La Bestia

No hay que dejarse confundir por las diversas manifestaciones de la Bestia. Puede ser nacionalista o imperialista, blanca o negra, pobre o rica; puede lucir una pechera condecorada de general o un zarrapastroso uniforme guerrillero, pero en el fondo siempre se trata de la misma Bestia. Del energúmeno que los humanos llevamos agazapado dentro nuestro, como quien porta, en estado latente, un virus devastador y criminal que se nos puede reactivar en cualquier momento si no mantenemos la profilaxis ética adecuada.La Bestia ha asomado la pezuña, por ejemplo, en el asesinato de Aitor. El cual no fue atacado estrictamente por ser vasco, sino por ser distinto, de la misma manera que otros skins apalean a negros en Zaragoza o destripan a madrileños de pelos largos. Y es que la Bestia necesita, para bestializar, inventarse una pureza propia y un enemigo. Lo cual, por cierto, es lo mismo que hacen los jarrais (también ellos son parte de la Bestia).
Excelente ejemplo de la Bestia es ese disparatado Pinochet dispuesto a cumplir hasta el final su papel de completo miserable. Qué bestia es en verdad la Bestia: qué irrazonable. Caer en brazos de la Bestia supone prescindir de la autocrítica y ser incapaz de ver y entender a los demás; es perder todo contacto con la realidad (porque el mundo son los otros) y abismarse en un egocentrismo de bebé o de imbécil. Qué lejanos nos parecen esos energúmenos de nosotros: el skin que asesinó a Aitor, o el Pinochet ridículo. Pero no hay que engañarse: la Bestia, que es la tentación del embrutecimiento, dormita dentro nuestro, y sólo precisa que alguien la despierte con un beso para salir disparada a degollar vecinos, como sucedió en la ex Yugoslavia. Por eso me parecen tan dañinos aquellos tipos que, como Arzalluz, siempre sueltan arengas intolerantes y sesgadas. Ellos son los pequeños arrieros de la Bestia.
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