar Oriente Próximo y paralizar los mercados petroleros. Sin embargo, la posibilidad de un relevo al frente de la Reserva Federal auspiciado por Trump hundía esta semana el billete verde frente al euro a mínimos desde 2021.
Hasta que se conocieron los planes de búsqueda de un piloto alternativo a Jerome Powell en la Fed cobrasen fuerza, lo cierto es que el dólar se había mantenido prácticamente estable, al igual que los rendimientos de los bonos del Tesoro, desde que la implementación de los aranceles por parte de Trump provocase una caída durante tres semanas consecutivas en abril que redujo su valor en un 4%. Otro punto que hablaba bien de su resiliencia es que sigue estando más fuerte hoy, comparado con la mayoría de las principales divisas, que cuando Trump dejó el cargo en 2021. Al ser preguntado sobre si la Administración estaba preocupada por las recientes caídas del dólar, un portavoz del Tesoro recordó esta referencia histórica, señalando que la divisa se encuentra más fuerte hoy que en el promedio de las últimas cuatro décadas.
Esta situación de cierta suficiencia del dólar a pesar de las presiones que sufre podría explicar parte de la indiferencia de la Administración estadounidense. Durante años, Trump y su círculo íntimo abogaron por un dólar más débil para ayudar a los fabricantes a competir contra las importaciones baratas y contratar más trabajadores en las fábricas nacionales.
Aunque Trump ha guardado silencio sobre este tema desde su regreso a la Casa Blanca, muchos creen que es una estrategia que le sigue rondando por la cabeza. Estas fuentes señalan como ejemplo la decisión del Gobierno de no abordar con prontitud las especulaciones del mes pasado sobre sus presiones para tener un dólar más débil como parte de las negociaciones arancelarias con Taiwán y Corea del Sur. Estas especulaciones hicieron que el dólar se desplomara frente a ambas monedas, impulsando una ola de ventas generalizada en Asia y profundizando las pérdidas en lo que va de año. “El mensaje es sutil pero claro: la fortaleza del dólar ahora es negociable”, destaca Haris Khurshid, director de Inversiones de Karobaar Capital con sede en Chicago.
Días después de las liquidaciones de las posiciones en dólares, Stephen Miran, presidente del Consejo de Asesores Económicos, refutó la especulación cuando se le preguntó en el podcast Big Take de Bloomberg, diciendo que no existía tal política en EE UU.
Un impuesto polémico
Para echar más leña al fuego, también está el llamado impuesto de “venganza”, como se le conoce a la Sección 899 del proyecto de ley fiscal de Trump, que se está tramitando en el Congreso. Rodeada de páginas y páginas de disposiciones de recortes de impuestos para trabajadores y empresas estadounidenses, aumentaría la tasa sobre la renta para los inversores residentes en países extranjeros con políticas que Estados Unidos considera discriminatorias. Su inclusión subraya aún más la poca preocupación que existe dentro de la Administración por ahuyentar a los inversores internacionales.
Esto es lo que preocupa a Miller. Cuando habla de cómo Trump está “jugando con fuego”, se refiere a que una caída monetaria aparentemente indolora y gradual puede convertirse rápidamente en una debacle en un país tan dependiente de la financiación extranjera como EE UU. “Ahora dependemos cada vez más de la generosidad de los inversores extranjeros”, recuerda Miller.
El proyecto de ley fiscal de Trump, en su estado actual, solo incrementaría esas necesidades de financiación. La Oficina de Presupuesto del Congreso, una entidad independiente, estima que la versión aprobada por la Cámara baja añadiría casi tres billones de dólares al déficit estadounidense durante la próxima década.
Incluso si se rechazara el proyecto de ley fiscal, las finanzas del Gobierno se ven precarias. El déficit presupuestario ha aumentado a más del 6% del PIB en los últimos dos años, el mayor registrado, excluyendo tiempos de guerra o una profunda recesión económica. Y la deuda pública se ha disparado a 29 billones de dólares, equivalente a casi el 100% del PIB americano. Hace una década, esa cifra era del 72%. En mayo, EE UU perdió su última calificación crediticia AAA cuando Moody’s la rebajó, citando los crecientes déficits.
Semanas antes, los inversores habían llevado a cabo una especie de rebaja de su calificación crediticia. Mientras Trump implementaba su plan arancelario, empezaron a tratar los bonos del Tesoro —considerados durante mucho tiempo la referencia libre de riesgo en Wall Street— como activos de riesgo, vendiéndolos (y comprándolos) junto con las acciones.
La correlación tradicional entre los bonos del Tesoro y el dólar también se rompió. A medida que subían los rendimientos de los bonos del Tesoro, el dólar caía. Durante años, ocurrió lo contrario: el aumento de los tipos de interés atraía a los inversores hacia la moneda de reserva mundial. Ahora, sin embargo, con EE UU cada vez más aislado internacionalmente y sumido en una deuda cada vez mayor, parecía estar gestándose una dinámica muy distinta: los inversores vendían bonos del Tesoro, impulsaban los rendimientos al alza y luego retiraban su dinero del país. La correlación entre el dólar y los bonos sigue invertida hoy en día.
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