Otro nombre del paraíso
Corzos y arroyos cristalinos corren junto a la senda que sube al puerto de Navacerrada desde La Barranca
Paraíso e infierno son, en teoría, conceptos nítidos y antagónicos, pero en nuestros corazones no lo son. A Borges, verbigracia, los paraísos de El Greco, "abarrotados de báculos y de mitras", le parecían más espantosos que muchos infiernos. Él prefería imaginarse el paraíso bajo la especie de una biblioteca: un cielo que a nosotros se nos antoja bastante plomo, casi tanto como el de Swedenborg, en el que los ángeles mantienen interminables conversaciones teológicas.A nadie puede sorprender, pues, que un lugar notoriamente paradisiaco -si es que este adjetivo aún significa algo- se llame Garganta del Infierno, orónimo cuya paternidad debe ser atribuida, como dijo Juan Antonio Meliá, a montañeros "deseosos de aplicar nombres estupefacientes, aunque sea con impropiedad manifiesta". Garganta del Infierno es el nombre que recibe la cabecera de La Barranca, allí donde la cuerda de las Cabrillas -que cierra este valle de Navacerrada por el lado de poniente- entronca con las Guarramillas y la sierra de la Maliciosa -que lo cierran por levante-, formando al norte una empinada canal por la que se escurre el arroyo de Peña Cabrita, que más abajo será río de Navacerrada; luego, Samburiel, y al cabo, Manzanares.
Corzos, pinares y aguas saltarinas, recién nacidas del vientre ampo del ventisquero de la Estrada, pueblan el fondo y los escarpes de esta garganta ¿infernal? Si las angosturas del averno son así, ya nos gustaría catar sus holguras.
Ganar este paraíso no es nada arduo. Al contrario: basta seguir el sendero PR-17 -perfectamente señalizado con chapas de color blanco y amarillo fijadas en los árboles-, que sube de La Barranca al puerto de Navacerrada por la garganta del Infierno.
Con ese propósito, nos echaremos a andar por la pista forestal que arranca al final de la carretera, junto al hotel La Barranca; una pista que, después de rebasar los embalses del pueblo de Navacerrada y del Ejército del Aire -en los que se refleja, como proa en el mar, la Maliciosa-, bordea una pradera cercada para uso recreativo y, a continuación, traza una cerrada curva a la izquierda, donde deberemos abandonarla para continuar de frente por el sendero balizado.
Llevando en todo momento el arroyo a mano derecha, al ladito del sendero, volveremos a encontrarnos más arriba con la pista en dos ocasiones, atravesándola ambas veces. Éste es, sin duda, el trecho más edénico de la ascensión, en el que los sentidos del caminante se colman con la música del agua -siempre igual, siempre diversa-, el verdor del césped en los claros del pinar y el aroma de la jara estrepa y el cantueso. O, si lo prefieren, Cistus laurifolius y Lavandula stoechas, que nombrados así suenan a cosa ultraterrena.
Tras cruzar la pista por segunda vez, nuestro sendero se separa del arroyo de Peña Cabrita para ganar altura en zigzag por el pinar que tapiza la solana de las Cabrillas; una zona ésta que, como hemos comprobado en más de una oportunidad, es de buena querencia del corzo (Capreolus capreolus), cérvido chiquitín, de no más de 70 centímetros de altura, con cuernas de tres puntas los machos y escudo anal completamente blanco las hembras.
Visto el corzo, o no visto, acabaremos dejando atrás el pinar para enfilar -ya sin más señal que la huella del sendero- hacia el collado de los Emburriaderos, que queda a dos horas del inicio y a la vista del puerto.
Otra opción que se nos presenta, antes de trasponer el collado, es tomar a la izquierda por una nítida senda que corre por la cuerda de las Cabrillas, muy cerca de la cresta, siguiendo la tubería -desenterrada en algunos tramos- que surtía de agua pura, procedente del nacimiento del arroyo de Peña Cabrita, a los tuberculosos antaño ingresados en el desaparecido Real Sanatorio de Guadarrama.
En una hora estaremos en el mirador de las Canchas -oteando la Barranca a vista de pájaro-, a la vera del cual pasa la pista que dejamos al principio y por la que podemos descender en otro tanto al punto de partida.
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