Huida de Sanlúcar
Un sábado me hallaba en Sanlúcar de Barrameda, donde pensaba pasar parte del fin de semana. Me dirigí a la Oficina de Información para enterarme de las actividades culturales previstas. Entre éstas se incluía una Concentración Motera Langostino. Pregunté qué era aquello y me dijeron que se esperaba la llegada de unas 2.000 motos el sábado y el domingo dedicadas a pasear por Sanlúcar. Cuando insinué que eso sería mucho jaleo, la funcionaria me dijo con una cierta ingenuidad que era sólo pasear.
En realidad yo ya había tenido un avance del acontecimiento. El día anterior, en Chipiona, observé cómo una moto de gran cilindrada ocupada por dos personas que aparentemente ya no eran adolescentes (de unos 40 años) se mantenía largo rato con el motor en marcha y acelerado al lado de una terraza ocupada por mucha gente. De vez en cuando, con un golpe de puño, el conductor conseguía que la máquina soltara una explosión.
Hace tres años, también en Chipiona, permanecí más de una hora con el coche bloqueado en una avenida principal por una docena de moteros haciendo caballitos y otras proezas a las diez de la noche, sin luces y a velocidad de 80 o 100 kilómetros por hora, ante un público de unas 100 personas inconscientes del peligro, con niños pequeños en el borde de la acera. No quiero aburrir al lector con las gestiones inútiles ante las supuestas autoridades solicitando que se interrumpiera el espectáculo.
Por todos esos motivos cambié de planes el fin de semana y me fui a 50 kilómetros de distancia.
Unas preguntas inocentes: ¿por qué se permiten estas concentraciones en lugares en los cuales con seguridad se van a producir molestias e incluso peligros a los viandantes? ¿Por qué no se les conduce a otros lugares más idóneos como áreas de servicio de autopistas, polígonos industriales (en días no laborables), descampados, etc.? ¿Por qué se permite la manipulación mecánica de los vehículos para producir ruidos, explosiones, etc.?.
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