Las lágrimas del adiós
Era ya el final del discurso. No había dicho ni una palabra de sí mismo. Julio Anguita hizo una pausa. Miró como si buscara entre los delegados al congreso algún rostro en concreto o quisiera grabar en su corazón el rostro todos. Permaneció en silencio escasos segundos. Luego, dijo: "Salud. Buen congreso. Y permitidme una licencia personal e impropia de mi carácter: ha sido un honor ser vuestro secretario general".La sala, entonces, se vino abajo. Fue un aplauso cerrado y prolongado con todos los asistentes puestos en pie. Anguita no sabía dónde mirar. Aparentemente, desconcertado, empezó él también a aplaudir. Intentó acallar los aplausos que resonaban mucho más porque no se oía ni una sola palabra en la sala.
Se llevó las manos a la frente y las bajó a los ojos, en los que comenzaban a brillar las lágrimas. Juntó sus manos en oración pidiendo que cesaran los aplausos. Nadie le hacía caso, y durante tres larguísimos minutos un Julio Anguita claramente emocionado pasaba su vista, tímida, sobre la gente que, puesta en pie, seguía aplaudiendo.
Cuando por fin logró sentarse en la silla, para recibir el abrazo de José Luis Núñez, que estaba a su lado, la mano del ex secretario general del PCE buscó algo por encima de la mesa. Era un gesto casi mecánico, sólo justificado por los nervios. Un delegado, gritó: "¡Bebe agua!", y Anguita, con los ojos brillantes y húmedos, supo ya qué hacer con su mano. Cogió el vaso y bebió un sorbo de agua.
No fue pródigo el congreso en sus ovaciones. Pero alguna hubo. Por ejemplo, la que se llevó Agustín Moreno, del sector crítico de CC OO, cuando se anunció su presencia. También Nicolás Redondo recibió una cariñosa bienvenida de los asistentes. Más calurosa que la que dedicaron a José María Fidalgo, que acudió en representación de Antonio Gutiérrez, líder de CC OO. Cándido Méndez, secretario general de UGT, recibió un aplauso cortés.
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