Movilización
No dejo de entender la preocupación, la irritación, la desesperación, la movilización de los trabajadores de los astilleros, que otra vez han cortado tres horas la entrada por carretera a San Fernando y han levantado las vías del tren para que, durante nueve horas, dieciocho trenes no anden. Me figuro que los trabajadores quieren extender entre la población la preocupación, la irritación y la desesperación, aunque esto signifique espantar y alejar de toda simpatía movilizadora a mucha gente.
Después de todas las movilizaciones sindicales y todas las negociaciones, la situación ha vuelto al punto donde se encontraba hace dos meses, pero con un factor añadido: ahora es absoluta la desconfianza entre los sindicatos y el patrón, que es una sociedad del Estado. Hay trampa, dicen los obreros. Para incumplir hoy lo que acordó ayer en Madrid, el patrón se escuda en lejanas decisiones tomadas en Bruselas, en la Unión Europea, inapelables, que, por otra parte, ya eran conocidas hace meses. Los trabajadores de San Fernando se sienten engañados. Cortan la carretera. Queman un coche. Escriben en el suelo: "¿Dónde está el diálogo?".
Sus acciones pueden verse como una manera de proseguir el diálogo por otros medios. La guerra es la continuación de la política por otros medios, decía el general prusiano Von Clausewitz, y todavía no habíamos descubierto que también es la continuación de la caridad y la filantropía, según demuestran las nuevas guerras humanitarias y democratizadoras. Pero, aun haciendo un esfuerzo de comprensión, me gustaría hacer alguna pregunta a los trabajadores: ¿es necesario cortar carreteras y trenes? ¿Es correcto? ¿Tienen ellos derecho a perturbar la vida de miles de ciudadanos? ¿No hay otra forma de movilización y lucha por sus intereses? Yo mismo me respondo: la verdadera perturbación es dejar sin trabajo a miles de personas, un acto que, mucho más que un tren cortado, repercutirá sobre las familias, la comarca y el país. Una batalla puede ser un medio para alcanzar la paz, y habrá sido correcta y necesaria si, por fin, contribuye a solucionar el problema para prosperidad de todos. Causar un mal público conducirá, en última instancia, a un mayor bien público.
Así me respondo, pero hay cosas que me hacen desconfiar de mis argumentos. Los trabajadores de San Fernando sufren una agresión exterior, por decirlo así. Tienen asuntos que resolver con los responsables de su empresa y con quienes gobiernan en España y en Europa, pero contestan con una agresión interior, contra la gente de San Fernando y alrededores, los que usan los trenes de cercanías y regionales, por ejemplo, ciudadanos anónimos y atascados, movilizados forzosos. Quizá el objetivo sea éste: que todos nos sintamos parte del problema, todos perjudicados por la situación. Puesto que la vida es difícil, que sea difícil para el mayor número posible de personas.
Y hay un aspecto de la movilización que no me parece insignificante: los ataques son siempre contra bienes de propiedad pública. La propiedad privada, sagrada, se ha ganado el respeto de todas las clases de la sociedad.
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