El provocador Jarman

Durante más de una década, Derek Jarman estuvo llamado a ser el heredero directo de Pasolini y Fassbinder. Sin embargo, no terminó de lograrlo. Entre 1975, año de su debut en el largo (Sebastiane), y 1994, fecha de su muerte a los 52 años, víctima del sida, Jarman dirigió 11 películas, entre las que destacan Caravaggio y Eduardo II, no todas estrenadas comercialmente en España.

Ahora se repone la primera de ellas, Sebastiane, particular biopic del santo y mártir romano, ambientada en el siglo III; una película en la que el tiempo ha hecho más mella de la debida. Su rodaje en latín y su gusto por el sadismo quizá hubiese hecho las delicias del Mel Gibson de La pasión de Cristo, pero su imagen, su anticuada fotografía (por momentos parece una película porno), su ramplona dirección y su inexistente guión hacen que ya no pueda ser vista más que como una reliquia sociológica.

Quedan, sin embargo, suficientes atractivos para revisar una obra que en el momento de su estreno causó estragos en diversos ámbitos: su transgresión, su capacidad de provocación a través de una iconografía religiosa perturbadora, la oportunidad de escuchar la música de un cuasidebutante Brian Eno y la curiosidad de ver en el reparto a un joven Lindsay Kemp, director, escenógrafo, bailarín, actor y figura básica de la escena contemporánea.