La edad de oro de la arquitectura española: estos son los artífices de una revolución silenciosa
Los estudios ganan peso internacional y sus profesionales dan clases en las universidades más prestigiosas


Cada cierto tiempo España crea un milagro dorado. Quizá, porque el talento no es continuo y se reparte entre distintas generaciones. Ha habido un Siglo de Oro de las letras: Cervantes, Quevedo. Ha habido un Siglo de Oro de las artes: Velázquez, Ribera. Hoy, por albedrío o por intervención, es el Siglo de Oro de la arquitectura. Pocas veces este oficio o expresión creativa ha tenido tanto vigor dentro y fuera de un país que es un remiendo de reinos. Es la historia compartida. Ahora todo parece sencillo. Infinidad de profesores españoles imparten clase en universidades como Columbia, Harvard o el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT, por sus siglas inglesas) de Boston. Andrés Jaque es el decano de Arquitectura de la Universidad de Columbia. Multitud de arquitectos construyen fuera (ya sea por concurso o designación directa) algunas de las obras que definen esta era.
Los nombres —hay muchos más— bajan igual que un río impulsado por un caudal de agua cristalina. Ábalos y Herreros, Tuñón, Nieto y Sobejano, RCR, Calatrava, Moneo, SelgasCano, Rafael de La-Hoz, Carlos Lamela, Carme Pinós, Carlos Rubio, Enrique Álvarez Sala, Sol Madridejos, Alberto Campo Baeza, María Langarita o José María Sánchez. Tampoco es el negocio que alguien abriría —excepto las grandes oficinas internacionales— si uno persiguiera el dinero. Los primeros 25 despachos por ingresos facturaron 226,79 millones de euros en 2022 y 235,40 millones durante 2023, según Alimarket Construcción. Cifras que supera cualquier pequeña gestora de activos financieros. Pero un gran arquitecto o es vocacional o no lo es. RCR, uno de los estudios más reconocidos, ganador en 2017 del Premio Pritzker, el más importante de su actividad, distinción que solo comparten con Rafael Moneo, facturó en 2023 unos 3,36 millones de euros. A cambio, sus proyectos cambian la forma de vida de una ciudad o un barrio. La pequeña escala se multiplica. “Simplemente” —comenta con humildad Moneo— “es la responsabilidad que adquiere todo aquel que construye”. Él, un maestro, poco dado a dar cifras, facturó (datos del Registro) 675.000 euros en 2023 con una media de unos nueve empleados. El año anterior, 371.171 euros.
Números y belleza
La belleza de la arquitectura es su sencillez. Un simple ladrillo puede transformarse en el Museo Nacional de Arte Romano (Mérida), del propio Moneo, o una mezcla de cola y cal blanca —la que siempre se ha empleado en Almería para disipar el calor— puede convertirse en la indispensable Casa del Infinito firmada por Alberto Campo Baeza cerca de las arenas gaditanas. Ese blanco eco de Zurbarán, y sus vasijas, o el humo blanquecino de Velázquez. Lejos de la expresión lírica y próxima a la económica, la división de arquitectura, de la bilbaína IDOM, con unas ventas (acorde con Alimarket Construcción) de 53 millones de euros en 2023, encabeza el ranking de los números. Detrás, el estudio de arquitectura de Bofill. Situado en la barcelonesa San Just Desvern. Su reconocible diseño circular generó unos 19 millones de euros.
Por recurrir a la geometría, y cerrar la última arista del triángulo, Batlle i Roig, a partir de su oficina en Esplugues de Llobregat (Barcelona), ingresó 17,53 millones. Los 10 primeros despachos apenas superaron los 164 millones de euros. Alguien del don de Juan Herreros (profesor en la Universidad de Columbia) factura sobre un millón de euros. Pero ahí queda su extraordinario Museo Münch de Oslo (Noruega).
Hemos vivido, no hace mucho, tiempos financieros. La crisis de 2008 o el descontrol de la deuda durante 2012. Ahora, en cambio, vivimos tiempos de arquitectura. “En este oficio resulta difícil improvisar y la unidad de medida es el año. Nuestro éxito se lo debemos a la generosidad de las generaciones anteriores: muchos dejaban sus despachos, lo que limitaba los ingresos familiares, para dar clase en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid (ETSAM). Es de una generosidad apabullante”, admite Rafael de La-Hoz.
