Sombras

En el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona pueden verse hasta principios de enero algunos autorretratos realizados en el umbral de la muerte. La exposición se titula La última mirada, y en ella el espectador dialoga con diferentes formas de despedida. La patética Käthe KoIlwitz parece esfumarse en el horno crematorio, Beckimann mantiene su mueca de escepticismo irredento, Giacometti se abalanza hacia la nada como un animal y Matisse muestra su serena figura de hombre que sólo conoce los domingos de la vida.Pero al doblar una esquina aparece una imagen terrible: es un dibujo de Picasso realizado a escasos meses de su muerte, una cabeza de piedra sobre un montón de tierra. El cráneo tiene forma de tambor y está dibujado con un trazo interrogante. La frente aparece hendida por una vertical allí donde alguna vez hubo un célebre flequillo. Los ojos son enormes, pero no expresan terror, quizás perplejidad. También la nariz es descomunal, y la dentadura, pero carece de orejas. El rostro petrificado en el silencio no tiene color; unas manchas de cera blanca ensucian algunos rastros de grafito. El espectador no siente espanto, sino que constata algo que siempre ha sabido pero nunca ha podido expresar con palabras.
"Creo que ayer di con algo...", comentó Picasso al mostrar este dibujo a un visitante. Es cierto. Como decía Javier Marías en su bello discurso alemán, tras un paseo por el mundo de las sombras el artista había traído a la luz algo que se le había adherido al alma y que poco tiempo después le mataría. Los dueños del dibujo, sin embargo, lo han enterrado en una cornucopia de purpurina, un marco mundano y espectacular que anula la verdad de la imagen; un truco para que esa mirada no estropee la placidez del propietario.
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