Desunión mediterránea
Mal ha empezado el proyecto de Unión Mediterránea de Nicolas Sarkozy. En su primer periplo fuera de Europa desde que llegó al Elíseo, el presidente francés había planteado un ambicioso viaje al Magreb. Pero había dejado en tercer lugar, tras Argelia y Túnez, a Marruecos, con el que Francia ha venido manteniendo desde hace años unas exquisitas relaciones. Rabat anuló la etapa marroquí y el viaje se ha tenido que ceñir a Argel y Túnez. Una pena, porque así se desdibuja el mensaje de unidad que quería lanzar el nuevo jefe del Estado francés.
En principio, y aunque ofusque al Gobierno español por mermar el llamado Proceso de Barcelona, que se lanzó en 1999 y no ha rendido como se esperaba, una idea como la de la Unión Mediterránea merece la pena de ser explorada y concretada, aunque el plan francés esté lleno de inconcreciones. Como habrá podido observar de primera mano Sarkozy, los problemas de integración en el Mediterráneo, aunque sólo sea en su parte occidental, no vienen sólo de las relaciones Norte-Sur, siempre complejas, con las historias coloniales a cuestas, sino también de los insuficientes vínculos económicos y humanos entre los propios países de la zona. El Magreb sufre de falta de integración propia.
Sin duda es necesario estrechar la cooperación entre la ribera sur y la del norte del Magreb ante problemas que no existían hace 20 años. Algunos de éstos abarcan desde una inmigración masiva hasta la energía y la lucha contra la escalada del terrorismo protagonizado por Al Qaeda en toda la zona, como se vio en Casablanca y Madrid y se acaba de ver en Argelia.
El presidente francés ha planteado a los argelinos una "hoja de ruta" muy ambiciosa sobre inversiones y comercio, e incluso venta de armas, que no es precisamente lo que necesita su país. Repitió el mismo mensaje en Túnez. Pero donde más está en juego es en Marruecos, por la fuerza política de un islamismo que parece estar a punto de alcanzar el poder: es allí donde Sarkozy no pudo viajar y tuvo que aplazar su cita, siendo prioritaria. El Elíseo tiene que aprender aún algunas sutilidades de la diplomacia. Pero todo ello no invalida los propósitos del presidente. La cuestión sigue siendo cómo impulsar desde fuera que los países del Magreb se entiendan. Estados Unidos lo logró con Europa en un papel que De Gaulle describió como "federador externo". No es seguro que Nicolas Sarkozy consiga para Francia un papel similar para el Mediterráneo.
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