Tras la Guerra Civil había todo un país por hacer. Pero, después, los arquitectos que habían apoyado de forma expresa, o habían convivido con el franquismo, siguieron enseñando.
Las obras de Miguel Fisac (1913-2006), aunque no diera clase, enseñaban. Tener como profesores en la Escuela a Javier Carvajal (1926-2013), José Antonio Coderch —1913-1984, impartió clase, sobre todo, en Barcelona—, Alejandro de la Sota (1913-1966), fue, por paradójico que resulte, una corriente de modernidad que barrió un país atrasado (Francisco Sáenz de Oiza, Baldeweg o Moneo defendieron otros postulados desde la Escuela).
Incluso Franco quiso nombrar a Antonio Lamela (1926-2017) ministro de Vivienda. Lo rechazó. Con la democracia firmó, ya con su hijo, Carlos Lamela, al frente, junto a Richard Rogers (1933-2021), la madrileña Terminal 4 del AeropuertoMadrid-Barajas (2006). “Es espectacular cómo está construida”, sintetiza De La-Hoz. Escribió el crítico de arquitectura de The Guardian: “Es uno de los pocos aeropuertos del mundo del que no tienes ganas de salir corriendo”.
Aunque hubo inequidad. Cataluña fue distinta a Madrid. “No hay que olvidar que existió, también, un tiempo donde los arquitectos lo pasaron muy mal y se tuvieron que buscar la vida a través de la docencia por el mundo”, recuerda Carme Pigem, arquitecta del despacho RCR. Pese a todo, este movimiento de sístole y diástole, y “esa capacidad de dar paso de una generación a otra, explica este tiempo único”, analiza Juan Miguel Hernández León, doctor en arquitectura y actual presidente del Círculo de Bellas Artes de Madrid. La confluencia se vio clara en la exposición que el MoMA neoyorkino dedicó en en el año 2006 a la arquitectura española. Sin olvidar, como trae a la memoria, Laureano Matas, secretario general del Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España, CSCAE, el aporte de ese mago del hormigón que fue el ingeniero Eduardo Torroja (1899-1961) con sus increíbles cubiertas que caen como bancales del Hipódromo de la Zarzuela de Madrid.
Estudio Lamela es esencial en este pan de oro. El año pasado facturó 9,5 millones de euros y tiene unos 89 arquitectos, de los que 19 trabajan fuera. “Madrid está viviendo un momento dulce, hay dinero. Creo que la T-4 ha sido fundamental para que esto ocurra. Se creó sin poner miras al precio: la idea era hacer el mejor aeropuerto posible”, valora el arquitecto Carlos Rubio. Ese sentido de gratitud ha ayudado a crear el brillo del siglo. Otro de los despachos con bastante carga de trabajo es Luis Vidal. Emplea a 150 profesionales y en cartera maneja 24 proyectos. Diez en España y el resto fuera. En 2023 ingresó 5,58 millones —según los datos del Registro Mercantil—, de los que 1,65 procedieron del exterior.
La internacionalización es el paisaje de este tiempo. RCR facturó, por ejemplo, 3,36 millones de euros en 2023 y su geografía llega hasta Dubái. Y en el centro del desarrollo, “para lo bueno y lo malo [en Cataluña], está el arquitecto Oriol Bohigas (1925-2021), pues era él quien decidía los profesionales con los que trabajaba”, rememora Carme Pigem. Nadie se libró del albur de las preferencias.
Desembarcos sonados
También, en un movimiento insólito, han llegado despachos internacionales. Norman Foster abrió el camino. En Madrid tiene estudio, pero también su Fundación. Tras el genio inglés han llegado otros. Ahora trabajan Populous, especializada en recintos deportivos; Gensler, que junto a Rafael de La-Hoz desarrolla el nuevo estadio Benito Villamarín en Sevilla, o la firma alemana GMP Architekten, que ha levantado con L35 Arquitectos y el estudio Ribas & Ribas el nuevo Santiago Bernabéu. Por dar otros nombres. El grupo danés BIG sigue creciendo y también la firma británica Buckley Gray Yeoman (BGY). Y con su presencia, ya habitual, Foster se encarga de la ampliación del Salón de Reinos del Museo del Prado, de la remodelación del de Bellas Artes de Bilbao y —a través de la Fundación— de una escuela en Santa Eulalia (Ibiza).
