Mire usted

El qué importa; el cómo, más. El qué, el mensaje, estuvo bien. Pero fue mejor el cómo: el cuerpo erguido, con un leve cimbreo que subrayaba la retranca, y una conocida muletilla verbal, "mire usted", que no anunciaba agresión, sino ironía. Ese hombre burlón había sufrido ya dos derrotas de las que pueden tumbar para siempre. Nadie lo hubiera dicho, viéndole el martes ante la prensa. Parecía un ganador. Quizá lo era, en cierta forma.
Si la gente da su auténtica talla en los momentos de adversidad, el empaque de Mariano Rajoy es mayor del que pensábamos. Dijo aquel "adiós" rotundo desde el balcón, abrazado a su esposa, y se ocultó en su guarida. Dos días después, cuando se esperaba a un registrador de la propiedad venido a menos, apareció un político en plena forma. Es decir, un tipo al que se le compraría, sin dudar, un coche usado.
Pilló en falso a quienes le buscaban sucesor, a quienes se postulaban con el silencio y a quienes, desde el otro bando, confiaban en que el PP se entregara al placer de la revuelta interna. Resultó que Rajoy, mire usted, sabía imponerse. Tal vez, como a Sean Thornton, se le juzgó mal. Sean Thornton, "el hombre tranquilo", también tenía sus razones para no pelear. Pero cuando lo hizo, lo hizo.
La sede de la calle Génova no es Cong, el pueblecito irlandés donde John Ford rodó su película. Qué más quisiéramos. Y Mariano Rajoy no es John Wayne, ni de lejos. Este país, sin embargo, ya ha dado de sí todo lo que podía dar en materia de catastrofismo; la ruptura de España, de la familia y de la civilización occidental ya se ha pregonado demasiadas veces, y han sido rebañados ya todos los votos radicales a un lado y otro. Este país, mire usted, necesita un descanso. Hablar de otras cosas.
Para ganar la próxima vez, al PP podría bastarle con no asustar a los indecisos y a los catalanes. Podría bastarle con un Rajoy tranquilo y solo, sin el habitual coro de histéricos. Un Rajoy como el que ha sabido perder sin romperse.
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