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Ahora dicen que, de los dos francotiradores detenidos en Estados Unidos, pudo ser el chico, Malvo, el que disparara el rifle y cometiera los crímenes. Sólo tiene 17 años, pero eso no supone ningún problema: como le van a juzgar en Virginia, en donde se permite ejecutar adolescentes, pues se le liquida y todos contentos.
El ser humano es un bicho muy previsible. Por ejemplo, nos pierde la vanidad, que quizá sea el sentimiento bajo más extendido. Malvo y su colega Mohamed también fueron detenidos por vanidosos; si se hubieran limitado a seguir disparando callada y discretamente desde lejos, su absurda y horrible carnicería habría proseguido indefinidamente. Pero empezaron a llamar por teléfono a la policía, a escribir cartas fanfarronas y a regarlo todo de pistas. Hace poco leí que el mayor ataque informático que ha sufrido Internet hasta ahora se produjo en febrero de 2000 y fue orquestado por el pirata MafiaBoy, el cual fue descubierto por presumir de su acción ante sus amigos. Los policías saben que a los criminales les encanta baladronar de sus hazañas. Hasta los más listos son tan idiotas que se dejan atrapar por un halago.
Pero los humanos no sólo compartimos la petulancia, sino muchas otras cosas como la brutalidad. Por ejemplo, matar a los asesinos, ¿no nos asemeja a ellos? Nuestros interiores son comunes y están siendo cada día mejor conocidos por la Ciencia. En el reciente congreso internacional organizado en Valencia por el Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia, un neurólogo norteamericano contó que había investigado a 125 asesinos convictos y que el 95% de ellos habían sufrido maltrato infantil. De hecho, la violencia sufrida de niño puede dejar huellas en el córtex, lesiones cerebrales que a su vez fomentan la agresividad. Me pregunto cómo sería la infancia de Malvo, ese chaval jamaicano al que su padre no quiere ni ver y que fue recogido a los 14 años, como un perro abandonado, por el inadaptado Mohamed. No estoy intentando justificar, sino entender. Como también me gustaría entender qué lesión del cerebro o del corazón padece esa gente que apoya la pena de muerte y que considera que devorar a los caníbales, como decía Borges, constituye un ejemplo ético.
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