Europa recuerda
Coincidiendo con el final del milenio, un abismo de memoria se abre ante Europa. Tal vez Europa quiere llegar al nuevo siglo como un escolar: estrenando libreta y con la ilusión de que no volverá a estampar borrones. Francia, Suecia, Suiza y otros países revisan sus relaciones con el oro judío y un gran psicodrama colectivo puede estar en marcha: en realidad, lo que Europa revisa es su íntima y más reciente convivencia con el mal y todas las estrategias del olvido que le han permitido llegar al presente en primera línea de virtud y bienestar.Las estrategias han sido variadas. Algunas, sorprendentes. Félix de Azúa ha atribuido la oscuridad del ensayo francés de posguerra, sus recovecos y su sintaxis casi siniestra, a la imposibilidad de Francia de asumir su pasado colaboracionista. Es una tesis discutible, por supuesto: como todas las que tienen algún valor. Pero en cualquier caso, el hechizo de una Europa sin metástasis, que habría reducido su infección a unos pocos hombres y países -España y los franquistas entre ellos-, parece resquebrajarase. El mal pide plaza en la construcción de Europa. El mal reivindica su responsabilidad ante tanta belleza: no sólo el busto de Madame de Pompadour que decora el Elíseo procede del expolio judío.
Para los españoles, el asunto presenta escasa novedad. Tantos años viviendo entre el fango de la memoria, tantos de íntima infamia pueden haber dado un tipo de hombre avergonzado, pero impasible. Se trata de un hombre ya sin sentimientos, genéticamente al margen del patriotismo, que examina, por ejemplo, con extrema curiosidad aquellos reproches de algunos europeos libres sobre el carácter amnésico en que se había fundado la transición política española. Ese hombre, el español de mi tiempo, sabe que cualquier aspiración de felicidad se funda en la amnesia. Y celebra ahora la adhesión de la Europa libre.
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