Maniobras de la muerte
Escribir sobre la muerte sugiere, en principio, una forma de calmar el temor que produce. No se trata, en todo caso, de que al hablar de la muerte ésta mantenga una tregua, pero no hay que descartar que pueda ser una acción suficientemente provechosa. A esto apunta Julian Barnes cuando escribe: "Sea cual sea la estética del autor hay que fortalecer y definir el ego para producir la obra. Por tanto, se podría decir que escribiendo esta frase me estoy poniendo un poco más cuesta arriba el hecho de morir". Mezcla de ensayo y divagación autobiográfica, Barnes examina en Nada que temer, con su habitual elegancia, inteligencia y astuta erudición, la influencia de la muerte y sus maniobras de desastre. Para ello, merodea por el territorio ocupado por las creencias religiosas -ofreciendo notables retratos anímicos de los miembros de su familia, en particular de su hermano, el filósofo Jonathan Barnes-, a la vez que pone cierto énfasis en rememorar su ateísmo juvenil, ahora transformado en agnosticismo -lo que supone, dice, "mayor conciencia de mi ignorancia"-; y, con una completa desconfianza al estilo solemne, habla de Dios, del crepúsculo vital, de la extinción, con una aparente y muy sutil ligereza, como en un diálogo de sobremesa con el lector, sin dejar de oír la música dramática del miedo, atenuada por escucharla al lado de los escritores que mejor le acompañan en este propósito: Flaubert, Montaigne, Somerset Maugham, Stendhal
Nada que temer Julian Barnes
Julian Barnes
Traducción de Jaime Zulaika
Anagrama. Barcelona, 2010
300 páginas. 19 euros
Estas páginas transpiran una actitud escéptica, educada y serena, muy aptas para el aprendizaje de lo peor
La muerte, en la actualidad, es una experiencia tan relegada a lo privado que se diría que hoy nadie muere
..., en especial Jules Renard, que señaló que la palabra más llena de sentido es la palabra "nada", y a quien este libro debe la nota trágica.
La muerte, en la actualidad, es una experiencia tan relegada a lo privado que se diría que hoy nadie muere, sino que desaparece. Y esto hace, sin duda, aún más meritorio este libro, que en una pluma fáustica hubiera naufragado por exceso de ensimismamiento. Barnes no acuña su perfil mientras declara su resistencia a la enfermedad y la muerte, pero tampoco fabula sobre su miedo. Le preocupa más que la razón no deteste su propio fin. Así que recurre al testimonio de los que piensan distinto de él: creyentes, neurólogos, terapeutas, músicos, críticos de arte, en fin, gente cuyo cerebro es un enigma. Para Barnes la sabiduría consiste en "no fingir más", en reconocer el error, que quizá sea eso que llamamos Dios, en quien el escritor no cree, pero a quien dice echar de menos. La fuerza del pasado ha disminuido muy poco, de modo que vivimos todavía, según Barnes, en "los postulados de una religión en la que no creemos", afirmando un "yo" que sólo existe "propiamente en la gramática", conclusión a la que han llegado los investigadores del cerebro, quienes declaran que no hay nadie en casa, que son los pensamientos los que producen el yo. El embrollo acaso sea indescifrable, pero no carece de humor; de ahí que estas páginas, maravillosamente bien escritas, transpiren una actitud escéptica, educada y serena, muy aptas para el aprendizaje de lo peor.
Así pues, investido, a su pesar, de moralista, Barnes termina su reflexión sobre la muerte derivándola hacia la verdad de la narración y celebrando la terquedad del novelista: "Alguien que no recuerda nada pero que registra diferentes versiones de lo que no recuerda y las manipula". Como ya hiciera en aquel brillante ensayo doméstico, El perfeccionista en la cocina, donde, con el pretexto de hablar de comida, saldaba cuentas con su autoexigencia impugnando la supuesta instrucción veraz de las recetas, aquí la muerte, en tanto que objeto de reflexión, le sirve al escritor para afirmar otra vez que la literatura es la opción vital menos dogmática alojada en el cerebro. Y aunque también, junto a los novelistas, los médicos y los curas "conspiran para presentar la vida humana como una historia que avanza hacia una conclusión con sentido", la ficción es el único proceso que combina la libertad total y el control absoluto.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.