El amor, un horror
Pedro Zerolo dice que la verdadera crisis actual es la de los heterosexuales. En el Ayuntamiento de Madrid se ocupa de los movimientos sociales, en su partido (socialista, claro) tiene también esa misión, y ha sido presidente de la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales. Mi tendencia es la de creer que todo sexo es duro y difícil por la estatalización. Toda la literatura, toda la pintura, hasta la religiosa -sobre todo, la religiosa-, y la música están basadas en ese conflicto. Y la historia. Distingo poco entre amor y sexo: el sexo fugaz tiene siempre algo de amor. Me alejo ahora de estas variaciones: es verdad que hay una crisis de la pareja de hombre y mujer, más acentuada que antes en España, donde lo nuevo viene en aluvión. Y cuando se corta, es sumarísimo. Hay todavía rastros arcaicos: la mujer que da a luz en el retrete y tira al niño al contenedor, el hombre que siega la garganta de su compañera. En ese arcaísmo permanente una censura especial, un miedo al todo, nos impide conocer o discutir el mundo del asesino: la fuerza de su impulso, la entrega de la vida propia en el que se suicida o se da a la policía, o huye a la desesperada. Esta parte de los dos en crisis mortal nos impide ver sus detalles: lo que supone para él el divorcio, la pérdida de su casa, de sus bienes, de sus hijos. Decimos, simplemente, maltratador: y es un asesino. Conocemos a su víctima: la mujer con la cara magullada y el gesto contraído para siempre, la que ha convivido en el horror y la amenaza perpetua. La tragedia está en que el Código Civil, el Penal, el consuetudinario, la fama, la honra y otras formas de la estulticia pesan más que la realidad.
El amor en tiempos de capitalismo salvaje, donde la salida matrimonial es imposible porque los dos salarios obligatorios son inciertos y comprar una vivienda dura más años que el propio amor, en el que una mal entendida caridad impide la separación por no hacer daño a los hijos -el daño a los hijos es probablemente más grave en las parejas agitadas y obligatorias-, en el que la chica mayor de edad es atacada si vuelve tarde, sobre todo porque los padres temen el juicio de los vecinos... La familia clásica tiene una crisis especial: la agonía. Dudo, sin embargo, pese a mi afecto y mi creencia en Zerolo, que las parejas o las otras familias no pasen por iguales horrores. Y el otro sexo: los célibes. Se ve cómo arden y cómo se alivian. Supongo que con la conciencia hecha trizas, además de todo.
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