A veces se impone la razón
Sectores radicales y violentos pueden buscar el enfrentamiento directo", decía una nota de los servicios de información de los Mossos d'Esquadra. A la espera de los manifestantes anti-Bolonia, la Rambla de Barcelona era el jueves por la noche un hervidero de policía autonómica. Había que impedir a toda costa que los estudiantes radicales cumplieran con su objetivo de manifestarse por la arteria barcelonesa. Fotógrafos y cámaras de televisión estaban apostados en los codiciados balcones de la zona, algunos incluso bajo pago o con promesas de publicidad para la firma que amablemente prestara su mirador sobre el campo de batalla. Había que tomar posiciones, como en las grandes batallas de mediados del siglo XVIII. Los mirones se habían subido a lo más alto de la ciudad de Quebec para ver desde la tribuna la sangre que iba a correr por los Llanos de Abraham. La duda era quién jugaría el papel de triunfador general Wolfe o de derrotado marqués de Montcalm.
La policía autonómica catalana tenía claro que habría un grandilocuente je me souviens posterior. Pero ignoraba que, en la noche del miércoles, un grupo de dirigentes opuestos al plan Bolonia y emparentados con movimientos antisistema habían decidido dejar la épica para otro momento y optaban por una manifestación pacífica. Los 5.000 participantes salieron a la calle y uno de ellos, megáfono en mano, impartió instrucciones: "Los políticos creen que vamos a ir hacia la Rambla, ¡pues haremos lo contrario!". Y enfilaron camino hacia el barrio de Sants, al otro lado de la ciudad.
Vista la renuncia estudiantil a la épica, los agentes de la policía autonómica supieron cambiar el registro. Mantuvieron una discreta vigilancia sobre los manifestantes, que durante el trayecto lanzaron botes de pintura contra la sede central de Esquerra Republicana (el precio de ejercer el poder es a veces la impopularidad) y colgaron una pancarta contra Huguet, el republicano consejero de Universidades. En definitiva, daños colaterales. Los profetas de catástrofes fueron desautorizados. El pragmatismo ganó la batalla.
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