El bombo

Hay que preguntarse qué hace aquí todavía Manolo el del Bombo en medio de esta guerra tan moderna. Cuando la mayoría de los jóvenes españoles mide 1´80, está absolutamente vitaminada y tiene la mente metida en un ordenador, este gordo valenciano con chapela de falso vasco, cuyo olor a rancio echa de espaldas, se ha erigido en estandarte de la raza sin otro mérito que dar mazazos a un pandero en las gradas de los estadios cuando juega la selección nacional. Hay que preguntarse también qué pinta aquí ese toro publicitario saliendo de los vestuarios como de un chiquero antes de iniciarse un partido de España en la Eurocopa. Sin duda alguien ha creído que ese morlaco negro es el símbolo de la furia española y que el equipo nacional va a absorber el genio de sus criadillas, pero ya se sabe que el destino del toro es ser burlado, escarnecido, sangrado y vencido en la plaza. Aun con toda su altivez el toro en España es un perdedor nato y a quien quiera correr su suerte en los negocios, en el deporte o en el amor que Dios lo ampare: ni la falsa euforia subvencionada de Manolo el del Bombo podrá librarle de la ignominia. Por fortuna este país comienza a tener una mentalidad atlética que se va alejando al mismo tiempo de la tauromaquia y de la caspa. Cada día son más los españoles que prefieren no ser tenidos como toreros ni como astados. Ninguno de nuestros jugadores pensará que va a ser corrido y apuntillado en el césped. Por otra parte el comportamiento de las masas en los estadios es un capítulo fundamental de la sociología. Los ingleses que fundaron el fútbol son también los creadores de la nueva estética de los hinchas. Éstos entonan cánticos guerreros en las gradas sin importarles la victoria o la derrota y aunque alrededor del estadio algunos violentos sacian su frustración arrasando la vida pacífica de los tenderos o sajando con navaja a las tribus enemigas, esas corales que ya todos imitan son la forma más ligera que adopta la guerra moderna. Los bombardeos constituyen una actividad muy pedestre comparados con aquellas partidas de ajedrez con que se dirimían antiguamente algunos pleitos entre condados. Ahora la agresividad del alfil equivale a los bocados que se dan los financieros. El resto es deporte: un modo de descargar el erotismo electrizado de las masas. En medio de esta estética Manolo el del Bombo y ese toro de huevos tan rancios no son sino residuos de la caspa nacional.
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