¿Hay alguien ahí?

No escribiré sobre mi personal opinión acerca de una actividad a la que ningún padre que conozca querría que su hija se dedicase. Tampoco sobre si el Parlamento está democráticamente diseñado para dictar leyes basadas en la moral personal; ni tan siquiera sobre el absurdo de que haya un legislador que regule la publicidad de una actividad alegal, de un llamado oficio que no tiene epígrafe en el Impuesto de Actividades Económicas. Y no por falta de ganas ni de opinión, sino porque el absurdo de una normativa que prohíbe los anuncios de ofertas sexuales en los periódicos digitales demuestra que no hay nadie al otro lado, que se legisla para la galería y no para la eficacia.
Quiere lucharse contra la explotación sexual, loable, pero con una normativa que en vez de atacar el problema lo barre y lo esconde debajo de la alfombra. Lo que sorprende es que la misma Administración que ha descubierto Internet para "facilitarnos" el pago de impuestos, siga viendo la prensa como las gacetas decimonónicas, con su papel y su grapa. Valgan estas humildes letras para recordarles lo obvio: en Internet ni hay alfombra ni medios de comunicación tradicionales ni limitaciones para sustraerte a la capacidad sancionatoria de un Estado ni papel ni grapa. La información se publica por cualquiera en cualquier parte, se retuitea, se comparte y se indexa. Y cuando un menor entra en Google buscando sexo de pago o gratuito, nadie le pregunta cuántos años tiene.
Porque hace ya muchos años que nos resignamos a que no es posible limitar el acceso a la información ni a los servicios en Internet, de una manera operativa, por razón de edad. Podremos poner lo que queramos en los avisos legales de nuestras páginas advirtiendo de que el contenido es para mayores de 18 años, asumir que el que paga con tarjeta es que ya los ha cumplido o escudarnos en un sistema de registro que nadie comprueba. Pero a menos que haya un incentivo económico para gastarse los dineros en estos controles, es imposible limitar el acceso de los menores a la pornografía o la violencia, que también y no únicamente, hay en Internet. Teniendo en cuenta, además, el carácter de microrrelato de estos anuncios en prensa, la mera búsqueda en Google convierte a la página de resultados en una página de contactos perfectamente legal y además interactiva.
Definitivamente, no hay nadie al otro lado. Cabe preguntarse si vivimos en realidades paralelas condenadas a no tocarse.
Paloma Llaneza es abogada experta en nuevas tecnologías
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