Vallès, el Céline de izquierdas
"Yo tenía los ojos abiertos mientras los otros niños dormían". Esta frase de El niño, novela de Jules Vallès, resume su estilo literario y su estrategia "despierta" contra los embates de la vida. Mientras sus contemporáneos seguían escribiendo con sus nuevos o viejos corsés, mientras Francia se dirigía al túnel de la decadencia, este hombre nacido en Nantes, "nieto de campesinos, de obreros, gente de vocabulario burdo", se atrevía a escribir como le daba la gana y sólo de lo que sabía bien: su experiencia, lo que había conocido y a quienes había conocido. Émile Zola, deslumbrado por su fuerza, deploró que un talento semejante se perdiese entre la marea convulsa de la política. Pero quizá se equivocaba. Pues, como se ha señalado alguna vez, ¿acaso la modernidad sorprendente de Vallès y su tono espontáneo no corresponde a su oposición inflexible a la sociedad? El comunero Vallès, refugiado en Londres tras su condena a muerte por cabecilla de la revolución de 1871, nunca se sintió parte del "sistema" y de sus modelos estéticos.
RECUERDOS DE UN ESTUDIANTE POBRE
Jules Vallès
Traducción de Inés Bértolo
Periférica. Cáceres, 2007
176 páginas. 12,50 euros
De ahí el estilo nervioso de
este Céline de izquierdas. Prescindiendo de todo academicismo, alejado tanto del énfasis romántico como del ensimismado naturalismo, Vallès declara en este volumen de recuerdos juveniles que escribe "de cualquier modo y con toda franqueza; la broma puede parecer a veces demasiado fuerte, no es más que expresión de la verdad agrandada por la risa". Habla de sus primeros años de estudiante en Nantes, de la cruz de un padre maestro con el que aprendió a traducir el latín, del hambre y la pobreza, de sus años bohemios en París. Se acuerda de los maestros y de los pupilos, sus compañeros, y de lo que costaba la vida entonces. Lastrado por el deseo de sus padres, intenta salir adelante en el mundo de apariencias y falsedades de la enseñanza. Pero se niega a pasar por el aro y a recurrir a los profesionales de los exámenes, los "pasadores", para evitar a su padre un golpe mayor que el fracaso.
Sus retratos son rotundos, como sacados de una realidad demasiado espesa para malearlos más. Su talante, el de quien se juega el todo por el todo a fin de "construir mi tienda, labrar mi canoa". Vallès sobrevive esos años de formación y boxeo gracias al "Dios de la juventud y los borrachos", pues algo muy profundo le compelía a "tocar o intentar tocar el peligro, tener un blanco que alcanzar o golpes que temer". Y pese a toda su ironía proletaria y su hambre de justicia, nuestro hombre deja entrever en las líneas de su prosa sin concesiones ni agasajos que no parece deber nada a nadie, el deseo de un niño siempre despierto, la sed de una ternura juvenil.
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