Los científicos reclaman la protección de la Antártida para poder conservar el planeta
Expertos españoles analizan en Madrid la investigación en el 'continente-laboratorio'
Están enamorados de una amante de piel de hielo y corazón de fuego. Cien expertos españoles en la Antártida se han reunido la semana pasada en Miraflores (Madrid) para que el inmenso continente siga siendo un incomparable laboratorio. Defender la Antártida del calentamiento global, del agujero de ozono -hoy es el Día Mundial de Protección de la Capa de Ozono-, del retroceso de los glaciares y de la presión del turismo es imprescindible para proteger todo el planeta. "Los científicos somos los ángeles guardianes de la Antártida", dice el físico Miguel Ramos. "Si no estuviéramos allí, se entraría a saco".
La Antártida, un territorio privilegiado para la investigación del futuro y el pasado del planeta, afronta varias amenazas que los científicos tratan de medir. Una, el agujero de ozono, que sobrepasa ya el territorio antártico y avanza hacia Suramérica. En los 10 primeros días de este mes, ha aumentado en un 35%. Normalmente, el hecho ocurría en octubre. Los expertos se preguntan si hay relación con el calentamiento global o el retroceso constatado en los glaciares."Todo proyecto de investigación que se presente en España para la Antártida debe acompañarse de una autoevaluación del posible impacto ambiental", dice Juan Ramón Vericad, gestor del Programa Nacional de Investigaciones Antárticas. Ése es el espíritu del centenar de científicos españoles reunidos en el VI Simposio Español de Estudios Antárticos. La presencia española en la Antártida abarca geología, geofísica, vulcanología, biología, oceanografía, glaciología, atmósfera, geodesia o cartografía. Glaciares
"Es claro", dice el glaciólogo Jordi Corbera, de la Universidad de Barcelona, "que las temperaturas mínimas han aumentado desde los años 60. El retroceso de los glaciares podemos cifrarlo, en los tres últimos años, en un 4% de la extensión total, y en algunos puntos alcanza los 300 metros. Lo que no sabemos aún es cuánto tiempo tarda en responder un glaciar al impacto climático, quizá entre 15 y 20 años. Pero, más que la temperatura, me parece sensato estudiar las precipitaciones: ahora parecen más abundantes en verano que en invierno, lo cual podría confirmar un calentamiento".
El alemán Wolf Arntz -biólogo marino, con 30 años de experiencia en cruceros oceanógrafos, que en unión del geólogo británico Michael Thomson intervino como conferenciante en el simposio- reflexiona sobre los motivos para seguir la investigación antártica: "Es un ecosistema muy sensible. La ciencia debe garantizar la conservación de los recursos vivos aunque no se coman, ni se usen como aceite, ni sirvan para abrigos de piel. La Antártida es como el espacio, un gran laboratorio. Es un lugar clave para examinar el clima global: los filamentos de agua que proceden de la Antártida pueden tardar 2.000 años en llegar al Ecuador, pero conectan todos los mares y regulan el clima".
La vulcanóloga Alicia García, del Museo Nacional de Ciencias Naturales, es asidua de la isla Decepción -la bahía es un cráter volcánico y una erupción en los años 70 sepultó una base-, donde está enclavado el campamento del Ejército español Gonzalo de Castilla. "Como toda la Antártida es un lugar agradecido para la ciencia: nos da datos y proporciona incógnitas", dice. García se lamenta de que, por la climatología, no sea posible observar la actividad de los volcanes. "Tenemos 700 registros sísmicos por campaña", señala".
En la Antártida, la ciencia es ciencia, pero hacerla no se parece a hacerla en otra parte. "La geología, por ejemplo, es distinta", dice Juan Manuel Villaplana, de la Universidad de Barcelona. "Allí es geología de zonas sumergidas. Además, como las otras disciplinas, se enriquece porque no puede ser compartimento estanco. Todo se relaciona".
El turismo es un gran dilema. El presidente del Comité Científico de Investigación Antártica, Antonio Rocha Campos, estima que el asunto tiene dos caras: los posibles perjuicios provocados por los visitantes, y también la concienciación de esas personas. "Turismo ya hay, aunque no regulado", indican varios expertos. "Yo, por el hecho de haber ido", dice Jordi Corbera, "me siento hiperafortunado. Me gustaría que cualquier persona pudiera vivirlo, pero la Antártida es un laboratorio muy frágil. Si se pisa un líquen, será un líquen que ha tardado decenas de años en crecer. Impacto ambiental es todo. Hay que decidir hasta dónde se tolera".
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