Oremos
Quede constancia de las proclamas y gritos de adhesión, previos a todo desahogo: mi respeto a los creyentes, a su dolor y, sobre todo, mi rendida fascinación ante la capacidad que el Vaticano posterior a Fellini sigue teniendo para montar un espectáculo de fuste (Cecil B. de Mille también e, inevitablemente, Coppola; cientos de machos o varones, con faldas carmesíes y elegantes tocados, en escena, sin truco digital), y por el olfato que las masas han desarrollado para detectar el reality show de estos tiempos por antonomasia, del que son a la vez objetivo y parte. Me rindo ante la fusión del poder terrenal y el querer espiritual, o viceversa.
Dicho lo cual, oremos.
Contra los ciegos embates multitudinarios de la emoción única, contra la excitación masiva, contra la irracionalidad sentimentaloide que preside lo mismo comitivas de homenaje que linchamientos, oremos. Vivan los médicos de Leganés.
Contra la obscena exhibición del sufrimiento y del sacrificio, contra el mantenimiento de la respiración a toda costa y por todos los medios, contra el rechazo a los paliativos del dolor que hasta la ley regula, oremos. Vivan los médicos de Leganés.
Contra los intentos de borrar la herencia del laicismo en este mundo, y dado que este mundo es lo único de que disponemos los laicos; contra la sobrevaloración de la bondad dispensada a cambio del reino de los cielos, por encima de la solidaridad humana pura y simple, oremos. Vivan los médicos de Leganés.
Contra las prohibiciones de preservativos que, en las zonas más vulnerables, convierten la enfermedad del sida en una verdadera pandemia, contra la natalidad desbordada y la maternidad irresponsable, contra la ceguera con que los adolescentes son lanzados a una castidad sin fisuras que les aboca a una sexualidad indefensa, oremos. Vivan los médicos de Leganés.
Contra las cazas de brujas, los intentos de regresar a la oscuridad medieval, la sumisión de la mujer, la eterna vara de castigo elevada sobre la alegre realización genital, oremos. Vivan los médicos de Leganés.
Contra la falta de caridad encubierta por los alardes escenográficos y las avalanchas de piedad turística, recojámonos y oremos. Y que vivan los médicos de Leganés.
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