Lejos, al otro lado del mundo, quedan Trump y sus aranceles. Algunos procesos de la arquitectura dependen de ciertas patentes internacionales, pero también “es una forma de disminuir la huella de carbono, trabajar con productos de kilómetro cero: se producen cerca de donde se construye. Existe esa dualidad”, observa el arquitecto José María Sánchez. En el Estudio Carlos Lamela también hay una lámina de tranquilidad. “Nuestra oficina en Los Ángeles opera como una empresa local estadounidense y la mayor parte del equipo trabaja en la ciudad”, indica el responsable del despacho, Carlos Lamela.
Tampoco los materiales deberían ser un problema. El acero o el hormigón proceden de la Unión Europea o de países distintos a Estados Unidos. Afectará más a organizaciones de suministro como Roca o Cosentino. “Tenemos firmada una directiva de servicios profesionales de arquitectura con Canadá, quizá ahora podemos abrirla a otros destinos”, valora Matas. “Nosotros allí somos una firma estadounidense a todos los efectos, y nuestros empleados también lo son”, refrenda un portavoz de la oficina Luis + Vidal Architects. “En cualquier caso, aún es pronto para ver cómo estos aranceles afectarán al sector y, en concreto, al despacho”, añade.
Más allá de la sinrazón arancelaria, oficinas como Gronda llevan dos décadas construyendo su propio camino. Suman 20 profesionales en Madrid y otros tantos fuera. Son especialistas en ese mundo de generar experiencias que ahora lleva el término anglosajón de hospitality. Han diseñado una isla en Maldivas, creado la marca Cirque du Soleil Hotels o una nueva enseña hotelera de lujo en Italia en un edificio de Miguel Ángel. Mueven unos tres millones de euros y, de acuerdo con su fundador, Diego Gronda, en la última década firmaron 40 proyectos. El 80% son encargos privados. Trabajan en Tailandia, India, Italia, España, Inglaterra, Portugal, Grecia, República Dominicana y Bahamas. Y trae a la memoria la emblemática exposición del MoMA. “La atemporalidad, la solidez y la elegancia fueron clave a la hora de definir la propuesta de la arquitectura española”, rememora Diego Gronda.
Pero el milagro dorado pinta, también, varios fondos tenebristas. Los honorarios son una queja constante. Si en España la media puede oscilar en un 3% del precio de la obra, fuera oscila, con facilidad, entre el 8% y el 9%. Y algo similar sucede con la ingeniería. “Está muy mal pagada. En España siempre se construye a la baja, lo primero que se quiere reducir es el precio”, critica Rafael de La-Hoz. Como explica un arquitecto con ironía: ¿qué quieren que quite?: el techo, una pared, el suelo; así sale más barato. “Sabemos construir y a un precio más que competitivo”, señala Carlos Rubio. Sostiene un rotulador azul y sobre una hoja en blanco traza un croquis de las famosas Cuatro Torres madrileñas. “La nuestra [PwC] solo costó 180 millones de euros y fue la más rápida en construirse”, subraya. Tampoco hay ya esa explosión de grandes concursos públicos que hubo en la década de los ochenta y noventa. “Ahora el mercado se refugia, sobre todo, en vivienda y rehabilitación”, lamenta Juan Miguel Hernández León. Priman los costes sobre la calidad del proyecto. Y sufren, como otros sectores, el reto de mantener el talento.
Carlos Lamela reconoce que sus salarios son bajos y manda la vocación. Mientras que Rubio cree que sus arquitectos están bien pagados. “La nómina no es el problema, no sé si es que quieren llevar una vida cómoda”, se queja. Es una generación distinta. Y también hay miedo a que se vuelva un oficio —existen decenas de escuelas en España— masivo. Hasta ahora la calidad estaba en la escasez y en esos grandes maestros, sobre todo, en la asignatura de Proyectos. “El éxito de las últimas décadas se debe a que la enseñanza resulta muy amplia, de la belleza a la técnica”, resume Laureano Matas. “Esto nos distinguía frente al resto de escuelas internacionales”.
