Un ascensor naranja que lleva al cielo
La cima de la torre Espacio, a 956 metros sobre el nivel del mar, permite contemplar los más de 600 kilómetros cuadrados de superficie de la capital

Al cielo de Madrid se sube en un ascensor naranja. A 1,1 metros por segundo, el artefacto remonta los 224 metros de la fachada en obras de Torre Espacio. Dentro se habla polaco, rumano y español, pero los oídos comienzan rápido a taponarse. Tres minutos y medio para coronar las alturas de una lanza clavada en la espalda de una ciudad que se extiende a lo largo de 605,8 kilómetros cuadrados. Y que no para de crecer.
Arriba, a 956 metros por encima del nivel del mar, el viento embiste con más fuerza, el sol se enfría y los móviles pierden la cobertura. El zumbido de la calle logra también alcanzar la cima. La ciudad, donde viven más de tres millones de personas, es como el lomo rugoso de un animal que con el reflejo del sol, la densa calima y la polución, parece respirar. En cualquier momento se despierta el bicho y se acabó lo de jugar a las casitas.
Los grandes edificios son alfileres colocados en un mapa. El pirulí en O'Donnell, el enchufe en Colón o las torres KIO, que dan la bienvenida triunfal a la auténtica ciudad que comienza en el paseo de la Castellana. Sin esas referencias, desde el aire sería imposible diferenciar las zonas de la capital.
Los casi mil metros de altura descubren las costuras de Madrid. La M-30 y la M-40 son los pespuntes de la enorme lona llena de zurcidos y apaños para que el monstruo no deje de crecer. Montecarmelo, Las Tablas y Sanchinarro ayer no estaban y ahora resoplan ya a la sombra de un gran centro comercial. Los pueblos están cada vez más cerca y la gente más lejos de la ciudad. Desde las alturas del norte, el sur no existe. No queda ni rastro de Leganés, Getafe o Alcorcón. Se los ha comido la polución. El horizonte es el verde azulado del monte del Pardo, Navacerrada y la sierra de Guadarrama. Ahí terminaría el mundo si la Tierra fuera plana. Y aunque no lo fuera, lo seguiría siendo en la autocomplacencia de La Moraleja, una isla verde con puntitos blancos ajena al resto de la ciudad.
Torre Espacio, donde ahora trabajan más de 300 obreros, será el menos alto de los cuatro nuevos edificios que se construyen en la antigua ciudad deportiva del Real Madrid. El club de fútbol coloniza a lo lejos la llanura de Valdebebas junto al futuro Campus de la Justicia.
Por encima del hombro se le ve la coronilla a la torre del hospital de La Paz, que un día fue referencia en altura del norte de la capital. A su alrededor, alguien se dedicó hace tiempo a clonar edificios para crear el barrio del Pilar, la Ciudad de los Periodistas y el barrio de Begoña. Separados todos por grandes avenidas que van a dar a la mar; porque si Madrid lo tuviera, habría que alcanzarlo a través de las carreteras nacionales que drenan la ciudad.
A 224 metros, Madrid es una masa informe que ruge. Probablemente no es la ciudad más bonita del mundo desde el aire. Es, incluso, más bien fea. Pero el monstruo, visto desde arriba, asusta.


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