Reformar las relaciones laborales
Las sucesivas reformas del mercado de trabajo español han contribuido a generalizar un modelo de gestión de la mano de obra caracterizado por un excesivo recurso al trabajo temporal. Las consecuencias de este modelo son contradictorias. Por un lado, y atendiendo exclusivamente a su impacto sobre el empleo, se ha observado que este modelo ha contribuido a aumentar la elasticidad de la demanda de mano de obra ante las variaciones en el ciclo económico, lo que puede considerarse como positivo. Por otro lado, se ha observado que la actividad innovadora de las empresas está relacionada con la intensidad con la que recurren a la contratación temporal.
Las empresas con tasas de temporalidad nula o muy alta tienen asociada una probabilidad de innovar menor que las empresas con tasas de temporalidad bajas. La innovación exige inversión en formación de la mano de obra, y no existen incentivos para realizar este tipo de inversión cuando la relación contractual del trabajador con la empresa es de naturaleza temporal. La pregunta, por tanto, que cabe formularse a la vista de estos resultados es clara: ¿existe algún tipo de solución intermedia; esto es, se puede disminuir la temporalidad sin afectar negativamente al empleo y beneficiar así a la innovación?
¿Se puede disminuir la temporalidad sin afectar negativamente al empleo y mejorar así la innovación?
La respuesta es positiva, pero con la condición de que se aborde un cambio importante en el marco de relaciones laborales. Los dos pilares que constituyen dicho marco son, por un lado, el conjunto de la normativa legal que regula el funcionamiento del mercado de trabajo y, por otro, el modelo de negociación colectiva, en donde se acuerdan los aspectos relevantes que afectan a las condiciones en que tiene lugar la actividad laboral en la empresa. Pues bien, en el caso español las diferentes reformas del marco de relaciones laborales han afectado, casi de manera exclusiva, a los aspectos relacionados con la regulación del mercado de trabajo. La negociación colectiva, sin embargo, sigue prácticamente vacía de contenido y con un grado de atomización muy elevado. Y es aquí donde se necesita un cambio radical para que nuestras empresas puedan evolucionar hacia un modelo de competitividad basado más en la innovación que en el diferencial de costes.
La negociación colectiva afecta positivamente a la actividad innovadora por diferentes vías, pero especialmente por dos. En primer lugar, el ámbito de la negociación. Un modelo muy centralizado o muy descentralizado permiten una distribución más eficiente de las rentas nuevas que genera la innovación que la que se produce con modelos de negociación de ámbito intermedio como el español. En segundo lugar, a través de la negociación colectiva las empresas pueden acceder a la flexibilidad interna o funcional, lo que permite una utilización más eficiente de los recursos de mano de obra que tienen contratados. Una mayor flexibilidad funcional, además, podría acortar el recurso a la flexibilidad externa y, de esta forma, atajar el crecimiento de la temporalidad.
El cambio de modelo, conviene apuntarlo, es una condición necesaria, pero no suficiente, para que la evolución señalada pueda producirse. En la actividad innovadora influyen otras variables que no pueden ser ignoradas, especialmente el tamaño de las empresas. El tamaño y el modelo de negociación colectiva, por lo demás, también guardan una estrecha relación. Es probable que el pequeño tamaño de nuestras empresas ayude a explicar, en parte, el estado de atrofia de nuestro modelo de negociación. La falta de voluntad para acometer el cambio explica el resto. La reforma laboral del año 1994 tenía como objetivo, entre otros, llenar de contenido la negociación colectiva. El intento quedó abortado en los años posteriores por el rechazo sindical a la reforma. Los acuerdos de 1997 entre el primer gobierno de Aznar y los agentes sociales apuntaban la definición de un modelo articulado en diferentes espacios de negociación relacionados entre sí que no ha tenido desarrollo posterior.
Durante el primer gobierno de Rodríguez Zapatero el asunto no logró superar el estadio de las conversaciones previas. Ya veremos si la situación actual es lo suficientemente apremiante como para remover voluntades.
Felipe Serrano es catedrático de Economía Aplicada de la UPV-EHU
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