Escuelas
Los mejores profesionales, que ejercían la práctica, enseñaban a los alumnos. Formaban competidores. Gratitud. Con la aparición de infinidad de centros, bastantes arquitectos advierten de que se pone en riesgo un modelo que ha generado transmisión de talento. Aumentan las barreras para los profesionales en activo en la universidad pública. “El principal peligro sería no poder ejercer a la vez la profesión y la docencia”, califica De La- Hoz.
En la Universidad de Navarra tienen una vía para vadear el puente. La fórmula del profesor asociado u otra figura a tiempo parcial que permite compatibilizar la profesión. “Pero es pequeña y con poca trascendencia, y además debe dar parte de sus ingresos al centro. Ni Moneo ni Sáenz de Oiza lo habrían aceptado”, estima el experto. En ocho años se ha pasado de 25 a unas 35 escuelas. La masificación resulta inmensa. Ricardo Aroca, un prodigio en Estructuras, tenía en la Escuela de Madrid más de 300 alumnos por clase. Los futuros arquitectos tienen el derecho a aprender de maestros como lo hicieron quienes les precedieron.
¿Habría surgido esta marea de talento sin la docencia de Sáenz de Oiza, De la Sota, Coderch, Javier Carvajal, Rafael Moneo, Campo Baeza, Tuñón, Carlos Rubio, Sol Madridejos, Herreros, José María Sánchez, Nieto-Sobejano o RCR? El Siglo de Oro consiguió que no fuera un tiempo de silencio.

RCR, la vanguardia al cubo
RCR es la vanguardia de la arquitectura española. Crean paisajes en vez de edificios. Y conducen, al origen, al papel en blanco. Trabajan sobre el vacío. Rafael Aranda, Carme Pigem y Ramón Vilalta (RCR) llevan juntos desde 1988. Suman 37 años. Coincidieron en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura del Vallés (ETSAV). Y decidieron crear un estudio en Olot (Girona). 25.000 habitantes. Junto con Rafael Moneo es el único despacho español ganador del Premio Pritzker (2017). La primera década la levantaron consiguiendo muchos concursos. Pero hicieron la revolución desde lo pequeño. Casa para un herrero y una peluquera (1996-2000) en La Canya (Girona) fue su manifiesto. “Paso a paso. Nunca cogemos atajos y, por edad, ahora, hemos acelerado la escala hacia grandes edificios. Sin renunciar a lo pequeño”, relata Ramón Vilalta. Su último proyecto es el rascacielos Veil en Dubái. Aunque su primera gran obra —en tamaño—, el Museo Soulages (2008-2014), dedicado al pintor francés, en Rodez, su ciudad natal, lo empezaron tras 25 años de estudio.
En arquitectura siempre existe, al final, un cliente. Carme Pigem recuerda su participación en el concurso de un museo alemán. “Quedamos los últimos, pero fuimos los primeros en calidad arquitectónica. ¿Cómo puede ser que la mejor arquitectura quede postergada?”, se cuestiona. Porque antes hay capas de morralla administrativa. El despacho facturó en 2023 unos 3,36 millones de euros (Registro Mercantil) y generó algo más de 740.000 euros de beneficio. Tienen 15 empleados. Este tiempo extraordinario lo explican por la calidad de los arquitectos que los precedieron, la llegada de la democracia, la aparición de El Croquis (edita, desde El Escorial, Madrid, las monografías mundiales más importantes), la Barcelona olímpica y el nivel de las escuelas, antes de la masificación. “En un mundo cada vez más complejo, la arquitectura ha cambiado mucho. Ha asumido esa complejidad”, reflexiona Rafael Aranda. Antes el arquitecto atacaba el tema conceptual no desde la imagen, ahora, en un minuto, puedes tener [con las nuevas tecnologías] varias propuestas. Antes reflexionabas a la vez que evolucionaba el proyecto. Eso terminó”, lamenta.

Alberto Campo Baeza: el arquitecto “sotiano”
El paisaje del nacimiento de Alberto Campo Baeza es Cádiz. Allí llegó con dos años desde Valladolid. Y su obra se impregnó de un color blanco gaditano que logra mezclando cal y cola. Sencillo. Campo Baeza es humilde en su sintaxis. Pero sabe que es un “grande” del oficio. Formado con Javier Carvajal, Julio Cano Laso, Francisco Sáenz de Oiza y Alejandro de la Sota en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid (ETSAM), si algún adjetivo —asegura— porta su trabajo es el de sotiano. Defiende una “arquitectura sobria, no minimalista, pero sí poética”.
