Un viernes distinto: Operación Vallecas
Después de la semana de trabajo intenso de un estudiante de Derecho en septiembre, a la espera de otro viernes de movida con la panda, me llama un amigo y me propone un plan distinto: ir a pintar unas casas de gente pobre del barrio de Vallecas. 'Bueno, mientras luego hagamos el plan de siempre... Da tiempo, ¿no?' Y con la sensación de hacer un favor a un amigo, cojo el metro y le espero en la estación de Puente de Vallecas: un ambiente muy distinto al del barrio en el que vivo... Nos acercamos a una furgoneta, donde están dos de mi edad y otros algo más jóvenes, con una sonrisa profunda; me dan un mono, una brocha y cinta de pintor: 'Hala, al número 44 de esta calle'. Entre el lúgubre paisaje del barrio nos acercamos al portal y subimos a la casa que hay que pintar: 30 metros cuadrados, un matrimonio, dos hijos.
En fin: tan espaciosa que con cinco pintores para las dos habitaciones se ha tenido que salir la familia entera al patio. Allí hemos estado toda la tarde, y mañana hay que continuar... Al volver a casa con mi amigo, nos hemos cruzado con la movida que comienza cualquier viernes por la tarde entre gente joven, como nosotros. Una rara sensación al ver las falsas sonrisas que tan acostumbrados vemos los viernes por la tarde... ¡Otra dimensión!
'¿Vamos de marcha?' 'Mañana hay que terminar la casa antes del mediodía, así que yo no, tío'. Ahora, sentado en el sillón de mi casa, que, por cierto, no cabría en el salón de cinco metros cuadrados que estoy pintando, soy incapaz de pensar en otra cosa que no sea el sufrimiento de la gente sin recursos: ¿será que lo de servir a los demás sin recibir nada a cambio llena más que una copa entre niñas monas?
Ahora entiendo la alegría interior de los de la furgoneta. A mí me ha convencido: gracias a Cooperación Internacional. Mañana volveré.
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