En favor de las transformaciones
Al alcalde de Tarragona, el convergente Joan Miquel Nadal, se le recordará (y reprochará) siempre por haber accedido al poder de la ciudad en 1989 mediante una moción de censura facilitada por el Centro Democrático y Social (CDS), uno de cuyos concejales era el actual presidente del puerto, Lluís Badia. El mandato de Nadal coincidió en el tiempo con el de Pasqual Maragall en Barcelona. La transformación de la ciudad que este último logró a raíz de los Juegos Olímpicos de 1992, Nadal pretendía conseguirla con la obtención del nombramiento de Tarragona como Patrimonio de la Humanidad.
El convergente obtuvo el galardón más tarde de lo previsto, en un premio agridulce para él: inmerso en al menos cinco investigaciones judiciales por su gestión, de las cuales, a falta de una, ha salido airoso. Estas son las primeras elecciones a las que se presenta sin ninguna cuestión judicial pendiente bien sea por utilizar los servicios municipales para colgar carteles con su imagen, bien por utilizar su puesto para lograr beneplácitos de la Generalitat para un amigo.
Con 113.000 habitantes censados en 1998, Nadal, el único alcalde convergente de capital de provincia (una de las razones por las que el partido y Jordi Pujol le han permitido salidas de tono por las que fue conocido como enfant terrible de CDC), se enfrenta ahora a un nuevo candidato, Josep Félix Ballesteros (PSC), que se presenta virgen a las elecciones.
Nadal juega en estas elecciones una baza fuerte, al estilo de Maragall, de transformación megalómana y total de la ciudad: la recuperación de la fachada marítima, a cargo del arquitecto Ricardo Bofill, aprovechando que los responsables de la línea del AVE consideran que Reus es mejor lugar para que pase ésta.
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