Su Estudio se desploma en una céntrica calle madrileña, que frena el barrio de Chueca. Es una oficina pequeña y la parte superior la cubre un ático y una llanura de tejados. Trabaja con cinco arquitectos. Los “chicos” —atrapado en 79 años— son de una formación extraordinaria.
—¿Sabe cuántas matrículas de honor tiene?, pregunta señalando al más joven.
—Veintidós—, contesta, orgulloso, Baeza.
El despacho representa bien el modelo español. Un tamaño reducido en los números —en 2023 facturó 295.495 euros y el año siguiente 312.573—, pero fraguado en talento. Campo Baeza deja obras como la gaditana Casa del Infinito (2014) o la ampliación del Louvre (2015). “El problema fue que lo ganamos ex aequo con Renzo Piano (Italia, 1937) y se lo dieron a él”, lamenta. Baeza nunca vive del pasado. Su último proyecto —ganó frente a 72 propuestas— vuela a Armenia. Un colegio (acabado) y varias guarderías. Todo, en Armavir, a los pies del monte Ararat. Allí, relata el Génesis, quedó varada el Arca de Noé tras el Diluvio. Anda, también, enfrascado en unas oficinas en Miami y la biblioteca madrileña del Liceo Francés. “Está quedando fantástica”, zanja.

Rafael Moneo, el patriarca de la arquitectura española
El patriarca vivo de la arquitectura española. Rafael Moneo (Tudela, Navarra, 1937) es un número primo. Solo es divisible por sí mismo. Logró transformar sencillos ladrillos en la primera sede de Bankinter (1973-1977) o crear (1986) el Museo Nacional de Arte Romano (Mérida). Su sistema métrico es el ladrillo. El primer premio Pritzker español (1996) amplió el Museo del Prado (1996). Ahora Norman Foster trabaja en el Salón de Reinos de la pinacoteca.
Es un maestro sincero con la historia. “Hablar del Siglo de Oro de la arquitectura española parece excesivo”, observa. “Es cierto que la energía y vigor de la vida española a la muerte de Franco, en la Transición, también se manifestó en la arquitectura. Pudimos construir edificios públicos más allá de la vivienda y se generó una gran atención exterior”.
Quien imagine un estudio enorme, yerra. Trabajan entre nueve y diez profesionales. En 2023 (Registro Mercantil) facturó 675.000 euros y el año anterior unos 371.000. Sus palabras son suaves. Diseña varios proyectos residenciales en Corea. Y en Italia, junto a la oficina Gabetti-Isola, trabaja en la transformación del Palacio de Congresos de Pier Luigi Nervi (1891-1979) en Turín. Reivindica la escala pequeña. “Un estudio de gran dimensión nunca supone una garantía de mayor calidad. Convertir la redacción de un proyecto en un proceso de ejecución en términos de eficiencia y economía puede llevar a olvidar lo que, de verdad, importa: la consistencia, integridad y plenitud del edificio que se persigue”, enseña el maestro.

Nieto Sobejano, el dibujo compartido
Fuensanta Nieto (Madrid, 1957) esboza la generación de arquitectos españoles que a partir de los noventa logra presencia nacional e internacional gracias a concursos públicos. Junto a su marido, Enrique Sobejano (Madrid, 1957), crea durante 1985, en Madrid, Nieto Sobejano Arquitectos. Entre sus obras, el Museo Madinat al-Zahran (Córdoba), el Museo de San Telmo (San Sebastián) o el Museo Joanneum (Graz, Austria). En distintas fases de desarrollo andan el Museo de Arte de Dallas, el Museo Sorolla (Madrid), el de Arte de Vannes (Francia), el Centro de Congresos y Hotel en Goslar (Alemania) y el Museo de Pontevedra Convento Santa Clara. Acaban de finalizar las obras del Hotel Konigshof Múnich, Museo Arqueológico (Múnich), Museo Montblanc Hamburgo (los tres en Alemania) y la Facultad CEU (Madrid).
