De lata
La corrupción política, para que se produzca, necesita de corruptos, pero no sería posible sin corruptores. Quien pone el dinero encima de la mesa es el actor principal, quien lo recoge el secundario que traiciona su causa y a su organización a la que pone en entredicho. Cuando un caso de corrupción afecta a un partido político, los demás suelen aprovechar la circunstancia para culpar de la corrupción de una persona, a todo el partido, porque creen que les beneficia el desprestigio del otro. Lejos de ello, lo que pierde es la credibilidad de todos, el aprecio de todos por parte de la sociedad, que suele asistir atónita a lo que responde más un deseo de acabar con el contrario, que al de que se esclarezcan los casos y se contribuya, entre todos, a que desaparezca la corrupción, en los partidos políticos y en la sociedad en general. Lo partidos, de manera tan torpe como falta de la más mínima honestidad, arremeten contra aquel que tiene en sus filas alguna persona concreta pillada en falta, más que contra esta, de tal manera que han acabado instalando en la sociedad la idea de que la corrupción está únicamente en el seno de sus propias organizaciones.
Una persona no se corrompe sin el concurso de otra, no hay corrupto si no hay corruptor, y eso no acaba de dejarse claro a los ciudadanos, que una y otra vez asisten desencantados al desprestigio de los partidos, que acaba siendo desprestigio de la democracia. Y, por cierto, sería deseable que cada partido, en el momento en que les afecta directamente un caso de corrupción, actuara con la misma contundencia y exigencia que cuando esos asuntos afectan al contrario. En el caso del Ayuntamiento de Camas, IU y el PP dejan para mejor ocasión la exigencia de una investigación rigurosa y profunda, cuando con tanta diligencia suelen organizar escándalos universales para que tiemble Júpiter y todos los planetas del espacio político que se disputan, cuando los asuntos afectan a otros. Es cierto que han pedido a los presuntos implicados que dejen sus cargos y militancia, pero enseguida han empezado a hacer consideraciones sobre urbanismo y culpas pasadas, reales, presuntas o inciertas de otros, para ver si en el río revuelto se diluyen las responsabilidades, cuando menos, del descontrol sobre sus propios. Han sacado pecho, pero de lata.
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