No es cuestión de título
La UE decide dar un lavado de cara, pero sin contenido, al diálogo euromediterráneo
Poco sirve que los Veintisiete decidieran ayer en Bruselas, a instancias de Sarkozy, cambiar la etiqueta de la cooperación con los países de la ribera sur mediterránea por el farragoso título de Proceso de Barcelona: Unión por el Mediterráneo. Lo importante no debería ser el nombre, sino el contenido. Y a decir verdad, sobre ello concretaron poco. La iniciativa, nacida en la capital catalana por impulso principalmente de España en 1995, no ha logrado del todo despegar, pese a los 20.000 millones de euros invertidos por Bruselas a lo largo de este tiempo. El diálogo euromediterráneo ha fracasado en uno de sus principales objetivos: la integración y la cooperación entre sí de los países de la cuenca sur del Mediterráneo. Pero sobre todo se ha visto contaminado por la crisis de Oriente Próximo.
El presidente francés entró como un elefante en una cacharrería al tratar de romper lo poco que quedaba del llamado Proceso de Barcelona y trató de lanzar al llegar al Elíseo una iniciativa más específica en la que estuvieran sólo los países de ambas orillas del Mare Nostrum, dejando al margen al resto de los socios de la UE. Contó con el apoyo de España e Italia, pero no de Alemania. Ahora, ante la irritación que causó en la canciller Merkel por dejarla al margen, ha tenido que rectificar y rebajar sus expectativas. La iniciativa continuará teniendo la participación de los Veintisiete y de la propia Comisión Europea, así como una estructura orgánica ministerial que en principio lo único que puede reportar es más burocracia. Pero dicho esto, lo que hay que augurar es que se llame como se llame la iniciativa funcione mejor, porque va en provecho de todos la cooperación en asuntos tan serios como la migración o las amenazas del terrorismo islamista.
Por lo demás, el Consejo Europeo de primavera ha dejado entrever lo difícil que será que la UE se ponga de acuerdo antes de la cumbre mundial sobre cambio climático de 2009 en los objetivos marcados por el Ejecutivo comunitario para reducir las emisiones de CO2 en una quinta parte para 2020, elevar un 20% el uso de energías renovables y que los biocombustibles representen un 10% del consumo del transporte. Los grandes han visto las orejas al lobo y temen que una política ambiental tan estricta ahuyente la industria a otros países menos exigentes.
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