Reflejan ese modelo de despacho que tiene recursos para salir y concursar fuera. En 2024 facturó 5,48 millones de euros y trabajan en la oficina 45 personas. Sobejano es desde 2007 profesor en la Universität der Künste Berlin (UdK). Ocupa la cátedra de Principios del Diseño. Y Nieto imparte clases en la Universidad Europea (Madrid). Ambos se formaron entre la Politécnica de Madrid y Columbia (Nueva York) durante 1983. También reflexionan de forma parecida. “Lo que ella avanza, o lo que yo avanzo, en un porcentaje muy alto, no necesita aprobación. Es en el arranque, en los croquis y las primeras ideas, cuando más hablamos, y luego hay obras que seguimos solos”, revela Sobejano.

Sol Madridejos y Juan Carlos Sancho. Ensamblar las piezas
Si alguien piensa que en este oficio no existen grandes arquitectas, se equivoca. Solas —o con un socio—, sus dibujos mejoran el mundo. Sol Madridejos y Juan Carlos Sancho (S-M.A.O) han sido profesores en la ETSAM y han crecido “ganando concursos fuera”, apunta Madridejos. Desde 2006. Francia, China, América Latina, Egipto. Son ocho personas en el estudio. De tamaño medio, cobra, más o menos, un 6% por cada proyecto. “Cada vez estamos creando más casas boutique”, sostiene Juan Carlos Sancho. “Para un cliente de poder adquisitivo y cierta sensibilidad”.
Pero, desde luego, no todo “fragua”. “Ahora participas en un concurso y tiene más peso, en la puntuación, el coste que el valor creativo”, se queja Madridejos. “Hay una tensión que enfrenta la oferta a la calidad”. Quedarse en ese lado de la orilla resulta difícil. Trabajan en la ampliación del Museo de Arte Contemporáneo de Alicante. Sin embargo, bajan escorrentías de transformación. “La inteligencia artificial cambiará la construcción”, prevé Sancho. Para la egoteca dejan el centro IESE escuela de negocios (Madrid, 2013-2021).

Carlos Rubio. El lento rasgar de imágenes
En el pasado de Carlos Rubio está su comienzo. Su tío fue Javier Carvajal (1926-2013) y aprendió el oficio en su estudio. Tras formar equipo con Ignacio Vicens o Álvarez Sala, desde hace 11 años dibuja solo. Utiliza un papel de croquis y el paralex. Como Norman Foster, luego lo traslada al ordenador.
Pero avisa: “Los grandes estudiantes no son los mejores arquitectos porque también deben vender y entender el mundo”. El despacho ocupa a unas 16 personas. “Sin embargo, deberíamos crecer. Tengo 74 años y estudio la incorporación de tres socios”, apunta. “Carezco de la energía de Foster, que dibuja sin parar a los 89 años”, reconoce. A dos manos —con el genio británico— firma una de las obras más importantes de su carrera: la rehabilitación del Salón de Reinos del Museo del Prado.
En marcha contabiliza 25 proyectos. Un 70% son clientes directos. “Me he pasado la vida concursando, pero pierdes más de los que ganas”, admite. En 2023 facturó 2,9 millones de euros. Entre los encargos, dos rivales: Real Madrid y Atlético de Madrid. “Por favor, no describa los proyectos”, pide. Traza, formas, imágenes digitales: desde rectángulos hasta amebas. Regresa al rotulador y rasga dibujos sobre el papel.
Carlos Lamela. Un polímata del boceto
Carlos Lamela (Madrid, 1957) es el gran polímata de este oficio. Es aviador, guionista y, claro, arquitecto. Hijo de Antonio Lamela (1926-2017), revolucionario con sus Torres Colón (Madrid), o la maravillosa terminal T-4, donde la presencia de Carlos Lamela ya fue constante, junto a Richard Rogers (1933-2021), el talento es tan natural en su familia como ese polvillo que dejan las alas de las mariposas en los dedos cuando las rozan. En Arroyo del Santo, 4 —la calle desciende desde los recintos feriales de Ifema en Madrid— dirige un estudio grande. Unos 89 arquitectos, de los que 19 trabajan fuera y 65 en España. El año pasado facturó 9,5 millones de euros. Una cifra que desborda este ejercicio con facilidad. Ampliará la T-4 y T-4S (junto con Ayesa), y también los procesadores y la facturación de la T-1, T-2 y T-3. Además, trabaja en el lote 1 de la Ciudad de la Justicia madrileña. Pragmático, defiende la construcción industrializada. Fuera ha firmado, por ejemplo, el aeropuerto Chopin en Varsovia (Polonia) y ampliará el aeródromo mexicano de Guadalajara. La arquitectura en un espacio de resistencia: “Un arquitecto debe leer el futuro”, admite.
Rafael de La-Hoz Castanys. Paralelas vienen y van
Rafael de La-Hoz Arderius (padre, 1924-2000) fundó su estudio en 1920. Un país en el que soñaba con construir un paraíso, pero se impuso la Guerra Civil. Faltaban las infraestructuras. La mayoría destruidas bajo la deflagración. Descontadas las hojas del almanaque del fratricidio. Su hijo, Rafael de La-Hoz Castanys, Córdoba, 1955, lleva la dirección, desde 2000, del despacho más lejos. Proyecta las sedes corporativas de Endesa, Telefónica, Repsol, el Hospital Rey Juan Carlos I de Móstoles (Madrid) o la Torre Mohamed VI (Marruecos). Concursa fuera y gana. Tiene 10 proyectos ahora mismo sobre el tablero: tres en el exterior y el resto en casa. Su oficina posee “el tamaño adecuado”, defiende. Unas 40 personas. Y algo más de 4,6 millones de euros (Alimarket Construcción) en ventas. “Si se supera ese número de empleados la gestión se complica”, observa. Y advierte: “El gran problema es la autocomplacencia. Resulta importante mantener la tensión para ser creativos y competir con otros estudios”, defiende. Aunque se queja. “Los honorarios que gana fuera un arquitecto por un proyecto son el triple que en España. Pasar del 3% al 8%”.
José María Sánchez. Un talento precoz
Es el más joven (Don Benito, 1975, Badajoz) de este Siglo de Oro. Existen otros. Pero José María Sánchez es profesor de Proyectos Arquitectónicos en la ETSAM, docente en la Academia de Arquitectura de Mendrisio (Suiza), en la Universidad ETH de Zúrich (Suiza) y, también, en la de Arquitectura IUAV (Venecia). Trabajos que le ocupan sus despachos en Madrid y Zúrich. Su oficina de cinco empleados factura unos 300.000 euros. Sánchez obvia el dinero. Le interesa la creación y una “arquitectura artesanal y basada en la investigación”, señala.
Pero en la vida de los arquitectos sí hay segundos actos. Sánchez ha ganado la Escuela de Derecho para el CEU (Madrid) o la rehabilitación del entorno del castillo de Locarno (Suiza). Las trazas originales pertenecen a Leonardo da Vinci (1452-1519). Y resume este milagro dorado español: “Ha sido posible por la continuidad de las generaciones, no ha habido una ruptura”, defiende. “Jamás existió revancha: solo generosidad”, sentencia.

Emilio Tuñón. La arquitectura revisitada
Emilio Tuñón (Madrid, 1959) ha vivido dos vidas como arquitecto. Una al lado de su compañero, Luis Mansilla —fallecido en 2012—, y otra con su socio actual, Carlos Martínez de Albornoz (Huesca, 1978). Premio Nacional de Arquitectura (2022), lleva tiempo dedicándose a la docencia. Harvard y Princeton. En el estudio son tres. Sus obras resultan iconos. Miles de personas han descendido por el pasadizo de granito que lleva a la Galería de Colecciones Reales (Madrid), contemplaron las vidrieras de colores del Musac (León), pasearon por Cáceres, donde han construido el hotel y restaurante Atrio. Queda alguna sorpresa. “Estamos trabajando mucho para encargos privados de vivienda. Se nota esa inversión de América Latina”, reflexiona. Ahora andan descifrando la reforma de la manzana de Landbouwbelang (Maastricht). Y piensa que todo este siglo dorado comenzó con la democracia, los fondos europeos y la calidad de la Escuela. “Me quedan cuatro años de clases, quizá, entonces, vuelva al Estudio”, admite. En 2023 ingresó unos 753.000 euros (Registro Mercantil) y durante 2022 superó los 900.000. Pero en su estudio, el último pensamiento, por la noche, es el dinero.
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